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- 24/09/2022 00:00
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La travesía entre la ciudad de Panamá y el vecino puerto de la Chorrera hizo parte de la comunicación obligada entre la capital y los muchos pueblos interiores del Estado de Panamá y fue, por tanto, uno de los más frecuentados por las embarcaciones dedicadas al tráfico costanero durante el siglo XIX (Star & Herald, abril de 1878).
Con una asignación de $200.000, la Junta de Fomento del Estado de Panamá planifica y ejecuta en 1871 la mejora de los respectivos puertos y algunos puentes en los centros de población más importantes del país: en David (al puerto el Mangote), Santiago (al puerto de Montijo), Soná (al puerto de Barranco), Las Tablas (al puerto de Mensabé), un puente en Los Santos en el camino hacia el puerto de Chitré, Natá, Antón y Chorrera (La Estrella de Panamá, abril de 1871).
El río Caitimo o Chorrera, se vacía en el océano Pacífico, unas diez millas al oeste de la ciudad de Panamá y está formado por la unión de numerosos riachuelos que nacen en diferentes partes de la cordillera occidental. Es muy hondo hacia su desembocadura y sigue navegable el brazo del río Martín Sánchez para canoas grandes, todo hasta el pueblo de Chorrera (J. A. Lloyd: Notes respecting the Isthmus of Panamá, The Panamá Herald, enero de 1853).
Desde la ciudad de Panamá se podía llegar a Chorrera por tierra o por mar, aunque la vía marítima era con gran diferencia la más cómoda opción. Para llegar allí, hacia 1874, había que alquilar una embarcación en el puerto Taller a las 5:00 a.m. para zarpar a las 8:00 a.m.
El trayecto duraba unas cuatro horas y desde allí a caballo se llegaba al pueblo, entre una a dos horas. El buque a vapor Santa Rita acortó el recorrido a 2 horas 25 minutos en 1885; con salidas los miércoles y sábados, regresando jueves y lunes; con un cobro –a precio moderado– de $1,50.
Muchos de estos pequeños buques solían atestarlos extraordinariamente de carga y pasajeros, “sin tener para nada en cuenta lo que a la humanidad se debe y cuidando tan solo sus intereses”.
En el puerto, Eusebio Guerrero recibía a los visitantes ofreciendo 25 caballerías con monturas a disposición de los que querían dar un paseo a La Chorrera a un precio de $0,50 ida y vuelta.
La Chorrera era el pueblo principal del cantón homónimo de 7.559 habitantes; que bordeaba el cantón de Natá, conformado por los distritos parroquiales de Arraiján, Capira, Chame, La Chorrera (2.600 habitantes) y Pueblo Nuevo de San Carlos (1.300 habitantes) a mediados del siglo XIX. Deriva su nombre del chorro o cascada del lugar y del que no hay duda de su gran belleza.
Un viaje de aproximadamente tres millas desde el pueblo te acerca al chorro; de unos 60 pies de extensión con una caída de 50 pies.
Al pie de la cascada se pueden encontrar líquenes, helechos y musgos aferrados a las rocas basálticas; también muy cerca de allí, flores y follaje que solo los trópicos pueden proporcionar.
El pueblo de La Chorrera estaba construido sobre una llanura suavemente ondulada, a unas cinco millas de la costa y cerca del pie de la montaña.
El pueblo estaba dividido en unas 12 calles bien trazadas, aunque mal construidas, algunas de las cuales, especialmente la calle de Comercio y la calle de Pelegro que eran mucho más largas y anchas que cualquier calle de Panamá.
Contaba con una iglesia, un palacio de justicia, una casa del pueblo, dos salones de billar, una gallera, innumerables tiendas pequeñas, una gran plaza (no muy bien cercada) y un excelente cementerio –muy superior al de Panamá– (The Daily Panamá Star, enero de 1854).
Además, era uno de los más agradables lugares de veraneo en el istmo, un tradicional balneario de la estación seca de los panameños y en otras épocas el preferido para ese objeto de familias acomodadas (Star & Herald, febrero de 1878).
Su principal atracción: el agua y aire puro o la mezcla de las dos, el disfrute rural, un magnífico balneario, paseos pintorescos y facilidades para la restauración de la salud –otium cum dignitate– (el placer con dignidad).
En muchas casas se podía encontrar jabón y botellas de licor para la venta (Star & Herald, febrero de 1874).
Durante la estación lluviosa, La Chorrera era sucio: el barro y el agua en las calles llegaban hasta el tobillo (Memoria de viaje al istmo del alemán Berthold Seemann, entre 1845 y 1851, The Star & Herald en 1853).
A poca distancia del sombreado río, que ofrecía diversión a los aficionados de los deportes acuáticos, había bosques, a una distancia de dos millas, provistos de animales salvajes como palomas, loros y conejos.
Uno de estos hidalgos se llevó hace unos días un espléndido burro de una hacienda. Rara vez atacan al humano.
Las llanuras por las que se entrega la ciudad son magníficas, donde el horizonte forma atractivos panoramas con los cerros de la cordillera. El clima es agradable, mucho más fresco que en la ciudad de Panamá, con unas temperaturas que alcanzaban los 20 °C a las 5 a.m.
No sabemos qué causas habrían contribuido a su desprestigio relativo, pues a lo que entendemos conservaba todos sus atractivos: la catarata, los manantiales y el clima fresco e inmejorable por su salubridad. Hacia finales del siglo XIX aún se respiraba holgadamente un ambiente puro, sus habitantes eran hospitalarios y la vida como lugar de veraneo es sin duda de lo más cómoda para las familias que han hecho de ese lugar su residencia durante los calurosos meses del verano (La Estrella de Panamá, marzo de 1891).
La prosperidad que estaba en vía de alcanzar el istmo con la construcción del Canal Interoceánico da a esta obra un importante carácter, y el gobierno del Estado de Panamá proponía conseguirla también con el desarrollo de las comunicaciones, según afirmaba Rafael Neira, de la Secretaría de Fomento en 1881. Una acción primaria fue el establecimiento de la red telegráfica que partía en la ciudad de Panamá hasta el puerto de Aguadulce, tocando las poblaciones de La Chorrera, Capira, Chame, San Carlos, Antón, Penonomé y Natá (La Estrella de Panamá, septiembre de 1881).
Este fue el preámbulo a la mejora de los caminos, carreteras y puentes que acercaron y mejoraron la conectividad de La Chorrera tanto con ciudad de Panamá como con el interior del país. La consecuencia, para bien o para mal, fue la transformación de su ambiente de puerto estival de La Chorrera a otro más relacionado a las actividades socioeconómicas y políticas de la ciudad capital a partir de mediados del siglo XX.