• 28/06/2024 18:08

Dos dictaduras del siglo XX

Este sofocante ambiente provocó el éxodo de un sinnúmero de haitianos deseosos de tener unas mejores expectativas de vida

La elección de estas dos dictaduras de características tan peculiares no obedece al propósito de dibujar algunas similitudes o establecer diferencias entre sí, mi acercamiento a ellas es menos ambicioso y se limita al hecho de dar a conocer la imagen y la trayectoria de sus gobernantes y las arbitrariedades que cometieron en el ejercicio de sus funciones al frente de sus respectivos países.

Pero es inobjetable que existen entre ambas curiosas coincidencias, como la de compartir la misma raza y practicar el culto a la personalidad, por ejemplo, y tangibles diferencias como asentadas en continentes distintos, ser de adscripción ideológica opuesta y pertenecer a disímiles generaciones, encarnadas en dos destacados protagonistas políticos del siglo XX: François Duvalier y Mengistu Haile Mariam. En el desarrollo del escrito encontrarán, sin duda, otros datos que lo demuestran.

El primero por orden generacional, François Duvalier, gobernó un diminuto país llamado Haití, anclado en la región central del continente americano, colindante con la República Dominicana y que emergió en el concierto de las naciones siendo la primera república negra declarada independiente en el mundo en 1804, hecho del cual estamos sumamente orgullosos los haitianos. Mientras que Mengistu Haile Mariam fungió como presidente de Etiopía, una nación de gran superficie geográfica, ubicada al este del continente negro.

Duvalier, nacido en Haití en abril de 1907, cursó su licenciatura de medicina en Puerto-Príncipe, la capital, y tras egresar de la facultad se dedicó con diligencia y eficacia a la medicina tropical, y de allí se granjeó una cierta popularidad y el apodo de Papa Doc.

En los años 40, fue elegido para seguir durante unos meses un curso en la Universidad de Michigan. Hizo su aparición en política ofreciendo sus conocimientos como ministro de sanidad del gobierno nacionalista de Dumarsais Estimé, quien vio su mandato, de 6 años de duración e iniciado en 1946, acortarse de dos, al ser víctima de un golpe de Estado en 1950. El doctor se dedicó a su profesión, se refugió luego en la clandestinidad y años después se presentó a las elecciones presidenciales de 1957 y las ganó.

Una vez alcanzado el poder, el presidente dio raudo muestras de querer mantenerse en el cargo más allá de la expiración de su mandato constitucional de 6 años. En 1961 modificó la Carta Magna para volver a ser elegido por un nuevo periodo y tres años después hizo votar en la Asamblea Nacional una nueva Constitución que fue refrendada posteriormente por el pueblo, y se autoproclamó presidente vitalicio con derecho a elegir a su sucesor. La presidencia de Duvalier estuvo marcada por el eterno conflicto, el comúnmente llamado “la cuestión de color”; fue atizado el endoracismo caracterizado por la habitual rivalidad entre los de piel negra y los mulatos por el control del poder político.

Destruyó el tejido social y se sirvió del vudú para perpetuarse en el poder; a todo eso, hay que resaltar la feroz represión que ejerció sobre la oposición. Para evitar cualquier tentativa de golpe de Estado, muy frecuente en aquella época en los países de América Latina, el dictador creó una milicia llamada Tonton-macoutes, compuesta por hombres y mujeres, fundamentalmente de baja extracción social y sin escrúpulos, cuyo cometido principal era el de amedrentar a la población, pero a quienes no se les tenía asignada ninguna remuneración y por consiguiente dispuestos ellos a realizar actos ilícitos, como robos, coacciones o delitos como medio de vida.

El sátrapa tenía un control férreo sobre la vida de los ciudadanos y en uno de sus improvisados discursos llegó a aseverar con una mezcla de soberbia y regocijo que “era el único amo y señor de la tierra de Haití”. “Reinaba como un monarca absoluto y su poder apenas conocía límites”, comenta el catedrático holandés de Humanidades, Frank Diköter.

El dictador sufrió algunos intentos infructuosos de desestabilización o derrocamiento de su presidencia. A finales del año 1964, dos jóvenes, del grupo opositor “Joven Haití” que entraron en el país procedentes de EE.UU. con la intención de derrocarle, fueron, tras ser capturados, atados a dos postes delante del cementerio de la capital y ejecutados públicamente delante de funcionarios, estudiantes y otras personas obligadas a presenciar este macabro espectáculo; una imagen estremecedora de los rebeldes cayendo bajo las balas de sus verdugos.

Otro acontecimiento dantesco que provocó repugnancia y un indescriptible grito y espanto en el país fue la condena a muerte en el mes de junio del año 1967 de 19 militares, acusados y juzgados, supuestamente, por alta traición y por conspirar para asesinar al dictador. Pese a algunas peticiones de clemencia que le fueron formuladas, incluso una procedente del Sumo Pontífice de entonces, el papa Pablo VI, el tirano se mostró implacable y comandó personalmente el pelotón que fusiló a los oficiales en una famosa mazmorra de la capital, suceso luctuoso ocurrido solo un par de meses después de su sexagésimo cumpleaños que fue ampliamente celebrado, entre otros actos, con diversos escritos laudatorios hacia él y con la reedición del carnaval de este año que fue llamado “carnaval de primavera”.

Dos semanas más tarde, ante una masa congregada delante de la escalinata del palacio presidencial, hizo prueba de un abominable cinismo y de una crueldad inusitada pronunciando un vitriólico discurso en el cual llamó nominalmente uno por uno a los militares ajusticiados, preguntándose “ ¿dónde está?”, contestando después con la palabra “ausente” tras citarlos y acabó su alocución afirmando: “ Han sido todos pasados por las armas”.

Haití vivió dos años de plomo (1968-1969) durante los cuales el régimen horadó sin ninguna pizca de conmiseración a sus adversarios, principalmente a los del Partido Unificado de los Comunistas Haitianos (P.U.C.H.), un partido clandestino que luchaba contra la dictadura y el autócrata convirtió a Haití en un bastión del anticomunismo en el contexto de la Guerra Fría. La dictadura, al igual que otros regímenes autoritarios, aplicó el método Sippenhaft que el nazismo puso en práctica tras el atentado frustrado contra el führer el 20 de julio de 1944 y que consiste en extender la responsabilidad penal de un sospechoso o acusado a sus familiares.

Este sofocante ambiente provocó el éxodo de un sinnúmero de haitianos deseosos de tener unas mejores expectativas de vida y porque las promesas esgrimidas por Duvalier durante su campaña electoral de reducir la pobreza, el analfabetismo y la injusticia fueron incumplidas. Pero el corifeo se enorgulleció mucho de haber dotado al país de un nuevo aeropuerto, capaz de soportar el aterrizaje de las aeronaves comerciales regulares y al que bautizó con su nombre.

Como suele ocurrir, el dictador tenía una tropa de aduladores, el culto a la personalidad se hizo patente y alcanzó dimensiones demenciales; en la prensa era honorado como “Líder espiritual de la nación”, “Apóstol del bien colectivo”, “Hombre más grande de nuestra historia moderna”, además de atribuirle méritos como historiador, etnólogo, poeta, etc... y su libro “Las obras esenciales” era de lectura obligada.

François Duvalier murió en abril de1971 a los 64 años de edad, víctima de una crisis cardíaca derivada de las complicaciones de la diabetes que padecía, y su vástago Jean-Claude, con solo 19 años, a quién había designado como su delfín a principios de año, le sucedió en la jefatura del Estado.

El pueblo haitiano siguió padeciendo pues, durante 15 años más, los horrores de la segunda versión de la dictadura personificada en su hijo y se calcula que entre 30 y 40 mil vidas humanas fueron cegadas, cifrándose un desfalco del erario público de más de 300 millones de dólares durante el período dictatorial protagonizado por la dinastía. Duvalier, médico de profesión, un pretendido intelectual, es uno de los que han infligido un invaluable daño a Haití.

El segundo personaje que nos ocupa, Mengistu Haile Mariam, es originario del Cuerno de África, concretamente de Etiopía. País que alberga en su territorio el “Desierto de Danakil” y a la iglesia Abuna Yemata Guh, es una nación con una rica historia, una diversidad lingüística acompañada de una apasionante cultura; ostenta un reducido, pero destacado, palmarés en los Juegos Olímpicos. Fue ocupado por Italia durante 5 años y estuvo durante más de 40 gobernado de forma despótica por Haile Selassie, el Rey de Reyes, un emperador envuelto en un halo de misterio, cuyo verdadero nombre es Ras Tafari Mekonnen, el profeta que el periodista jamaicano, Marcus Garvey, había vaticinado su inminente llegada.

“Fuera de Etiopía, Haile Selassie era objeto de culto religioso por parte de los rastafaris que lo veían como Dios encarnado, el Mesías que había vuelto para guiar a la gente negra a una edad de oro en la que reinarían la paz y el progreso”, alega Frank Diköter. Selassie dio origen al movimiento cultural y religioso, el rastafarismo que popularizó el icono reggae, el celebre músico Bob Marley. Entre los múltiples viajes que efectuó por el mundo, figura la visita relámpago que realizó, en 1966, a su homólogo el doctor Duvalier, siendo recibido en la capital haitiana a bombo y platillo.

Selassie sufrió un golpe de Estado en 1974, fruto de un inmenso descontento popular derivado de una sequía y una hambruna que asolaron el país, mientras que el emperador vivía en una insolente opulencia.

Mengistu Haile Mariam vio la luz treinta años después de Duvalier, bajo la ocupación italiana en mayo de 1937. Inició su formación castrense en la década de 1960 y egresó de la Academia militar en 1966. Tras graduarse, fue enviado años más tarde durante unos 6 meses a un campo de instrucción militar estadounidense. Es casi un desconocido en España, porque aquí se dedica una escasa atención a África y a los sucesos que acaecen en el continente negro. Mengistu, ocupando ya dentro de la jerarquía militar el grado de teniente coronel fue uno del centenar de oficiales que participaron en el destronamiento de Selassie y que formaron posteriormente una Junta Militar, conocida bajo el nombre de DERG (Consejo Administrativo Militar Provisional).

En el año 1975 murió el emperador en circunstancias hasta ahora no esclarecidas y se rumorea que fue asesinado por Mengistu. Después de unas luchas fratricidas dentro de la dirigencia, con varios asesinatos de por medio, este se erigió en el único presidente del DERG, puesto que ocupó durante los años 1977 a 1987, siendo en este último, tras aprobar por plebiscito una constitución, elegido en una Asamblea Nacional, jefe de Estado de la República Democrática Popular de Etiopía, al estilo de los países del este de Europa. La revolución etíope, desde sus inicios, se bañó en sangre; si Duvalier participó en el fusilamiento de 19 oficiales, al DERG no le tembló el pulso para ordenar la ejecución masiva y sumaria de 60 líderes civiles y militares del país, antiguos dignatarios del régimen imperial, hecho del cual, al parecer, Mengistu tuvo la principal responsabilidad, o al menos fue uno de los destacados autores intelectuales.

El nuevo dirigente orientó la política hacia el marxismo-leninismo, declarándolo obligatorio en oficinas, escuelas y fábricas, alineando a su país dentro del campo soviético, entre otros motivos por sus sentimientos antiestadounidenses, habiendo, supuestamente, sufrido la discriminación racial en Estados Unidos durante su estancia en el país. Propició también la confiscación de decenas de empresas y bienes de antiguos dignatarios del régimen imperial, elaboró una reforma agraria y puso en práctica unas políticas desarrollistas que tuvieron la oposición y hostilidad de las potencias occidentales dentro de la Guerra Fría.

El líder etíope escapó en el año 1977 a una tentativa de asesinato que dio lugar a una época llamada “Terror Rojo” que se extendió durante los años 1977-1978. Persecuciones, encarcelamientos sin garantías, torturas y ejecuciones extrajudiciales, a veces a la luz del día, fueron las notas dominantes que caracterizaron este período. También para amedrentar al pueblo, el líder ordenó que se exhibieran en la televisión estatal escalofriantes imágenes de cuerpos de presos destrozados bajo las torturas infligidas.

Etiopía dio mucho de qué hablar, en la segunda mitad del siglo XX, por dos conflictos bélicos, uno que le enfrentó a su vecino Somalia por el control del territorio fronterizo de Ogaden, que finalmente conquistó gracias al apoyo militar de las fuerzas de Rusia y de Cuba; y otro al Frente de Liberación de Eritrea, movimiento separatista, que acabó convirtiendo esta provincia, en 1993, en un nuevo estado del este de África.

La ofensiva conjunta de dos grupos guerrilleros, el F.L.E. y el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (F.D.R.P.E.) que también luchaba contra el gobierno, mermó considerablemente las fuerzas militares del régimen. La dureza de la guerra civil y las deserciones en las filas del ejército regular provocaron la huida del país del autócrata el 21 de mayo de 1991, día del quincuagésimo cuarto aniversario de su natalicio, y se refugió en Zimbabue donde el presidente Mugabe le ofreció asilo político, estableciendo allí su residencia hasta la actualidad y dejando un balance de 150.000 muertes.

Pese a haberse labrado la fama de tigre agazapado, el Comandante en Jefe del Ejército Revolucionario, el Líder revolucionario visionario y clarividente, apelativos por los que fue llamado, Mengistu tiene como activos, y eso conviene mencionarlo, sin que eso sirva desde luego de compensación, el hecho de haber reducido en un tiempo mínimo la tasa de analfabetismo y fue exento, al parecer por no existir indicios, de la acusación de corrupción económica, en el juicio que se celebró in absentia contra él en Etiopía. Acusado de genocidio en el año 2008, fue sentenciado a muerte. El gobierno etíope solicitó su extradición, pero la petición fue denegada.

Etiopía, antes llamado Abisinia, es, desde la aplicación del texto constitucional en 1995, una república con un presidente que cumple la función de Jefe de Estado con poderes limitados y un primer ministro, jefe de gobierno. Les asiste un sistema parlamentario bicameral.

Haití se encuentra desde finales del mes de abril gobernado por un Consejo Presidencial de Transición (C.P.T.) compuesto por nueve personas y con un primer ministro a la cabeza, el doctor Garry Conille. Este órgano colegial tiene la función de pacificar el país y de reunir las condiciones adecuadas para convocar elecciones presidenciales dentro de dos años. Una tarea colosal y ardua si tenemos en cuenta la dictadura impuesta por las bandas civiles armadas que operan desde hace años con total impunidad en el país, principalmente en la capital, Puerto- Príncipe. Además el Consejo no parece gozar a nivel popular de una gran estima. Haití, en estos últimos años, se ha debatido entre su degradación física, la miseria moral de sus dirigentes y el brutal hostigamiento de los grupos pandilleros.

El vil asesinato en julio de 2021 del presidente Jovenel Moïse y los desmanes del neurólogo Ariel Henry que ocupó el poder tras el magnicidio, hasta su dimisión forzada en abril pasado, son otros factores que han embarullado aún más el panorama político del país caribeño. Por otro lado, ha llegado el pasado día 25 de mayo al aeropuerto nacional Toussaint Louverture de la capital haitiana un contingente de 400 policías, de los 1000 esperados, procedentes de Kenia, fruto de un acuerdo contraído entre los dos estados, respaldado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y cuyo cometido es reforzar la capacidad de la policía haitiana para frenar la creciente inseguridad que asola Haití.

Pese al pesimismo, por otra parte comprensible, manifestado por algunos en cuanto al resultado satisfactorio de esta nueva misión, teniendo en cuenta el estrepitoso fracaso de las anteriores, el pueblo en general, cansado de tanta violencia que ha causado ya un número elevado de muertos y desplazados, guarda la esperanza de que sea el punto de partida de un mañana de luz.

Es indudable que el hombre desde los tiempos remotos parece tener una cierta predisposición para someter a su prójimo a su voluntad por distintas motivaciones e intereses: uno de los ejemplos más ilustrativos es el colonialismo y la esclavitud con sus nefastas e incuantificables daños como corolario. Abundan en el mundo dictaduras que emplean herramientas cada vez más sofisticadas y perfeccionadas para subyugar al pueblo.

Evocar o rememorar, no de forma morbosa, los acontecimientos puede ser un potente antídoto al servicio de las generaciones futuras para frenar o enfrentarse a las maniobras espurias, y frustrar las tentativas o añagazas de todo tipo, orquestadas por algunos políticos que manifiestan la voluntad o el deseo de reeditar execrables prácticas autoritarias, porque como dijo el pensador español George Santayana: “ aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

El autor es médico-psiquiatra

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