• 17/09/2024 00:00

Delincuencia y resocialización

El tema medular en el asunto de la violencia de pandillas es que el problema no solo compete al Estado, sino a un grupo mucho mayor de actores...

Durante cerca de siete años laboré como docente en varios centros de custodia y cumplimiento de menores y puedo dar fe de muchas situaciones que allí se viven y que desconocen por completo muchas autoridades que les atañe el asunto, o por otro lado, algunos prefieren maquillarlas para no enfrentar el problema como debe ser.

El tema de la resocialización de menores infractores se ha tomado a la ligera y con politiquería. Cada vez que los centros penitenciarios eran visitados por algunas autoridades o invitados de otros países, solo se les mostraba la parte “bonita” de la resocialización y solo se sacaban al acto de protocolo a los privados de libertad que ya estaban “entrenados” para decir cosas “buenas del centro”. A los que se “portaban mal”, que constituía la mayoría, no los sacaban porque no beneficiaba a la “taquilla” a la hora de las fotos.

A los centros penitenciarios de menores llegan distintos tipos de jóvenes con sus perfiles muy característicos:

En primer lugar, están los jóvenes que incurren en algún delito motivados por la rebeldía y porque no saben controlar su ira. Este grupo de jóvenes debió ser atendido en las escuelas por profesionales de la salud mental antes de que ocurriera su infracción, mas no se hizo por múltiples motivos.

En segundo lugar está el grupo de jóvenes que, al no encontrar puertas abiertas para desempeñar una actividad laboral por la serie de requisitos que se les exige, les resulta más atractivo robar o traficar con drogas, ya que si “logras coronar” son muchos buenos billetes que te llevas al bolsillo. Aquí entra en escena la presión de grupo de aquellos jóvenes que supuestamente les ha ido bien en los negocios ilícitos.

En tercer lugar, están los jóvenes que provienen de las llamadas “familias disfuncionales”, en las cuales casi todos los miembros que la componen son delincuentes y se encuentran pagando una condena. Tristemente, debo decir que me encontré con jóvenes privados de libertad cuyos padres también se encontraban pagando condena en los centros penitenciarios para adultos.

Los jóvenes infractores de familias disfuncionales son los que constituyen la subcultura delincuencial, la cual es difícil de combatir puesto que ellos se manejan con antivalores que orientan su cotidianidad.

Dentro de los centros de custodia y cumplimiento, los menores infractores que por primera vez ingresan admiran las historias narradas sobre el mundo criminal contadas por aquellos con más experiencia y que son integrantes de familias disfuncionales.

Una cualidad que distingue a este tercer grupo de menores infractores es que son muy observadores y diestros en el arte de la manipulación. Saben a quiénes pueden elegir para que los protejan y les faciliten cosas mientras están detenidos. Dentro de este personal reclutado por ellos se encuentran los custodios, personal de mantenimiento y técnicos que atienden sus problemas que fácilmente compran sus “historias tristes”.

Las medidas de fuerza en comunidades catalogadas como zonas rojas y los toques de queda para menores prácticamente no resuelven nada, ya que muchos de los delitos y homicidios ocurren durante el día.

El tema medular en el asunto de la violencia de pandillas es que el problema no solo compete al Estado, sino a un grupo mucho mayor de actores, entre el que se encuentran la familia, la escuela, las iglesias, clubes cívicos, medios de comunicación, autoridades locales etc. Si se sigue contemplando este problema desde una sola instancia, será más de lo mismo: un salto al vacío.

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