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- 29/09/2021 00:00
Decodificando valores: 'id' virtual
El “id” es la parte irracional y emocional de nuestra mente satisfecha por experiencias personales, limitadas hasta hoy por un espacio físico. Ahora vivimos un proceso en que la juventud vive cada más dentro de una comunidad virtual que puede ser mucho más grande que su escuela o barriada y con la tecnología de hoy pueda compartir detalles íntimos de su vida, mucho más de lo que pretendió. Esta sobreexposición puede tener consecuencias positivas como compartir nuevas ideas con un público más amplio, una mayor aceptación, un sentido de pertenencia, importantes para el desarrollo personal. Pero puede traer también consecuencias negativas. ¿Cuántos jóvenes de hoy valoran más su apariencia, la forma en que los demás los ven, a su apreciación personal? ¿Cuántos de ellos son afectados, hasta llegar a una depresión, si sus ambiciones no son realizadas, si no reciben suficientes “likes”? Ya se está analizando lo que es la adicción a las redes sociales y el pronóstico no es alentador.
Me parece que esta necesidad de moldear nuestras vidas según lo expuesto en “las redes” es una compensación ocasionada por el distanciamiento físico causado por el uso de estas mismas redes sociales, enfatizados en esta pandemia que nos obligó a separamos más. En vez de comunicarnos en persona, usando nuestro lenguaje verbal y corporal, lo hacemos por mensajes cortos, fotos o los famosos “emojis”, como un “retro” a la era jeroglífica egipcia.
¿Cómo nos afecta psicológicamente este nuevo lenguaje? En muchos casos es solo un complemento a una vida rica, social y física. En otros, puede ser un escapismo al contacto humano perdido, a emociones de frustración y, como en SIM CITY, una forma de vivir una vida virtual, filtrada, que, en nuestras frágiles mentes, quizás corruptas por una sociedad crecientemente más prejuiciosa, nos parezca mejor que la real. Y ya hemos visto cómo este nuevo paradigma virtual afecta nuestra vida real, física: niñas pidiendo cirugías para verse como un filtro de Instagram o niños imitando a su “id” de los juegos de video violentos, muchas veces cayendo en el crimen y mal comportamiento. Existen ya personas que prefieren vivir según su “id” virtual, ya sea en Facebook o en Instagram, a su vida física, pues este “yo”, compuesto de fotos, de “likes”, de “shares”, es más atractivo que su “yo” físico, creando una falsa percepción la vida misma debe ser más parecida en las fotos en Instagram y menos como me veo en el espejo.
Esto pasa, pues el borde entre lo real y lo virtual se ha obscurecido. Para corregir esto se necesita de un sólido sistema educativo, real, con profesores capacitados; y unos padres que estén siempre conscientes y alertas sobre los cambios en el comportamiento y la actitud de sus hijos. Los jóvenes carecen de la madurez de ver que la vida no es una foto de Instagram. Así como niñas se frustran por no verse como una modelo; toda una generación está creciendo con la idea de que otros viven en un permanente estado de fiesta, vacación o comiendo en restaurantes chef, pues estas son las fotos que publican en su “cuenta social”.
La pandemia ha acelerado esta virtualización y aun pensando que este reto sería temporal y regresaríamos a un mundo físico y normal pronto, parece hoy que esta carrera es una maratón. Y, para triunfar y no llegar sin aire a la meta, debemos hoy dedicarnos a moldear jóvenes ciudadanos a distinguir entre su mundo real y virtual, jóvenes dispuestos a dudar, a pensar por sí solos, a filtrar la vasta cantidad de información expuesta para reconocer la verdad, la realidad tal como es, sin cuentos y narrativas que hasta hoy estuvieron limitadas a un pequeño grupo de extremistas. Debemos enseñarles que, aún con la distancia, un abrazo es más importante que un “like”, que la ayuda al prójimo es más importante que un nuevo iPhone, que las personas son bellas según sus acciones y menos según su guardarropa, que el éxito es producto del arduo trabajo y menos de la popularidad.
Así como la nicotina, las redes sociales están creando una adicción perjudicando nuestra personalidad. No podemos darnos el lujo de no hacer nada hoy y descubrir en unas décadas, después de que estos jóvenes maduren y se conviertan en nuestros líderes y profesionales, los efectos negativos de esta generación virtual, para entonces ya será muy tarde.