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- 06/11/2024 00:00
El ciclo de la lectura
Una vez al año tiene lugar la fiesta del premio Miró. Son actividades alrededor del concurso literario que lleva el nombre del poeta Ricardo Miró. Según sus bases, un jurado formado por dos extranjeros y un panameño analiza las obras presentadas en cada una de las cinco secciones y escogen a los respectivos ganadores. Se entregan los premios, unos meses después se publican los títulos laureados, se divulgan y allí terminó el proceso.
Y después, ¿qué ocurre? ¿quién lee esos productos editoriales? ¿qué se conoce de ellos y sus autores? ¿alcanzan una circulación nacional esas obras y la sociedad panameña se hace sensible al avance que puede tener la disciplina de las letras y de los autores locales? Lo peor ocurre con los libros que son editados y que no están bajo el paraguas del premio literario Miró. ¿Es noticia el surgimiento de un nuevo trabajo firmado por un escritor del país?
En realidad, esto es parte del problema. Panamá no es un ámbito propicio para la circulación de libros y la comunidad lectora crece, pero es aún ínfima. Por lo general, se estimula el sentarse a leer solo como requisito en la escuela para la acreditación de una nota y como complemento a una clase. No existen en otros sectores, fórmulas o espacios para que la gente se esmere en buscar nuevos o viejos ejemplares para adentrarse en sus páginas.
Históricamente y cada vez menos se estimula a leer. Para algunos, solamente es un compromiso vinculado con la escuela. Las asociaciones, gremios y otro tipo de organización de la sociedad civil se preocupan de otros problemas más específicos y no se cuenta con espacios o con una conciencia generalizada sobre la necesidad de promover una mayor o mejor relación con los textos; esto solo sucede durante la anual Feria Internacional del Libro.
La lectura tiene dos dimensiones: una pública y otra privada. Por lo general, el individuo debe hacerse sujeto de políticas culturales en que leer sea uno de sus objetivos más preciados. En la medida que la persona interiorice este valor, va a adquirir el compromiso de completar no solo su formación académica, sino de trascender a conocer el mundo no con la práctica, sino a través de los impresos.
Esto es lo que brinda una dimensión social a la lectura, que si bien se inicia en los círculos de aprendizaje (la familia, la escuela, la iglesia, entre otros), llega a crear una noción de responsabilidad en cada quien. A través de las páginas, uno termina su formación, pero también avizora, desde allí, el mundo por una ventana que sostiene entre sus dedos; sus ojos son la brújula que le orienta para movilizarle en ese contexto lleno de fuerza creativa.
Nos referimos entonces a una costumbre que tiene una profunda raigambre. Luego que los cuentacuentos familiares -el abuelo, la abuela, el vecino, la maestra o el cura- cumplieran una función de importancia en la creación de un imaginario, los libros prolongaron o completaron esa etapa de consolidación del carácter. A partir de allí se inicia un enriquecimiento de uno de los aspectos más importantes de las prácticas sociales.
Es necesario que exista una política hacia la lectura que incluya diferentes instancias, independientemente de la relacionada con la institución educativa. Esta adopta la incursión en los textos como parte de sus estrategias de enseñanza, pero es importante que otra entidad promueva dichas prácticas en los sectores comunitarios y en el resto de la sociedad civil para que adquieran tales capacidades.
Es decir que las instituciones, los municipios, los sindicatos y otros gremios deben contar con su círculo de lectura para que agremiados y comunidades organicen sesiones en las modalidades que les sean más adecuadas. Así se alcanzará una política nacional de lectura y nuestra sociedad habrá cambiado sus parámetros sociales y culturales y, además, la gente será más culta.