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- 29/04/2014 02:01
Nos tomó 24 años
En 1990, Guillermo Endara y prácticamente todos los partidos, salvo el PRD, tuvieron la oportunidad de reiniciar nuestra democracia, era como si crearan una nueva República, partiendo de cero. Endara, siendo constitucionalista y habiendo participado en las Reformas constitucionales de 1983, comete su peor error, decidiendo dejar la Constitución como estaba. Una nueva democracia, con la Constitución del 72 modificada, era preludio del desastre.
Pero todos los panameños nos montamos en la nueva República, con una Corte Suprema totalmente renovada y calificada inicialmente como de lujo. Un Ejecutivo honesto, con tres figuras intachables y luchadoras, Endara, Arias Calderón y Ford. Una Asamblea totalmente del Ejecutivo, solo nueve legisladores en oposición. A construir el nuevo país.
Podríamos escribir tomos sobre lo que ha sido el desarrollo de esta nueva democracia, la que sorpresivamente, en solo 24 años, nos ha llevado al punto de origen: el desprestigio, altos niveles de corrupción, centralización de los poderes y el rechazo popular a los tres poderes del Estado.
Hoy día, la Asamblea y sus diputados están totalmente desprestigiados; la otrora Honorable Corte Suprema de Justicia, desprestigiada; el Ejecutivo, inmerso en denuncias de corrupción, sobreprecios, centralización del poder y manipulación de los tres poderes del Estado.
¿Cómo en 24 años destruimos los sueños del 90 y los reemplazamos por las realidades de los sesenta? En mi libro solo hay un responsable: el político panameño. Los sueños de los que creyeron en un nuevo y mejor país se estrellaron con la realidad del político panameño. Un ser que, en su mayoría, no tiene ideología política, sino criterio económico.
La política para el político panameño es un negocio, en el que está dispuesto a invertir para sacarle luego un alto rendimiento. El líder de la banda será siempre el presidente, y, con una constitución que permite lo que la nuestra permite, el presidente podría tener tanto poder como quiera. Ricardo Martinelli, sin violar la Constitución, llevó la crisis a su máximo nivel.
Control absoluto de la Corte Suprema y la Justicia, control absoluto de la Asamblea Legislativa, destituyó y cambió a la procuradora general, logró una contralora general totalmente sumisa a sus intereses.
Hoy, 24 años después de la supuesta reingeniería de nuestra democracia, hemos colapsado el sistema. El panameño ve la Asamblea como un grupo de corruptos, sin debates de altura, sin proyectos que benefician al pueblo, simplemente aprobando lo que manda el Ejecutivo. El panameño ve a la Corte como otro centro de corrupción, donde fallos y habeas corpus demoran meses y años, donde la justicia es selectiva. Se ha perdido la institucionalidad, se ha perdido la transparencia, se ha perdido la honestidad.
Solo nos queda un esperanza, elegir un gobernante que anteponga los intereses nacionales a los suyos o de su partido. Que convoque a una constituyente originaria, que blinde los nombramientos de los magistrados de la Corte, del procurador general y del contralor, para que no puedan ser manipulados por el Ejecutivo. Que obligue a los funcionarios a mantener el nivel de transparencia que todos anhelamos. Tenemos que hacer un alto y encontrar nuevamente el camino que nos lleve a perfeccionar nuestra democracia. Una democracia que pasó de sueño del 90 a pesadilla del 2014.
Ahora bien, la caída y desprestigio de nuestra democracia no es resultado de la gestión Martinelli, él fue uno más de los presidentes que aprovechó la Constitución y las leyes, pero de lo que sí debemos asegurarnos es de que sea el último de los emperadores del país, que los próximos presidentes sean capaces de gobernar sin dominar el Órgano Legislativo ni controlar la justicia. Como en EE. UU. y tantos otros países más avanzados que nosotros.
Es increíble que en solo dos décadas pudiésemos retroceder lo que hemos retrocedido en democracia. El esfuerzo ahora debe ser para salir de las condiciones actuales, que solo nos conducen a otro golpe de Estado o a un gobierno totalitario y diseñar una mejor democracia. Olvidarnos de los partidos políticos, de las ambiciones personales, del negocio que ha sido siempre la política, concentrarnos en lo que nos hará tener una mejor democracia, si es que creemos en ella.
¿Tenemos los hombres para esa nueva tarea? O, peor aún, ¿está nuestra ciudadanía interesada en los correctivos? Guiándonos por la presente elección, donde frente al riesgo de la democracia con la continuidad de gobierno, se debió dar una gran alianza opositora y vimos que nuestros políticos no están a la altura de ese desprendimiento, debemos sentirnos preocupados. ¿Vendrán las futuras generaciones con más civismo y nacionalismo que las actuales? Difícil. Toca a muchos, de los que aún creemos en los valores reales, el educar, guiar y comprometer a nuestros relevos a la lucha por una democracia verdadera.
ANALISTA