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- 19/11/2022 06:13
A 75 años de 'Tormenta en el Norte'
“Si hace versos, es chiflada; si escribe cuentos, una romanticona; si trata temas educacionales, una marisabidilla; si ahonda problemas religiosos, una maniática, una mística, una histérica; si sus escritos revelan observaciones de carácter social, una loca anarquista” (“La Literata” de Brumana, 1932)
Así se recogía en el imaginario popular la reacción de una otrora sociedad latinoamericana que se sorprendía cuando una mujer de nuestras latitudes avanzaba hacia nuevos roles culturales y posiciones académicas, cuando alcanzaba una posición en las letras y quebraba, al mismo tiempo, el impedimento social para hacer labor política que caracterizó la primera mitad del siglo XX.
Precisamente, la hondureña Argentina Díaz Lozano en 1932, refiriéndose a los avances de la “mujer moderna”, destaca a las profesoras Visitación Padilla y Antonia Jerez y, a las escritoras Graciela Bográn, Soledad Fernández Cruz, Ángela Ochoa Velásquez y Clementina Suárez para señalar que, aunque la mujer haya entrado en el mundo laboral, no ha perdido su feminidad.
Han transcurrido 75 años desde la aparición de “Tormenta en el Norte” de ‘Madame Fleure’, pseudónimo de Carmen Talavera Mantilla, nicaragüense, novela histórica donde presenta “el periodo de la gesta que inició Augusto Calderón Sandino en mayo de 1927, cuando José María Moncada, general de la facción del Partido Liberal, firmó con el representante del gobierno norteamericano, Henry L. Stimson, el pacto del Espino Negro, dando así por finalizada la Guerra Constitucionalista que se había estado librando entre liberales y conservadores en Nicaragua” (Quirante, 2017) y donde expone también las consecuencias que esta revolución tuvo en el seno de una de aquellas familias -los Raudales Marín- de los departamentos de las Segovias. Su narración va de lo general a lo particular, desciende hacia los datos biográficos y reales que le aportó una amiga integrante de la familia Raudales cuya vida íntima se vio negativamente afectada por la revolución de Sandino. La obra presenta numerosas incorrecciones ortográficas, cierta incoherencia en la trama y una ideología de nación denostada en la actualidad (Palacios, 1989). Aunque el texto carezca de peso documental y tenga una carga subjetiva, la importancia de la obra viene por el lado de la autora, una mujer que desafía su tiempo para legar una interpretación de los hechos políticos de su época.
A Carmen Talavera - fue hija de la primera novelista de Nicaragua, Carmen Mantilla Calderón- se le conoce como asidua colaboradora de periódicos y revistas de su país (Arellano, 1980) como el hebdomadario “Mujer Nicaraguense” dirigido por Josefa Toledo de Aguerri. En 1957 Talavera publicó un poemario titulado ‘Sedas de aquellas moreras’. Sin embargo, sobre ella (1902-1976) hay muy pocos datos biográficos, se sabe que casó con Alfonso Mantilla Irías y tuvieron seis hijos; y en segundas nupcias, con Ramiro Cáceres Hernández, tuvo dos hijos más.
Han pasado 75 años desde la aparición de la novela de Talavera en 1947 -hoy considerada sesgada, reflejo de un tiempo de convulsión política-, sin embargo, surge la pregunta ¿por qué las escritoras centroamericanas comenzaron a escribir novela histórica en el siglo XX, cuando en otros países de Hispanoamérica como, por ejemplo, Argentina, Chile y Perú, las mujeres practicaron este subgénero desde que surgió en el siglo XIX?
La respuesta presentaría varias aristas. Para la investigadora Quirante (2017) “el aislamiento cultural sufrido como consecuencia de los graves problemas de naturaleza geofísica, que dificultaron las comunicaciones del Istmo con otros países hasta el advenimiento de la industrialización, de la Modernidad y de la globalización, favorecieron la prolongación de un ‘orden social’ jerárquico y patriarcal, que explica la demora de la producción narrativa femenina”.
Para Merlo (2022), “el retraso generacional de las escritoras centroamericanas en la práctica de la novela histórica con respecto a sus homólogas argentinas, chilenas y peruanas tiene su explicación en el aislamiento cultural e ideológico de sus países y en la prolongación de gobiernos socialmente conservadores que los administraron”, es decir, habrían sido víctimas de una segregación política debido a la escasa movilidad social de sus sociedades de origen.
Para Palacios (1989), en las escritoras centroamericanas contemporáneas de Talavera “tuvo especial influjo el movimiento modernista, que tuvo vigencia hasta mediados del siglo XX junto con la tradición romántica, con el realismo regionalista y con el vanguardismo, sobre todo por su influjo hispanista, humanista y espiritual”, una combinación de influencias dirigidas a establecer una identidad constantemente amenazada por la intrusión del “dollar diplomacy” de la época.
Más allá de estas válidas aproximaciones, recordar los 75 años de “Tormenta en el Norte” permite repensar las circunstancias en que nació un corpus de narrativa femenina centroamericana bajo la forma de novela histórica que, en conjunto con las obras de Elisa Hall, Caridad Salazar y Díaz Lozano, representan la fundación de este subgénero escrito por mujeres que buscaban innovar roles.