• 15/02/2017 01:00

Universidad y mercantilización

Las posturas neoliberales propias del capitalismo existente, constituyen, sin duda, un devorador endemoniado de todo lo existente. 

Las posturas neoliberales propias del capitalismo existente, constituyen, sin duda, un devorador endemoniado de todo lo existente. Todo tiene un precio, hasta lo abstracto. Lúgubre escenario muestra, al notarse cómo se monetiza y mercantiliza la docencia y educación superior en nuestro país.

Al acaparar el escenario universitario estatal, la lógica neoliberal cosifica y aliena la sustancia humana. Esta metamorfosis que sufre la educación universitaria panameña, por una parte convierte al sujeto educativo en mercancía educativa. Quien busca el servicio universitario parece sufrir la indolencia institucional de ser entendido como sujeto y objeto de matrícula, producto de una mezquina perspectiva administrativa neoliberal.

En este sentido, la aspiración a una formación de calidad se reduce a comistrajo. De hecho, cualquier intento estudiantil por exigir la anhelada calidad académica, docente y administrativa, constituye un gesto subversivo flagrante que encuentra represión institucional ipso facto. El pensamiento lógico, crítico y creativo claudica ante el memorístico y repetitivo. Aflora la injusticia, el control, la sumisión y obediencia la empoderan.

Por otra parte, la docencia –respetando las diferencias– solo es coleccionismo óseo (títulos), refleja un triste episodio del breve devenir histórico de las novicias universitarias estatales. Ello, pareciese tener un efecto esterilizante sobre la investigación y producción intelectual; muchos títulos con efecto esterilizante sobre el alumnado.

Algunas veces, esforzarse por enseñar para nutrir el pensamiento crítico y garantizar el bien común es demasiada entrega que al final nadie agradecerá; mejor resulta valerse de la docencia para catapultar la cosificación, entendida como el afán desmedido por tener cosas (bienes materiales). En consecuencia, el accionar docente resulta zafio: ausencias reiteradas, incumplimiento de horarios de clases, pruebas mal elaboradas, represalias indiscriminadas, programaciones analíticas que resultan en bodrio con subsecuente improvisación, en fin violaciones a los estatutos orgánicos y estamento profesoral. El cerrado, estéril y simulado sistema de evaluación de la docencia universitaria, poco dignifica la calidad, al menos desde la perspectiva estudiantil.

Voces y pensamientos en la clandestinidad abrazan –cual utopía– la esperanza de que se institucionalicen tribunales de justicia educativa, fiscalías especializadas en crímenes pedagógicos y hasta sanciones penales contra todos aquellos que desde las aulas superiores vigorizan el genocidio intelectual de las masas populares.

Deteriorar la educación a través de su mercantilización o politización es un crimen masivo, pues mientras el peor de los criminales acribilla a una persona, una educación baladí es como una explosión cuyas ondas expansivas aniquilan a toda una sociedad. Este desacoplado y alarmante escenario institucional neoliberal impregna nuestras universidades de un amarillismo tétrico, entendido desde nuestra perspectiva como forma sin fondo.

En suma, hemos olvidado que la educación hoy constituye una problemática nacional y la universidad debe volcarse a devolverle su sitial. En tanto, la docencia debe ofrendar su dinámica vital para ello, pues solo se es un verdadero docente cuando se tiene vocación. La vocación determina las personas más adecuadas para una profesión. Lamentablemente, la docencia es elegida por algunas personas como la profesión más conveniente política y económicamente, la cual difunden con infamia.

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