• 16/01/2025 17:29

¿Cuándo llegará la humildad a los empresarios?

Las desigualdades nacen en el mismo momento y configuración en que se crean los ingresos, especialmente cuando las empresas practican su dominio oligopólico o cuando explotan a los demás...

Utilizaré las primeras líneas de este artículo para dejar claro algo muy importante. Cuando era muy joven y estudiaba economía a finales de los 70, tuve la oportunidad de gozar de una coyuntura bibliográfica ofrecida por el gobierno militar (en Brasil) y los docentes incluyeron una serie de textos que habían sido prohibidos hasta ese momento. Fue entonces cuando, por mandato académico, leí a Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao y algunos otros. Y, repito, la oportunidad, ya que realmente fue algo interesante, especialmente porque considero que mejoró mi formación, la hizo más integral y generó cierto acervo cultural. Pero, debo dejar por sentado que en nada cambió mi forma de pensar, ni mucho menos mis creencias (y no ideología) al respecto de mi formación económica.

La aclaración se deriva del pensamiento equivocado que existe en nuestra sociedad cuando se cuestiona el sistema económico imperante y se hace referencia a las debilidades como tal. Siempre que esto pasa se tiende a acusar al proponente de comunista, de izquierda o hasta el clásico término de “ñángara”. Nada más lejos de la realidad, ya que es importante reconocer las falencias del sistema existente, o la mala aplicación de las prácticas por parte de los que controlan el poder económico, como también del Estado como ente regulador.

Tanto el sector empresarial como el gubernamental son responsables de que la economía de mercado como tal no esté funcionando como debiera, lo cual incluye sus desequilibrios y vaivenes propios de una gestión poco organizada. Lo cierto es que debe quedar claro que el sistema capitalista de libre mercado no es que haya sido superior, sino simplemente es lo menos malo que nos ha tocado vivir.

En términos generales, existe una creencia casi religiosa (término típico) que el sector privado es más efectivo (eficiente y eficaz) que el sector público. Parece que esta aseveración no está sujeta a discusión, pero en realidad existen explicaciones sencillas que demuestran lo contrario. La mayoría de las veces, la inefectividad del gobierno es creada (lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta) con la intención básica de ceder al sector privado la posibilidad del brindar un servicio de mejores resultados, pero casi siempre más costoso, lo cual es aceptado bajo la premisa de tener lo necesario, pero no se recibe. La forma típica: privatización o cualquier manera de subcontratación, tercerización, etcétera. Por otro lado, existe otra realidad poco analizada, pero igualmente demostrada. Los márgenes con los cuales trabaja la empresa privada la mayoría de las veces están sobredimensionados, razón por la cual, por más inefectivo que sea el sector, siempre tendrá resultados positivos. Se tiene otro contexto indiscutible, que se basa en comprender por las buenas o las malas que existen en nuestro mundo económico quienes procuran enriquecerse, no creando algo novedoso, realmente necesario o favoreciendo a la sociedad, sino más bien por el camino del aprovechamiento y la explotación del poder de mercado, de las imperfecciones de este, de la asimetría de la información, pero especialmente de quienes son endebles, pobres o tienen menos estudios. Las desigualdades nacen en el mismo momento y configuración en que se crean los ingresos, especialmente cuando las empresas practican su dominio oligopólico o cuando explotan a los demás, como también cuando se discrimina a los más vulnerables. Por ejemplo, para el pobre que compra en un minisúper de barriada los alimentos son más costosos.

En la misma línea, las desigualdades no solo se conciben por las normas que impactan sobre los salarios de las personas, sino también por quienes administran la forma en que las grandes empresas pueden explotar, especialmente nuestro sistema financiero que está delineado para acrecentar las desigualdades, ya que los más necesitados pagan altos intereses al solicitar sus préstamos y solo reciben residuos cuando depositan sus escasos recursos en los bancos. Sin dejar por fuera los valiosos sueldos y regalías que cobran, en detrimento de los salarios que pagan. Ni hablar de los intereses cobrados en las tarjetas de crédito.

No se puede pasar por alto las universidades privadas con ánimo de lucro, que explotan a sus alumnos y brindan una educación deficiente (por ejemplo: clases virtuales con más de 100 estudiantes). Además, ¿cómo se puede esperar que la educación superior atraiga buenos docentes cuando la brecha salarial entre este sector y otros es enorme? El sistema es injusto, discriminatorio y completamente ineficaz. ¿Dónde queda el bienestar de las generaciones futuras?

El fastidio y hastío que profesamos ante el procedimiento de nuestros dirigentes políticos y empresariales es una excelente señal, lo cual indica claramente que aún no somos un reflejo puntual del sistema económico que concebimos, el cual queda claramente establecido que está sustentado en el propio interés y la apetencia. Como bien plantea Laloux, cuando el crecimiento se mide sólo en términos de dinero y reconocimiento, aparece otra sombra. Cuando el crecimiento y la cuenta de resultados son lo único que vale, cuando el éxito consiste en alcanzar la cima, estamos destinados a sentir un vacío vital. Finalmente, se debe comprender que un país no funciona bien y mucho menos su economía, cuando las ganancias privadas no guardan relación o no están alineadas con las ganancias sociales.

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