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- 20/03/2019 01:01
El comején infiltrado
Hace ya casi 30 años, sobrevolando la costa arriba de Colón, me enamoré de un lugar paradisíaco, al lado de un mar transparente, donde aún los lugareños cogen pulpos, langostas y moluscos, rareza que se ha ido extinguiendo en nuestras playas, con abundantes palmas y cocos todo el año y una brisa casi siempre placentera, a veces algo molesta, cálida incluso de noche.
Allí construí un rancho cerca del mar y a mis ojos era un paraíso que dejé de frecuentar algún tiempo y al volver, luego de un año, uno de los horcones del rancho había cedido a la voracidad del comején y estaba caído, así que emprendí la tarea de su reconstrucción. Esta vez, prevenido por la experiencia, cavamos una zanja alrededor del rancho y en ella pusimos una sustancia que repele al comején, insecto de apetito depredador de maderas, que necesita de la oscuridad y la humedad para vivir y por ello cuando se mueve de un sitio a otro lo hace bajo la tierra o en esa especie de costra que construye con sus excreciones para aislarse de la luz y todos en nuestro trópico conocemos y volvimos a tener rancho y a disfrutar de las bondades de la naturaleza de las playas colonenses.
A unos cuatro metros del rancho había un almendro que contribuía con su sombra a la atmósfera paradisíaca del lugar y en él una cabeza o nido de comején y no me preocupé de que allí estuviera, sabiendo las medidas que había tomado para evitar que el comején invadiera el rancho, y así, mi familia y amistades con quienes compartí el lugar, disfrutamos varios años.
Un día encontré el almendro cortado y caído sobre el techo del rancho. Rápidamente lo quitamos y hasta rociamos las pencas con insecticidas y repelentes. Preguntando, supe que unos adolescentes lo habían cortado para alcanzar un nido de pericos que había en él, tomarlos y venderlos. Me entristecí por varias razones, el motivo innoble y depredador de los causantes, movidos por un enriquecimiento atentatorio contra la naturaleza por una parte, pero también por otra, el hecho de que las ramas caídas sobre el techo del rancho, pobladas de comején, probablemente serían puente para que el comején infiltrara el rancho. Así fue. Hace cinco meses se cayó uno de los horcones que servía de sostén y constatamos que los otros estaban infestados. Se perdió el rancho.
Por alguna razón he reflexionado sobre la similitud de este hecho y las instituciones de nuestra Patria, infiltradas del comején de la corrupción que, como decía ese gran poeta, Ricardo Miró, quizás es tan pequeña que cabe toda entera debajo de la sombra de nuestro pabellón y es que, como también él lo percibió, cabe sentir espanto cuando no vemos el camino que nos ha de tornar a esa patria sana y posible, lavada de lo sucio que hoy nos aqueja.
Nos han fallado las medidas tomadas antes para prevenir la posibilidad de que el comején de los depredadores políticos carcomiera la solidez de las estructuras de nuestras instituciones, comenzando por la Asamblea Nacional, siguiendo por el Órgano Judicial y por un funcionariado nombrado en sus cargos más por simpatías y lealtades equívocas que por méritos, talento y reciedumbre moral. Cambiar solo una de las tres, cuatro o más columnas sobre las que se debe erigir un Estado moderno, no basta. El rancho que representa nuestra Constitución y nuestra patria, tenemos que volver a construirlo a partir de todas sus columnas y no solo de uno o dos de los órganos del Estado, porque todos sus horcones están ya penetrados del comején.
Lo construiremos en el mismo sitio y rodeado de la misma vegetación exuberante y bella, el medio ambiente, las palmas, la brisa, el mar, el sol, y a falta de este, la luna y las estrellas, y es que la Patria, son tantas cosas bellas.
ABOGADO, CANDIDATO A LA VICEPRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA.
‘Nos han fallado las medidas tomadas antes para prevenir [...] que el comején de los depredadores políticos carcomiera la solidez de [...] nuestras instituciones [...]'