La Ciudad de Saber conmemoró su vigésimo quinto aniversario de fundación con una siembra de banderas en el área de Clayton.
- 31/10/2024 00:00
Decodificando valores: beligerancia
La cima del grupo Brics en Rusia me recordó una película americana estrenada a finales de 1997: Wag the dog (“Cortina de humo”, en español: desviar la atención pública a un tema para disminuirla de otro). En su trama, un desesperado presidente americano inventa al estilo Hollywood una guerra en Albania para quitar la atención pública sobre su escándalo sexual, conservando su poder. Irónicamente, en agosto de 1998 el gobierno de Clinton aprobó un ataque en Sudán después de su escándalo con Lewinsky, ¿Acaso la realidad imita al arte?
Clinton podría haber renunciado como lo hizo Nixon un cuarto de siglo antes. Pero los líderes políticos de las últimas décadas se aferran al poder más que nunca, casi como una adicción. Y ¿por qué no? En su posición reciben respeto, plata y control sobre el destino del pueblo, reforzando el ego lastimado por una cultura materialista y superficial. Pero ¿cómo un mediocre líder se aferra al poder? Si en pasados imperialistas previos a la documentación en masa se usaban la violencia y el miedo para dominar al simple campesino, en esta modernidad del código abierto se usan la violencia, el miedo y... la guerra. Hitler invadió a Polonia, Putin a Ucrania y Estados Unidos a medio mundo. Y ¿cómo estos líderes justifican la guerra?
Mandar a un pueblo a la guerra es una decisión difícil aún para el más vil tirano, pero aceptada popularmente con una sólida justificación. Muchos piensan se invade o ataca para conseguir recursos naturales o destruir “armas de destrucción masiva”. Otros la justifican con ideologías o disputas territoriales arcaicas. Es posible. Pero, en esta época de filtraciones, abundancia y progresismo, opino es el uso cínico de una insultada dignidad nacional la más efectiva estrategia para mantenerse en el poder. Hitler predicó directamente a su pueblo con populares discursos y propaganda sobre la dignidad perdida en su derrota de la Primera Guerra Mundial, tal como lo hace hoy Putin para justificar su guerra en contra de Ucrania. Incluso el subtexto del eslogan americano “Make America Great Again” toca un profundo nervio sobre la dignidad americana perdida.
Y la más moderna herramienta para restaurar a la dignidad nacional es la guerra, la cual no solo ayuda a mantener al poder, sino que trae consigo otras ventajas: la inversión en la economía local de ataque y defensa; mejora las arcas del Estado con los recursos conquistados (y no robados), la oposición es silenciada pues se considera “traicionera”, y lo más importante: aunque el pueblo proteste insatisfecho ante la ineficiencia del gobierno, lo apoya sin remedio pues “en guerra no se critica”. Si todas las ventajas están allí, ¿qué detiene a toda democracia corrupta de entrar en una guerra con una “causa justa”? Pues la guerra también conlleva altos riesgos y costos: desde avanzadas armas hasta las coimas a los líderes bélicos (para prevenir una sublevación al estilo de la revolución francesa).
Pero estos y demás riesgos se reducen manteniendo un balance entre la beligerancia, la corrupción y la propaganda ¿Cómo? Definiendo al enemigo perfecto: pequeño, alejado y extranjero. En 1980, Irán consideró enraizar su “revolución islámica” con la guerra en contra de Irak, que duró 8 años, llegando a un empate. Pero ¿por qué pelear con sus hermanos musulmanes y con quien comparte un borde, si puede hacerlo en contra de un pueblo moral, lejano y no musulmán? Los líderes iraníes descubrieron que Israel es el perfecto enemigo para distraer a su pueblo de su extrema ideología: es pequeño (más que Panamá) y el único Estado judío que solo anhela vivir en paz como único refugio judío luego de dos mil años de persecución en la diáspora.
Y para justificar esta guerra, este gobierno islámico explota cínicamente el sufrimiento palestino, redirigiendo la frustración de su propio pueblo a la de ellos propagandeando: “¿de qué se quejan si los palestinos están peor?”. Los líderes iraníes han demonizado tanto a Israel que su influencia cruza sus bordes nacionales.
Paralelamente, el pueblo ruso, de ser educado con la verdad (y no la falsa propaganda), descubriría que Ucrania no es el enemigo. Esto es evidente en la libre Israel donde se escuchan las voces en contra de los ataques a Gaza, aun siendo estas impopulares ante los brutales ataques del 7 de octubre. Pero es que los israelíes nunca han estado en contra de la población palestina o iraní, sino en contra de la minoría terrorista que se esconde cobardemente entre ellos.
Así, en mi vicio de inventar palabras, podemos describir a estos corruptos gobiernos como unas “beligetocracias”, pues usan a la guerra como herramienta para aferrarse al poder y no como un último recurso de defensa ante bestiales terroristas. Tristemente, esto es lo que hace el fallido primer ministro israelí, aplicando su talento retórico con débiles eslóganes como “Llegaremos a la victoria absoluta”, que nunca llegará pues de terminarse hoy la guerra, regresaría la atención del pueblo israelí a sus juicios por corrupción que podrían llevarlo a la cárcel.
Lo único que nos separa de la paz es la presión pública ante los políticos corruptos que la guerra no es la solución. Es el deber de todos nosotros mercadear este mensaje para que los rehenes israelíes sean liberados, ya terminando así con este uso cínico de la destrucción y la muerte en beneficio de estos mediocres políticos.