• 26/12/2022 00:00

Decodificando valores: Tradiciones (I)

En esta época de fiestas, religiosas como deportivas, nos preguntarnos ¿por qué estas tradiciones nos emocionan tanto? y ¿cómo estas tradiciones influyen en nuestras vidas?.

En esta época de fiestas, religiosas como deportivas, nos preguntarnos ¿por qué estas tradiciones nos emocionan tanto? y ¿cómo estas tradiciones influyen en nuestras vidas?

Estos eventos, ya sean en un estadio, iglesia o en el comedor de nuestra casa, nos conmueven y estimulan por una necesidad inherentemente humana a una unión social basada en un pasado común.  Una simple reunión social, como una noche en la discoteca, por más divertida que sea, no se compara con el mismo evento contando los segundos para la medianoche.  Esto se debe a que esta reunión social de año nuevo es celebrada por una gran parte del mundo, al mismo tiempo, hace años. Además, esta tradición internacional puede hasta incluir una personal.  Por ejemplo, de niño le decía a mi mamá faltando unos segundos para cada año nuevo, "¡nos vemos el otro año!" y al cerrar y abrir los ojos declaraba "Te ves igual que el año pasado!".  Esta es una tradición privada que tenemos hasta hoy y da mayor significado a la tradición social.  De igual forma el cumpleaños: aun siendo una celebración personal, está enmarcada en una tradición añeja e internacional que incluye pastel con velas, regalos y su reconocible canción.

La palabra tradición viene del latín tradere que significa transmitir.  Según el diccionario, la tradición reúne el conjunto de valores, creencias, costumbres y enseñanzas transmitidas de padres a hijos.  Dentro de esta amplia definición pudiera incluirse la religión, el patriotismo, el fanatismo, el tribalismo y demás _ismos, pero no solo.  La tradición tiene un enraizamiento mucho más profundo, emocional y familiar que estos marcos sociales que, aunque aportan gran significado a nuestra vida, menos influyen en nuestro comportamiento, destino y sobrevivencia.

La tradición no son solo costumbres religiosas o afinaciones sociales o deportivas, sino incluyen los valores que recibimos en la casa, desde la infancia, con los actos y decisiones de nuestra familia. Estos forman la base de nuestro entendimiento del mundo, mucho antes que nuestra mente pueda entender conceptos más complicados como deporte, religión o patria, basados en una evolución social mucho más amplia y compleja.

Fiestas tradicionales, ya sean Navidad o Janucá, un partido deportivo o un cumpleaños, nos emocionan pues han sido inculcados desde la infancia por nuestra familia que a su vez la recibió en su niñez, creando así una cadena social de transmisión de valores.  Al "celebrar" estos eventos, se nos inculcan importantes valores como el de dar (un regalo), compartir (una cena de navidad o afición a algún deporte), de alegrar a otros (cumpleañeros), humor (ante un simple cambio calendario), el de ser un buen anfitrión o huésped y la lista es larga.  Estos valores no se limitan a estos eventos, sino que forman parte de quienes somos luego influyendo nuestras opiniones y decisiones adultas.

Por ejemplo, personas criadas en una sociedad sin tradiciones sociales o religiosas (como en la época comunista antes de 1989) pueden considerar a la guerra como un camino lógico para avanzar su sociedad, inclusive justificándola con el deseo de regresar a esa época de su niñez.  Lastimosamente, demasiadas personas viven hoy sin saber cómo regocijarse ante la dicha de otros o estar atentos ante las necesidades de otros.  Esto es una influencia negativa en una sociedad alegre y próspera que es posible proviene de una falta de tradiciones positivas.

La humanidad ha progresado gracias a muchas de estas tradiciones las cuales contrarrestan la tentación negativa, también humana, de encerrarnos o concentrarnos en nosotros mismos o de colmar nuestras necesidades, físicas como mentales, con medios violentos, tecnológicos, materiales o químicos, todos negativos, que nos alejan de nuestra humanidad social innata. Este progreso social se ha dado gracias a las tradiciones, muchas de ellas plasmadas en escritos clásicos como la sagrada biblia.

Pero este progreso no es fácil e incluye "amenazas". El "smartphone", aun con sus obvias ventajas, nos seduce como la serpiente a Eva a aislarnos socialmente.  Ya no hay que ir al supermercado o a una cita o conversar cara a cara.  Podemos saciar nuestras necesidades prácticas y profesionales "chateando" con cien personas por día o mandando selfies y recibiendo likes.  Pero todo esto es una conexión artificial, antisocial.  Ya muchas personas no son capaces de ver a alguien en los ojos, lo que no es solo una falta de respeto, sino una falta de humanidad pues esta alienación puede afectar negativamente, no solo su conducta, sino decisiones cruciales, inhumanas, que toman.  Ya existen empresas que despiden a sus empleados con un email o parejas que se separan con un mensaje de WhatsApp considerando el emoji de cara triste lo dice todo.  Ya veremos en unas décadas, cuando los jóvenes de hoy sean líderes, como habrá influido crecer con esta condición, quizás con consecuencias más negativas que las de la pandemia.

Para contrarrestar esta tendencia humana a buscar el "sendero fácil" fueron creadas las tradiciones, las cuales deben ser alentadas, también entre adultos, pero especialmente con nuestros hijos. Quitarles el celular o castigarlos por ver Youtube solo traerá antagonismo. Tan solo debemos invitarlos a la cena familiar, sin distracciones, y conversar con ellos sobre su día, sus logros y angustias, orientándolos a ver a otros no como seres distantes o virtuales, sino como las personas, frágiles y emocionales que somos.  Para mí, esta es la mejor tradición que debemos celebrar y transmitir.

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