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- 20/04/2025 00:00
La madrugada del 8 de abril de 2025 quedará grabada en la memoria colectiva de la República Dominicana. Un instante de celebración se convirtió en pesadilla, cuando el techo de la discoteca Jet Set colapsó durante una presentación del icónico merenguero Rubby Pérez. Más de 220 personas perdieron la vida y cerca de 180 resultaron heridas. Entre los fallecidos se encontraban empleados del local, figuras públicas, artistas, deportistas y ciudadanos que solo querían disfrutar una noche de música, alegría y reencuentros.
Frente a la conmoción y el dolor, solo queda hacernos conscientes de una gran verdad: la vida es un instante. Un momento estamos riendo, bailando, planeando; al siguiente, puede que nada de eso exista. Vivimos creyendo que el tiempo es eterno, pero cada día nos demuestra lo contrario.
Esta tragedia no solo nos sacude por la magnitud de la pérdida, sino también por el mensaje que deja en el fondo del alma: no podemos posponer lo esencial, porque a fin de cuentas, solo somos instantes. El amor, los abrazos, las palabras que sanan y los gestos que construyen puentes no deben guardarse para “otro día”. Porque a veces ese día no llega.
Rubby Pérez no solo era un artista; era una voz del pueblo, un símbolo de identidad cultural, un hombre que entregaba su vida sobre el escenario. Morir mientras hacía lo que amaba es, quizá, una manera poderosa de recordarnos que el propósito está en vivir con entrega total, incluso en medio de lo incierto.
Cada víctima tenía un nombre, una historia, una red de afectos. Cada una de las historias de vida que allí se perdieron, nos interpela: ¿estamos viviendo de forma significativa? ¿Estamos dejando un legado de amor?
“El propósito de la vida es plantar árboles bajo cuya sombra uno no espera sentarse”, escribió Nelson Henderson, agricultor y empresario canadiense del siglo XX. Esta frase encierra una verdad profunda: estamos llamados a sembrar amor, compasión y propósito no solo para nosotros, sino para quienes vendrán después.
Que esta tragedia nos conmueva, pero también nos transforme. Que el dolor no sea solo duelo, sino semilla de una vida más consciente. Una vida en la que honremos cada instante y, sobre todo, en la que dejemos un legado que no se mida en cosas, sino en el amor que fuimos capaces de dar.