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- 28/03/2022 00:00
Amanecieron las montañas con riquísimo olor a cebolla frita
Huevos con cebolla, sopa de culantro con cebollas, cebollas fritas con arroz y parivivos, cebollas asadas con alitas de pollo y hasta cebollas tostadas con guineos verdes. El regalo de estos bulbos, que hizo crecer las despensas campesinas de una manera inusual, provocó nubes casi volcánicas a las horas de cocinar que, con el vaho culinario de las fritangas, envolvió a los cerros coclesanos desde las cordilleras Membrillal, Ventorrillo, cerro Gordo y cerro Marta hasta orillas del río Juan Julio. Alguien del Mida ordenó regalar cebollas, a mí me tocaron 14 de ellas de la subespecie blanca Allien, tan grandes y bonitas como una toronja.
Y fue que, al mediodía del 22 de marzo de los corrientes, Jerónimo (mi perro), me advirtió con sus fuertes ladridos que alguien extraño había llegado al tranquero del patio con una carga. Y, era que estaban regalando por todos lados cebollas en saquitos del MIDA, pensé inocentemente que retornaban las bolsas solidarias para poner la paila de guacho, ¡y no! Fue que el Gobierno cumplió una promesa con los cebolleros y compró miles de quintales de cebolla a los productores a B/42.00 el quintal, 2.5 millones de dólares en total.
En muchos sectores de estos lomeríos mágicos se escucharon gritos largos, lejanos y emocionados entre vecinos recomendándose asolear las cebollas un par de días para que no se dañaran tan rápido.
Para que sepan, las sopas de cebolla tomadas con regularidad (S/Internet) ayudan a combatir enfermedades respiratorias y cardiovasculares, de manera que vale la pena tener estos bulbos en las despensas.
Sea por carambola o planificada, esta decisión de regalar cebollas a la gente de a pie, acá en el campo, ha sido excelente, muy buena; y, si, por el mismo camino, a otro funcionario bien intencionado le da por eructar otra idea análoga, como repartir café, inspirado en el famosísimo poeta dominicano Silvio Guerra, por la pieza aquella “Ojalá que llueva café en el campo”, también fuese bonísimo, si de redistribuir sosegadamente nuestros ingreso se trata.
Lo único es que el café debería ser comprado directamente a los campesinos que tuestan el café arriba en las montañas, porque sucede que los productores nacionales no venden casi nada, porque hoy día millones de granos de café paisa los mandan a nacionalizarse primero en Estados Unidos para entrar sin demoras ni papeleos a Panamá, por aquello del fenómeno de cuotas en el libre comercio.
De todas formas, a mí nadie me quita que un buche de café caliente con una micha de pan de vez en cuando, caería mil veces mejor que una bolsa solidaria incompleta.