• 26/06/2024 23:00

Decodificando valores: juicio y verdad (I Parte)

El entendimiento de la verdad es tan complicado que creó una rama de la filosofía: la epistemología, “estudio de la verdad” etimológicamente. Esta rama explica cómo en el pasado se creyó que el planeta era plano, por ejemplo

¿Será posible que dos personas miren lo mismo, lo describan diferente y que ambos tengan la razón? Claro que sí: tan solo siéntese en frente a alguien y dibuje un 6 (el otro verá un 9). ¿Será posible que una persona no sea capaz de describir lo que ve? Afirmativo. Dibuje un triángulo de 0.1 mm de ancho, cualquiera que no sea Superman verá un punto y no un triángulo.

Esto significa que no debemos confiar en todo lo que vemos o juzgar a una persona tan solo por tener un punto de vista diferente. Uno de nuestros más difíciles retos es entender lo que los demás entienden, como dice la expresión “calzar sus zapatos”. Aun así, la verdad es y será única, el problema siendo como recibirla, procesarla y reflejarla.

El entendimiento de la verdad es tan complicado que creó una rama de la filosofía: la epistemología, “estudio de la verdad” etimológicamente. Esta rama explica cómo en el pasado se creyó que el planeta era plano, por ejemplo. Las personas no eran estúpidas, pero carecían de las herramientas, como el telescopio, además que estaban influidas por creencias paganas como que el mundo fue creado por dioses. Lo triste es que aún hoy en día, décadas después de la conquista del espacio, existen aquellos que aún “creen” que el mundo es plano. Debemos reconocer, aun con toda la evidencia empírica, “la estupidez es infinita”, explicó Einstein.

Pero aun considerándonos “inteligentes”, apreciar a la verdad puede ser problemático en otros niveles, éticos y morales. Primero, aunque muchos la valoremos, la abandonamos apenas conflictúe con algún interés propio tangible. Seremos sinceros a menos de que eso nos perjudique, ya sea física, monetaria o psicológicamente. Segundo, la verdad es uno de esos valores con un estándar doble: esperamos siempre sinceridad de los demás, aunque nosotros mismos no lo seamos: “malvados” quienes nos mienten, pero nosotros siempre tenemos una “buena razón”. Tercero, la verdad depende mucho del contexto. No es lo mismo matar en defensa propia en el campo de guerra que en un parque con niños. Cuarto, confundimos la verdad con el poder. O sea, tendemos a creer, casi ciegamente, a quien se encuentren en una posición privilegiada, como un CEO, presidente o primer ministro. Aún peor, muchos creen a cualquiera burrada que sale de la boca de un cantante o actor exitoso solo por el hecho de ser fanáticos de su arte.

Sinceramente, estoy de acuerdo con la distorsión de la realidad, pero hasta cierto punto. La verdad absoluta puede causarnos problemas. Así miento al contestar que “estoy bien” (para no invocar un sentimiento de lástima en los demás) o le doy la razón a la esposa (aunque esté 100% equivocada) para evitar una discusión.

La gran diferencia entre los honestos y los descaradamente mentirosos está en que tan lejos estamos dispuestos a justificar una mentira. Conozco a personas que mienten sin una razón práctica. Entiendo si alguien miente para no ser castigado, como un niño. Pero muchos mienten para llamar la atención, entretener, causar un drama o simplemente para sentirse mejor, sin considerar las consecuencias. Existen aquellos con un “fetiche” tan grande por la atención o por alimentar su baja autoestima, que están dispuestos a mentir descaradamente tan solo para satisfacerlo. Y la pregunta es ¿qué tanto estamos dispuestos a arriesgarnos a que nuestra mentira sea expuesta, causándonos un posible daño o, aún peor, un daño a otra persona, quizás a un amado?

En mi experiencia, este riesgo ha subido en las últimas décadas debido a varios factores interconectados. El valor de la verdad y la autoestima han declinado culturalmente como las acciones de Fannie Mae en el 2008. En contraste, las “acciones” del tribalismo, el progresismo extremo (los “woke”) y la hipersensibilidad están por el cielo. El valor de la verdad está tan bajo que se han inventado innecesarios eufemismos a la mentira como la “no verdad” o “verdad alternativa”. Muchos, inclusive en los medios de comunicación en masa, confunden terriblemente entre hechos y opiniones. La tierra es esférica, en el holocausto se asesinaron a millones de judíos, Trump perdió las elecciones del 2020, son hechos. Opiniones, que son un juicio, son “para conseguir la paz el ejército debe atacar, para mejorar la economía hay que subir los impuestos, tal edificio es feo, ella es una traicionera, etc.”

Nuestra triste realidad es que necesitamos de opiniones para poder ser civiles, pues estas conllevan un pronóstico del futuro. Por ejemplo, nadie sabe con seguridad si se bajan impuestos el bienestar del pueblo mejorará. Es posible que el pueblo gaste más, el desempleo disminuya, pero es posible que los servicios públicos empeoren, el crimen suba (por haber menos policías), la educación decline, etc. Al final, decisiones sobre nuestro futuro como que empleo aceptar o si subir o bajar impuestos siempre estarán basadas en un juicio o una política que, aunque puede estar basada en la estadística, el flujo del efectivo, la tasa de desempleo y en tantos otros factores medibles, no pueden con seguridad determinar el futuro. En la segunda parte de este artículo reflexiono en cómo podemos mejorar nuestro juicio.

El autor es arquitecto
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