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- 14/10/2021 00:00
Conspiraciones, ocio y vacunas
Hablar de conspiraciones en estos tiempos, es hablar de redes sociales. Ya decía Umberto Eco que un cualquiera podía decir cualquier cosa entre copas y lo que antes quedaba olvidado luego de la resaca, hoy lo puede convertir en “tendencia”, homologado con una investigación científica y una cola de seguidores que le aplaudan.
Tétrico, ¿verdad? Imagínese usted la versión criolla de este mal. Lo tenemos, es antivacunas, con un fuerte componente religioso, lumpen y reaccionario desde una óptica político-ideológica.
La pandemia nos encerró y puso ociosas a las personas, y el resultado ha sido una latinización de las conspiraciones generalmente vinculadas a grupos anglosajones, como máximos representantes de estas teorías. Primero fue negar la existencia del virus, luego darle ribetes ideológicos, con una argumentación distorsionada de las armas biológicas, para luego pasar al siguiente estadio: las vacunas como forma de dominación y el paso al nuevo orden mundial.
Los nuevos actores digitales, o “influencers”, se han tomado el estandarte de atacar la ciencia bajo falacias furtivas para relucir sus teorías incidiendo en la población y estamparle terror, que no es igual a revelar las motivaciones de las corporaciones farmacéuticas ante la calamidad, la ganancia de los de siempre.
Dejando a un lado el fenómeno de fusión paranoica por la pandemia, no es menos cierto que las vacunas son un negocio; la medicina también es un negocio bajo la óptica de acumulación. Es indiscutible que las empresas farmacéuticas son empresas que generan ganancias del mal mundial, pero eso no es culpa de la vacuna, sino de quienes administran la salud como negocio en un mundo que se bate a muerte contra enfermedades, hambrunas, cambio climático (al que los conspiranoicos también acusan de bulo) y todo desde un modelo económico profundamente injusto, desigual y depredador.
Conocer el trasfondo comercial y aprovechamiento del mercado para sus productos, no tiene que ligarse con ser antivacunas o, en el peor de los casos, arrancar discursos contra la ciencia. Es que una cosa no depende de la otra, sino del entendimiento que cada uno debería hacer sobre la situación. Ver de forma crítica un estudio médico y el debate entre expertos como forma de documentación a los no científicos, no debe dar pie a que un cualquiera equipare su visión del tema y hable alegremente cualquier cosa.
La esencia del debate científico es la duda permanente, sin que ello implique una contradicción, porque esa es su esencia. Durante toda la pandemia, tuve oportunidad de leer artículos serios y de médicos prestigiosos que argumentaban a favor y en contra de la hidroxicloroquina y la ivermectina, también vi un estudio francés del Instituto Pasteur Jean-Pierre Changeaux que complementaba otro estudio italiano sobre la “ventaja” de los fumadores ante el SARS-CoV-2; irónico, ¿verdad? Pero es el debate entre especialistas, que a lo bien lo de los fumadores me dio esperanzas de vida cuando tuve los síntomas, eso no niega que la enfermedad sigue siendo nueva y los estudios no pueden detenerse, menos aún soslayar que una vacuna es la solución para volver a la normalidad.
Panamá no se escapa de esta realidad, aunque en menor escala y aunque se han visto estas expresiones, la población en general se está vacunando y con muchas ganas de superar la crisis, de la que nadie nos advirtió y de la que nadie nos va a sacar, si no es por cuenta de los propios ciudadanos ante la incertidumbre en todos los aspectos de la vida humana que nos deja la pandemia.
Los argumentos conspiranoicos están ligados a una fuerte religiosidad, rememorando los tiempos más tenebrosos del medioevo, tanto con este y otros temas; ahora, el oscurantismo invade las redes sociales, de lo que nos tenemos que cuidar tanto como de la COVID-19.