Si alguien pudiera representar con su pensamiento y trabajo lo que sería el espíritu musical popular latinoamericano de la última mitad del siglo XX, sería sin dudas William Anthony Colón Román, mejor conocido como Willie Colón. Tuvo una devoción hacia ese arte de la musa Euterpe; estudió, compuso, ejecutó el instrumento como nadie. Ha sobrevivido a los diferentes momentos y crisis de las variantes rítmicas de las últimas décadas.

Cincuenta años después de haber venido a Panamá por primera vez con Héctor Lavoe, a amenizar un carnaval en un toldo de Río Abajo, volvió ahora a ofrecer un concierto en el estadio Rommel Fernández y en un íntimo encuentro con periodistas, recalcó su famosa frase de “la salsa no es un ritmo, sino un concepto”. A su juicio, la música que se hacía en el entorno de Nueva York, donde nació en 1950, fundió los ritmos caribeños y locales.

Uno de los aspectos característicos de la cultura continental es su dimensión musical y variados formatos para concretar las manifestaciones que las colectividades humanas han tenido en la región, mediante ritmos y el uso de voces y equipos que han materializado el espíritu, tradiciones, anécdotas para hacer un legado que trasciende el tiempo y espacio.

Así, el mayor aporte ha sido los de aquellos que han imaginado escenarios, ambientes y convertido, gracias a su ingenio, en relatos en que la realidad y fantasía popular adquieren una nueva expresión con melodías, crónicas, corridos, boleros, guarachas y otro tipo de piezas que trasluce las alegrías, humor, angustias y sentimentalismo propio de estas tierras.

Willie Colón es un descendiente portorriqueño. Vivió desde niño en los barrios neoyorkinos —el Bronx—; fue criado por su abuela y una vecina panameña. Desde muy joven adquirió la destreza por los instrumentos de viento. Tocaba la trompeta aún adolescente y dice que vio a Mon Rivera trabajar como virtuoso en el trombón y decidió que así quería desenvolverse. Ocurrió cuando tenía catorce años. A los dieciséis, ya tenía su orquesta.

Panamá tiene una importancia en diversos matices para Colón. Hay por lo menos tres motivos. La señora Davidson que lo atendió cuando regresaba de la escuela y a quien perdió de vista. Además, su padre que durante la guerra estuvo en el país como combatiente del ejército estadounidense. La capital istmeña fue la primera plaza internacional donde vino tímidamente con su conjunto y recibió tal acogida que le impulsó en su carrera.

De allí, emprendió un largo camino que no se detiene. Tiene casi 30 discos producidos en los que incluye éxitos trascendentales con Héctor Lavoe (“Crime Pays”, “El malo”), Mon Rivera (“Se chavó el vecindario”), Celia Cruz (“Only they could have made this album”, “Celia y Willie”, “The winners”), Rubén Blades (“Metiendo mano”, “Siembra”, “Canciones del solar de los aburridos”), Ismael Miranda (“Doble energía”), Ray Barreto (“Los gigantes”) y Tito Puente (“Salsa collector”).

Cada una de las experiencias con otros artistas ha constituido una singular enseñanza y permitido alcanzar un pragmatismo que, unido a su amplia formación académica, constituyen la base de su rica creatividad para fusionar la idiosincrasia caribeña con la armonía de los últimos años y darle sentido a la salsa. El dominio de la noción de gran banda le brindó la posibilidad de construir un sonido que ha servido de estructura a sus interpretaciones.

Hay un tema pendiente que contestó en el encuentro con periodistas. Es el relacionado a su larga diferencia con Rubén Blades. Dijo que ahora hay posibilidades y que lo deja en manos de la contraparte. Es un lento avance de un áspero diferendo entre ambos.

La trayectoria artística de Willie da testimonios plurales del valor de su trabajo, trascendental para la comunidad latina y que muchos disfrutamos.

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