• 19/03/2022 00:00

Belfast y la representación de una realidad vigente

“Aprender a entender el cine nos ayudará a comprender muchos discursos audiovisuales que nos bombardean actualmente [...]”

No cabe la menor duda de que el cine, como séptimo arte, pretende representar una realidad, pensamiento y hasta un cambio social desde la visión de quien la narra. Tampoco que puede ser un arte educativo, un poderoso instrumento de identidad cultural y también una forma de denunciar y criticar a esa misma sociedad, como lo han reflejado un sinnúmero de películas que han marcado una época, estilo de vida y costumbres en un determinado período. ¡En fin, inolvidables!

Pero lo que sí puedo comentar es que la película Belfast me impresionó desde un principio, pues recordé los tiempos en que fui por primera vez al cine. La película que vi era en blanco y negro, para después ver otras a color, gracias al recurso de cinemascope. ¡No soy tan adulta mayor!

Coincido con Julieta Aiello, la controversial experta en literatura argentina del siglo XX, y crítica de cine, por así decirlo, cuando afirma que “Belfast, la capital de Irlanda, tiene todos los condimentos que lo vuelven un gran drama histórico, emotivo, político y atrapante”. Una película que narra una historia en pocas locaciones, en blanco y negro, con poquísimos personajes, un niño medio perdido y una realidad lejana como es la de Irlanda. Era candidata a que me quedara dormida, más fue todo lo contrario.

Una realidad lejana, pero que nos acerca a episodios muy actuales, porque en su trama también describe la violencia de enfrentamientos entre seres humanos. El conflicto comenzó durante una campaña de la Asociación por los Derechos Civiles de Irlanda del Norte para poner fin a la discriminación contra la minoría católica/nacionalista por parte del Gobierno protestante/unionista y la fuerza policial. Si bien nunca fue una guerra declarada, la gran cantidad de bajas sufridas por las fuerzas militares británicas, los recursos empleados por el Gobierno británico durante más de veinticinco años, la destrucción causada en muchas ciudades y pueblos de Irlanda del Norte y el Reino Unido y el complejo arsenal usado por los grupos paramilitares apuntan hacia una guerra de facto. La película presentó esta lucha.

La trama, bajo mi óptica, mostró varias enseñanzas, la inocencia y pureza de la niñez, fue ejemplarizante; el valor de los abuelos y de la familia, el respeto a la diversidad, los efectos nocivos de la violencia y el enfrentamiento sectarios, la firmeza de los ideales transmitidos por los adultos y sobre todo, el triunfo del amor.

Temas tan oportunos en momentos en que presenciamos una guerra entre países hermanos, en donde los intereses están por encima de cualquier argumento que la justifique. La guerra es lo más aberrante y bajo en lo que puede caer la especie humana, porque saca a relucir lo peor de las personas involucradas en la misma.

El cine, como instrumento educativo trata de visibilizar la forma en que cada sociedad narra sus historias, problemas, coyunturas y circunstancias y muchas veces atina y nos lleva a una reflexión profunda sobre la naturaleza humana y lo improductivo de las guerras y otros tipos de enfrentamientos ante el significado del amor, la misericordia, el respeto a la diversidad y la construcción de una familia duradera.

Es muy cierto que existen numerosos estudios de cine en el ámbito de la educación, en cuanto a su capacidad de producir cambio social y en cuanto a su característica más filosófica, la capacidad de generar pensamiento analítico y reflexivo. Aprender a entender el cine nos ayudará a comprender muchos discursos audiovisuales que nos bombardean actualmente y en donde la parcialidad y la percepción son la esencia de un mundo polarizado, de posverdad y poco cartesiano en su enfoque, es decir que no aplica mucho las 4 reglas del método: evidencia, análisis, síntesis y comprobación.

(*) Docente universitaria, presidenta de Confiarp, presidenta honoraria de Apreppa. Miembro de la Soka Gakkai de Panamá.
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