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- 09/01/2024 00:00
1964-2024: mismas luchas y narrativas, aunque nuevos actores
El 10 de enero de 1964, un grupo de niños vecinos del barrio de Santa Ana, nos dirigíamos hacia la avenida 4 de julio (hoy Avenida de los Mártires) para hacer algún tipo de aporte a las acciones de afirmación soberana que se daba desde el día 9. Al vernos algunos de nuestros padres que estaban apoyando las acciones desde la Avenida Ancón -incluido el mío- nos obligaron a regresarnos para nuestras casas, en virtud de que resultaba muy peligroso para nosotros; ninguno teníamos más de 10 años. El comercio en toda el área de Santa Ana, El Chorrillo y San Felipe prácticamente se paralizó; esto mismo ocurrió en Colón centro.
A diferencia de la narrativa colonialista actual, nadie, ni los dueños de talleres de tapicería, talleres de pintura, soldadura, panadería, del perímetro de la Avenida Ancón y sitios colindantes, ni los propios “judíos” de la Avenida Central hicieron pública una condena a la acción de los patriotas, por los cierres derivados de esta explosión anticolonial. Es más, el restaurante más concurrido de la Avenida Ancón, el famoso “Pototo” a cargo de doña Lilia Martínez, fue habilitado, cual trinchera, para sanar heridos en acción de respaldo a la lucha coyuntural.
En la narrativa actual de los procolonialistas, en noviembre 2023 fue lugar común el ataque a los cierres, supuestamente en preocupación por los intereses del pueblo, pero ocultando sus verdaderos ímpetus por desarmar las acciones de lucha planteadas contra el pretendido enclave megaminero. A diferencia de alguna gente de pueblo que ciertamente sintieron repercusiones imprevistas por los cierres, pero que al final comprendieron que la espontaneidad de las acciones no previó un nivel más elevado de organización que permitiera discriminar el paso a quién y el cierre a quién. Es decir, lo asumieron como parte del sacrificio por el que todo pueblo pasa para alcanzar sus más caros propósitos, en este caso, de soberanía territorial, alimentaria, de salud, socio ambiental, económica y política, conculcadas por la Minera Panamá y “sus funcionarios” gubernamentales (no por azar se multiplicó la animadversión del pueblo al partido del gobierno actual).
En la narrativa de los actores pro colonialistas actuales, se repite la idea de que “no se come soberanía”. No obstante, la historia ha demostrado que, gracias a ese acto nacionalista, en la franja canalera, las élites del poder que ayer adversaron este denuedo patriota, hoy son las que gozan de la explotación de los servicios en la zona de tránsito, de los bienes revertidos y más importante aún, de mantener un sistema tributario regresivo en el que pagan significativamente menos impuestos que las clases trabajadoras y los pequeños empresarios, gracias a las entradas de las operaciones del Canal que les sirve de soporte al gobierno para que no les aumenten sus aportaciones al fisco en congruencia con sus exorbitantes ganancias.
En la narrativa de la gente estancada en el pasado, se muestra satisfacción por el avance de la lucha descolonizadora, pero solamente se enaltece el acontecimiento histórico, sin mantener el hervor de los patriotas de hace 60 años para defenestrar otros vestigios de la colonialidad aun presentes. Como señala un afiche promocional y poco feliz de nuestra realidad, “nosotros nos quedamos con las conmemoraciones, ellos se quedaron con los bienes revertidos”. Esto es, el pueblo nos apropiamos de lo simbólico, las élites disfrutan lo material... Y eso que decían que de soberanía no se vive, ni se come.
La narrativa patriótica de los tiempos actuales la mantienen nuevos actores, pero con renovada acometividad bebida en las fuentes de la gesta del 9-11 de enero de 1964. Hoy, la estructura material sobre la que se basa nuestro modelo económico, así como el carácter social del Estado, expresa todos los rasgos propios de la Colonialidad, es decir, de reproducción de la colonia contra la que el pueblo (Victoriano Lorenzo) luchó desde el mismo nacimiento de la República, con la diferencia de que ahora lo hace sin necesidad de la presencia de los colonizadores. Lo que el gran sociólogo del siglo XX, Pablo González Casanova, denominó “Colonialismos internos”, que fácilmente se rinde al colonialismo no siempre visible de las élites extranjeras.
Desde hace 60 años, pues, la lucha es la misma, las narrativas son las mismas, solo que hay nuevos actores.