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- 01/11/2023 00:00
Despotismo inflacionario
El temor –algo tan natural en nuestra especie animal– se genera cuando percibimos una amenaza real o padecemos el poder de terceros.
Distingo dos tipos de despotismo; el ejercido en el ámbito privado y el que se manifiesta en el ámbito público. Este último es el trato abusivo o cruel de la autoridad contra las autoridades menores y/o contra el pueblo.
El despotismo se alimenta de nuestro temor a perder la vida o la libertad. En la medida que el temor se expande colectivamente adquiere dimensiones insospechadas ya que, si pudimos preservar la vida, tememos que nuestra libertad sea conculcada por quienes pueden disolver mi bolsillo, 'el órgano' más sensible del cuerpo humano.
La historia, magíster vitae -maestra de la vida- nos recuerda las formas y caretas del despotismo ejerciendo el poder. Para el señor de la Bréde y barón de Montesquieu, el despotismo era una de las tres formas de gobierno, junto con la república y la monarquía, y no era cosa nueva. Registraba despotismos en el imperio romano -también llamado desde entonces cesarismo- en sociedades asiáticas y en reinos, principados y señoríos de la Edad Media y del Renacimiento, no escapando algunos papados de la poderosa familia Medici.
Por razones de espacio me limitaré a recordar algunos. El cardenal de Richelieu ejerció el despotismo centralista y gestor, Mazarino y el despotismo cultural y diplomático; ambos, hombres gravitantes del reinado de Luis XIV, el rey Sol. Tiempo después y barnizando las cosas, el imperio de Federico II de Prusia estrenó -o fue llamado así- el despotismo ilustrado.
Corrían los días de la revolución francesa y los jacobinos masificaron el despotismo de masas, pasando por la horca al antiguo régimen y sepultando la monarquía. El incorruptible juez penal de Arrás y muy temido Maximilien Robespierre, líder del Comité de Salvación Pública -más conocido como el Régimen del Terror- estrenó el despotismo filudo. Descabezó a miles de franceses con el invento del cirujano Guillotin. Decretó la decapitación en las plazas con la guillotina, argumentando que la “cuchilla perfecta” garantizaba la igualdad de los hombres ante la muerte.
Medio siglo después, Karl Marx encontró que en sociedades orientales se había ejercido el despotismo tributario aludiendo a Egipto, China y al apogeo babilónico. Según él, las castas militares y civiles encogían las libertades de sus súbditos, vaciándoles los bolsillos con insufribles impuestos.
También en nuestra región hemos padecido regímenes despóticos que podemos tipificar. Sin referirnos a despreciables déspotas de reciente data para evitar enconos, en mi país Simón Bolívar ejerció el despotismo caudillista cuando lo encumbramos dictador supremo poco después de declarar nuestra independencia. Bolívar apadrinó a Sucre para ejercer el despotismo separatista, logrando mutilar el territorio peruano inventando Bolivia.
Al sur, Juan Manuel de Rosas acumuló tal fuerza comandando la provincia de Buenos Aires –un feudo de Sergio Massa– que también condujo las relaciones exteriores de la poderosa confederación a la que se oponía. El caudillo Rosas, mediante un plebiscito -imagínense dicha consulta en tan vasta extensión- asumió “la suma del poder público” en 1835 emulando el despotismo centralista galo.
Venezuela –fiel a lo que parece ser su gen político– estrenó otra variante, el despotismo desarrollista, con Antonio Guzmán Blanco. Gobernó -con pequeñas pausas- casi 18 años ejecutando muchas de las obras públicas con las que se enriqueció impune e impúdicamente con sus adictos.
En México, Porfirio Díaz gobernó 35 años sin miramiento alguno. Dispuso de cuanto quiso sellando en su tierra el despotismo militar y el paraguayo Alfredo Stroessner detentó el despotismo nazista -revestido de nacionalista- por cuanto envileció sin piedad a todos quienes lo desafiaron. Su presidencia protegió a importantes y siniestros nazis, proveyéndoles de anonimato, negocios, recursos, tierras y más.
El ecuatoriano García Moreno revivió el despotismo político-clerical acuclillando a sus opositores por luengos años hasta que lo asesinaron y Jorge Ubico, en Guatemala, impuso el despotismo legislativo por más de una década.
Habiendo mencionado sucintamente solo algunos distintivos despóticos, observo sin piedad ni perplejidad los resultados recientes de las elecciones argentinas. ¡No se diga más! Los ciudadanos elegimos a las autoridades a las que nos parecemos. Así lo determinan los números de la democracia representativa, la menos imperfecta de todas las formas de gobierno conocidas.
Es moneda común sostener que la inflación es el más injusto de los impuestos. Añado, es el más compulsivo y el único infranqueable porque hay forma de zafarse de él, nos cae a todos y los que más se perjudican son aquellos que no pueden paliar la prolongada tormenta con ahorros en moneda dura o con propiedades.
El multipropósito funcionario kirchnerista Sergio Massa generó la mayor inflación regional anual como ministro de Economía y resultó el más votado. Entre otros, manipuló el miedo presentándolo como apocalíptico, incrementó desde su cargo la cocaína asistencialista y ahora pretende renovar –habrá más vagos votando y menos ausentismo- el despotismo inflacionario.