• 13/02/2023 00:00

2013: la infamia a la memoria del 9 de Enero

“La restauración llevada a cabo en 2013 constituye un acto abominable y perverso en perjuicio de la memoria histórica de la Nación panameña [...]”

Por décadas estuvo en una caja de madera en el aula máxima del Instituto Nacional. Allí tuve la fortuna y el privilegio de verla cuantas veces quise, durante los seis años que me cobijó el Nido. En mayo del año 2013 fue sacada del plantel, casi que a hurtadillas, y llevada al Museo del Canal Interoceánico de Panamá. En julio de ese mismo año viaja a España para ser restaurada, debido al deterioro indudable que mostraba. Esta tarea recayó en el Museo de América y el Taller Estudio de Restauración de Mercedes Amézaga. En términos de resultado fáctico, el trabajo fue espléndido. El contratista no hizo más que aquello que puntualmente le mandaron hacer. De ello da cuenta un video del propio Museo del Canal.

La trajeron de vuelta los primeros días de enero de 2014. Las autoridades de la época le hicieron un recibimiento con todos los honores y al parecer hubo complacencia o indiferencia de la población al respecto. Llegaba al país restaurado aquel ejemplar de nuestra enseña patria, que fuera desgarrado por los norteamericanos el 9 de Enero de 1964.

La Real Academia Española define la restauración como la acción de reparar, recuperar, recobrar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía. Asimismo, define la preservación como la acción de proteger, resguardar anticipadamente a alguien o algo, de algún daño o peligro. De la conservación dice que es la acción de mantener o cuidar de la permanencia o integridad de algo o de alguien.

Se denomina patrimonio histórico o cultural al conjunto de objetos, bienes muebles o inmuebles, materiales o inmateriales que, acumulados a lo largo del tiempo, se consideran valiosos para las personas o la sociedad y por lo tanto merecedores de su conservación y transmisión a las generaciones futuras. Entre estos se encuadra perfectamente, la bandera del 9 de Enero de 1964.

Bajo esta perspectiva, toda restauración debe basarse en los “principios de conservación de obras de patrimonio mueble internacionalmente reconocidos”. Ello implica que las ejecuciones, mecánicas o físico químicas que se le apliquen al objeto deberán preservar la condición material original del hecho histórico que atestigua. Ello es así, por cuanto que sociológicamente el objeto viene a ser el disco o recipiente en el que se conserva la memoria del dato histórico. Es la prueba material irrefutable de todo aquello que le es propio a un conglomerado social cualquiera sea su contenido: bueno, malo, alegre o doloroso, pero que conlleva en sí mismo una profunda significación para la colectividad. Las sociedades, por un instinto natural de conservación, procuran la preserva de esa memoria, como la fiel salvaguarda de valores y creencias que atesoren y mantengan vigentes ciertas conductas o por el contrario prevengan de la comisión o repetición de otras.

La restauración llevada a cabo en 2013 constituye un acto abominable y perverso en perjuicio de la memoria histórica de la Nación panameña; fue el fruto de la complicidad del Gobierno de turno y de los poderes económicos que aún hoy siguen utilizando la ignorancia como herramienta de dominación. La aberración consiste en haber hecho desaparecer del lienzo patriótico el desgarre que sufrió a manos de los estadounidenses. Como queda dicho, era necesaria la restauración, pero preservando y conservando el desgarre, como archivo material del hecho que las próximas generaciones debían poder apreciar y constatar, más allá de la narrativa. La imposibilidad de verificación fáctica del relato, dejará castrada la enseñanza académica.

Para reforzar lo anterior, traigo a colación la reflexión del doctor Carlos Chanflón Olmos, quien fuera catedrático de la Universidad Autónoma de México y toda una autoridad en la materia: “... el objetivo y finalidad primario de toda restauración, mas allá de la preservación y conservación física del objeto, consiste en proteger las fuentes objetivas del conocimiento histórico; dicha situación conlleva una acción responsable para proteger los bienes culturales. Por tal motivo, toda actividad de conservación y restauración sobre estos bienes requiere de un planteamiento crítico de defunción y valoración del objeto sobre, el cual se pretende actuar. Antes de cualquier práctica ejecutoria, es necesario desarrollar una lectura previa de los textos de la obra, objeto o edificio de que se trate, de suerte que el resultado de la acción no vulnere y, por el contrario, se corresponda con el contexto de los hechos o estadio que cuenta”.

He hecho mi mayor esfuerzo forense y no he podido encontrar normativa legal o reglamentaria que en nuestro país regule el manejo y tratamiento de objetos históricos en cuanto a su conservación y preservación, como sí existe en la inmensa mayoría del mundo civilizado. Por eso, enmudecí por algunos segundos, cuando, haciendo un recorrido con unos colegas visitantes y que me pidieron llevarlos a ver la bandera, uno de ellos, profundo admirador del Canal y su historia, me preguntó: “pero, che, ¿dónde está el roto?”. La pena y la vergüenza solo alcanzaron a permitirme decir, “así la restauraron”. Fue en ese momento que caí en la cuenta del daño, de esa monstruosidad.

Hablé hace poco de conspiración y no por paranoia. Hace mucho tiempo los poderosos cayeron en la cuenta que para anular las voluntades y las conciencias, solo debían acabar con todo aquello que aleccione civismo, historia y sentido de pertenencia, en otras palabras, acabar con la educación. Por eso no es casual que el mismo Gobierno que perpetró este crimen, ha sido el que eliminó como cátedra autónoma la enseñanza de Historia de Panamá con EUA. Flaco favor le hizo al amo, cuando este mismo hoy lo señala como corrupto. A final de cuentas, el que te compra, te vende.

Ante mi rabia, impotencia y “mea culpa”, prefiero terminar con las palabras de Gómez Nadal: “El poder de la memoria colectiva está en su capacidad de sembrar memoria y conciencia de pueblo, en su vigorosa terquedad para rescatar la historia usurpada a toda una nación, en su inagotable ejército de “recordadores” que unidos, al ceder el ruido de los televisores, pueden componer una banda sonora alterna a este soniquete enlatado por los que no solo quieren que olvidemos, sino que nos quieren imponer sus recuerdos maniqueos. Por eso es importante que, en cada pequeña resistencia, en cada mínimo movimiento organizado alguien se encargue de la memoria, de documentar la versión de los nadie, de multiplicar la voz de los enmudecidos. La memoria es conciencia y la conciencia es casi lo único que nos da dignidad”.

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