• 28/08/2024 23:00

Decodificando valores: ¿es nuestra mente una democracia? (I parte)

Asumo que nuestra mente, para sentirse segura al tomar una decisión correcta, necesita de una mayoría absoluta, o sea, el acuerdo de más del 50 % de estas voces “parla-mentales”. Pero si existen más de dos opciones, algo común, nuestra mente puede dudar, incapaz de tomar una decisión

¿Cuántas veces se ha sentido indeciso o ha “discutido consigo mismo” o ha tomado una decisión errónea aun conociendo la correcta? Aunque tengamos un solo cuerpo, una sola alma y un solo cerebro, nuestra mente, aquel misterioso ente superior que determina quiénes somos y qué hacemos, está compuesta de muchas “voces” que, aunque son todas nuestras, varían en un rango paradigmático enorme, hasta entrando en graves conflictos.

Mark Manson describe en sus libros que nuestra mente se divide en la emocional y la lógica. Biológicamente, en el lóbulo frontal del cerebro se concentran funciones cognitivas y del movimiento, pero también la emoción. Personas con daños en esta área se convierten en apáticas e insensibles.

Cada uno de estos dominios son heterogéneos, representando muchas voces, a tiempo simultáneo y conflictivo. Las emociones varían desde la empatía hasta el odio y la violencia. La lógica, quizás menos impulsiva, depende de la información recibida, pudiendo afectar negativamente nuestros sentimientos, como cuando nos negamos a investigar una realidad negativa, con graves consecuencias (como un diagnóstico).

¿Cómo podemos entender esta aparente dicotomía oxímoron? Para mí, la mejor analogía es la de los partidos políticos. Supongo que los partidos (que representan a una parte de la sociedad) funcionan según una base común, ya sea conservadora o liberal. Aun así, cada uno de sus adherentes tiene sus propias opiniones y experiencia que influyen en sus votos y decisiones. Si suponemos, nuestra mente funciona según una ideología, irónicamente la del bienestar del individuo, este puede incluir cientos de interpretaciones que influyen a nuestro centenar de decisiones diarias que determinan nuestro bienestar. Al final, sin importar cuantas discusiones se hacen entre todas estas voces, el individuo debe tomar una decisión y la pregunta es, ¿cómo decidimos?

Asumo que nuestra mente, para sentirse segura al tomar una decisión correcta, necesita de una mayoría absoluta, o sea, el acuerdo de más del 50% de estas voces “parla-mentales”. Pero si existen más de dos opciones, algo común, nuestra mente puede dudar, incapaz de tomar una decisión. Según sea el caso, entre una decisión crítica como comprar una casa, o alguna insignificante como qué vestir, la discusión puede crecer exponencialmente con cada una de estas voces exponiendo su punto de vista con el propósito de conseguir esa mayoría. En el peor de los casos, nos estancamos sin una decisión o tomamos una, incluso importante, sin el acuerdo de una mayoría mental o sin información intuitivamente.

Científicos acuerdan que el intestino juega un papel importante en nuestro comportamiento y emociones (justificando la vieja expresión “del estómago”, del inglés gut feeling). Así, para decidir, no solo las distintas voces de la mente deben estar coordinadas, sino también el cuerpo entero. El corazón (considerado en la antigüedad como la mente) también juega un papel importante y, creo hoy, científicamente, todavía no se ha determinado hasta cuánto.

Regresando a la original premisa, aún dentro de ambos “partidos” existen voces conflictivas y la pregunta es cuál rige. A la lógica puede no importarle que de vez en cuando compremos un tiquete de lotería o a la emoción de que no vayamos a una fiesta que está a dos horas de distancia. Pero muchas veces entramos en un conflicto agrio y hasta fatídico de forma diaria, lo que puede agobiarnos hasta un cansancio y frustración extremos. Por ejemplo, muchas veces dudamos cómo reaccionar a un conflicto (pelear o no), quejarnos de algo, tomar una iniciativa agresiva, etc. Muchas personas fueron educadas y hasta disfrutan de conflictos, pero otro grupo de personas los detestan y hasta prefieren rendirse antes de pelear. Me parece que esto se debe a que las partes emocionales de la mente no han sido entrenadas para el conflicto.

En la prehistoria, supongo, el que no peleaba moría, así que no había mucha elección. Pero en la modernidad los conflictos no son tan existenciales y es posible que nuestra mente prefiera salvarse del “dolor de la pérdida” antes de luchar.

La pregunta es ¿qué tanto la emoción controla estas voces?, las cuales gritan por nuestra atención y quizás las más extremas, según las circunstancias, nos podrían dominar creando una grave cacofonía enloquecedora.

En decir, dentro de cada uno de estos partidos existe un amplio rango de “opiniones” que en momentos difíciles te gritarán al unísono, confundiéndote, así piensas “¡no sé qué carajo hacer!”. En la segunda parte expondremos las opciones.

El autor es arquitecto
Lo Nuevo
comments powered by Disqus