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- 20/04/2025 00:00
Domingo de Pascua y defensa de la dignidad de la patria
En tiempos de incertidumbre y desafíos, tanto personales como colectivos, la Pascua cristiana se presenta como una oportunidad no solo de renovación espiritual, sino también como una fuente profunda de reflexión sobre los valores que sustentan nuestras vidas y nuestra nación. Más allá de su significado religioso, el Domingo de Pascua, que celebra la resurrección de Jesucristo, encierra un simbolismo que trasciende credos: el renacimiento después del sufrimiento, la esperanza que no muere, y la dignidad restaurada. En este contexto, resulta inspirador conectar este mensaje con una causa igualmente sagrada: la defensa de la dignidad de la patria.
En ese sentido, le dedico esta glosa a vincular el simbolismo del Domingo de Pascua con la defensa de la dignidad de la patria. Espero provocar una reflexión poderosa y cargada de sentido histórico, ético y espiritual.
Comencemos subrayando que, así como la Pascua representa el renacimiento después de la oscuridad y el sacrificio, la defensa de la dignidad de la patria también surge —en nuestro caso— de la crisis provocada por el supuesto amigo del Norte, quien busca —esgrimiendo mentiras y pasando por encima de nuestra Constitución, leyes y tratados— quitarnos nuestro canal. Entonces panameños, el camino hacia la dignidad es un proceso de resurrección nacional. Estamos obligados a levantarnos con identidad renovada y con la frente en alto a defender nuestra patria.
Por otro lado, el mensaje de la resurrección que celebramos este domingo la inmensa mayoría de los panameños, es que la esperanza no muere, incluso frente a la opresión o la pérdida. No podemos darnos por vencidos. Es obligatorio defender nuestra soberanía desde una convicción profunda de que vale la pena luchar por la libertad y el respeto. Es una esperanza que se alimenta no solo de ideales políticos, sino de valores profundamente humanos y espirituales.
A estas alturas del artículo, debe ser claro para todos que la dignidad nacional es un valor sagrado. Cristo resucitado encarna la victoria de la verdad, la justicia y el amor. De manera similar, cuando Panamá defiende su dignidad, está afirmando su derecho a existir con justicia, a tomar sus propias decisiones, a vivir sin imposiciones externas. Esa defensa, cuando es pacífica y firme, es un acto de fe en los valores más elevados de la humanidad.
La Pascua no es solo volver a la vida, es volver transformados. Una nación que defiende su dignidad sin odio, con visión de futuro, con conciencia de su historia, se convierte también en una patria nueva. No una que busca revancha, sino una que florece desde el reconocimiento de su valor intrínseco y el respeto por los demás.
Entonces, conciudadanos, defender la dignidad de la patria no es solo un acto político o militar; es, ante todo, un acto espiritual y moral. Es afirmar que los panameños tenemos derecho a existir con justicia, a determinar nuestro destino, a cuidar nuestra memoria, nuestra cultura y nuestros sueños. En esa defensa, que tenemos que desarrollar por vías diplomáticas, legales y pacíficas, se refleja el mismo espíritu de la Pascua: la no resignación ante la injusticia, la firmeza serena, la esperanza activa.
Ya lo hicimos una vez. Soportamos por décadas la injusticia de ver parte de nuestro territorio administrado por una potencia extranjera. Pero no renunciamos. Con voz firme, construimos un discurso que apeló a la conciencia internacional. Nuestro mensaje fue claro: “el canal es panameño”. Y ese mensaje, como una oración colectiva, fue escuchado. En 1999, con la entrada en vigor de los Tratados Torrijos-Carter, y se cumplió esa resurrección nacional. No hubo violencia; hubo dignidad, y alcanzamos la reversión del Canal de Panamá.
Pero esta defensa no se limita al pasado. Cada generación está llamada a renovar esa resurrección patria. Implica cuidar la democracia, exigir transparencia, rechazar la corrupción, proteger los derechos humanos, promover la equidad. No basta con haber recuperado la soberanía: hay que honrarla en el presente. Como el mensaje de Pascua, que no concluye con la resurrección, sino que invita a vivir una nueva vida, también la dignidad de la patria exige ser cultivada, alimentada, renovada constantemente.
La Pascua y la patria, entonces, no están tan lejos. Ambas nos hablan de una lucha por lo esencial: la vida, la justicia, la libertad. Ambas nos recuerdan que la esperanza no es un lujo, sino una necesidad. Y que renacer —como personas y como pueblo— es obligatorio.
En este Domingo de Pascua, celebremos también la posibilidad de ser una patria más justa, más fraterna, más digna. Que el ejemplo de la resurrección nos inspire a levantar la mirada y a seguir construyendo, con fe y con firmeza, el futuro que merecemos.