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- 22/09/2019 07:00
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Algo extraordinario pasaba a los panameños en los primeros meses de 1959. El país conocido por la pasividad de sus ciudadanos, parecía consumirse en un afán revolucionario.
Las primeras dos semanas de abril surgió en la Serranía de Tute un alzamiento de jóvenes deseosos de derrocar el régimen de gobierno, pero en dos semanas fue desarticulado, terminando en cuatro rebeldes muertos y quince en las cárceles.
La madrugada del 12 de abril, una docena de hombres enmascarados atacaron el puesto de la Guardia Nacional en Boquete, provincia de Chiriquí, para robar municiones y retirarse a las montañas, con dos guardias como rehenes.
El 14 de abril, en el poblado de Salud, provincia de Colón, cuatro revoltosos armados de metralletas capturaron a un guardia de apellido Hernández, lo desarmaron y lo obligaron a servirles de guía hacia el Río Indio.
Ese mismo día, a las dos de la tarde, otro grupo lanzaba frente al Teatro Colón, en la ciudad del mismo nombre, una bomba molotov, causando confusión entre los residentes y comerciantes.
El 16 de abril, el Órgano Ejecutivo anunciaba que en los próximos días Panamá sería el objetivo de una invasión de mercenarios extranjeros organizados por el panameño Roberto Tito Arias.
“El Órgano Ejecutivo deja constancia de que este proyecto siniestro se halla en constante y directa armonía con la línea de conducta que desde hace algún tiempo (…) vienen siguiendo conocidos elementos de la prensa y de la radio, (…) para crear en Panamá un clima de nerviosidad y agitación con el fin de hacer más fácil el éxito de la aventura mercenaria”.
Ese mismo día, la Corte Suprema de Justicia hacía un llamado a la población a “desoír los constantes llamados a la violencia que se hacen a través de la radio y la prensa y mantenerse una actitud serena”.
El 19 de abril, un cable noticioso de la agencia France Press confirmaba la advertencia del Ejecutivo. El cable recogía las declaraciones del panameño Rubén Miró, quien anunciaba que antes de la primera semana de mayo grupos armados invadirían Panamá desde varios puntos del hemisferio.
El gobierno de Ernesto de la Guardia sería derrocado antes del 22 de mayo, fecha en que se cumplía un año del aniversario del “asesinato de 8 estudiantes panameños ordenado por el coronel Bolívar Vallarino y el presidente de la República Ernesto de la Guardia”.
“Soy el líder militar del grupo (invasor). Roberto (Arias) es el líder económico. Tenemos 500 hombres y daremos un nuevo golpe el 22 de mayo. Todos apoyamos la libertad”, anunciaba el hombre que en 1955 había confesado ser el autor del crimen del presidente José Remón para desdecirse horas después.
Según Miró, el “movimiento revolucionario panameñista” contaba con dos mil hombres en el exterior y 20 mil dentro del país.
“Somos muy fuertes”, anunciaba, haciendo un llamado a la población a unirse a la causa. “Llevaremos armas para entregar a los campesinos y a cualquier otra persona que quiera rebelarse contra la corrupción de Bolívar Vallarino, la Guardia Nacional y la Coalición Patriótica Nacional”.
El 19 de abril de 1959, en horas de la madrugada, salía de la aldea pesquera de Batabanó, Cuba, el buque Mayaré, de 55 pies. Abordo llevaba 82 cubanos; 2 panameños. Entre ellos, un médico, cuatro enfermeros (una mujer) y cuatro expertos en bombas. Llevaban uniformes de fatiga verde olivo y gorra del mismo color. Portaban seis aparatos de radio portátiles, 37 ametralladoras, 32 carabinas y rifles, diez granadas de mano, 17 pistolas y revólveres y seis equipos portátiles de radiocomunicación.
Los hombres viajaban convencidos de tener una noble misión, la de “liberar a Panamá”, supuestamente víctima de una dictadura tan odiosa como la que había sufrido la Cuba de Fulgencio Batista.
El líder del movimiento era el panameño Enrique Morales, hijo del magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Panamá. Tenía 25 años de edad y había dejado sus estudios de derecho en la Universidad de Panamá para dedicarse a las actividades revolucionarias. El año anterior había liderado las protestas estudiantiles que habían resultado en tragedia para varias familias panameñas.
Como comandante de las fuerzas invasoras, al llegar a las costas panameñas, la noche del 25 de abril, a Morales correspondió desembarcar en primer lugar, en un pequeño bote salvavidas con capacidad para cuatro personas. Con él, subieron tres cubanos.
Morales iba vestido con su uniforme de fatiga y portaba en el brazo una identificación que lo acreditaba como miembro del “Movimiento 22 de Mayo”, una pulsera con el número 22. Antes de subir al bote había tomado todas sus armas y cargado su cinturón de municiones.
El cielo estaba nublado. Los vientos eran fuertes y había resaca. Al avanzar unos cuantos metros, el bote se volteó y los ocupantes se hundieron. Tres de ellos no volvieron a sacar cabeza. Desde el Mayaré, intentaron ayudar a las víctimas, pero nada pudo hacerse. Los hombres estaban desolados. Una de las víctimas era Morales, comandante de la expedición y el único que conocía bien la misión y el terreno.
A cargo quedaba el segundo al mando, el cubano César Vega, quien nunca había estado en Panamá.
Los hombres, desmoralizados, y sin saber donde estaban, se dividieron en varios grupos. Unos se dirigieron a las montañas, tratando de establecer la base para un levantamiento, en un patrón similar al de la revolución cubana. Otros fueron hacia el área de Chepo. La mayoría tomó la ruta de Nombre de Dios, un poblado pesquero de mil habitantes.
El lunes 27 de abril, dos días después del desembarco y tras un fin de semana repleto de actividad, el coronel Bolívar Vallarino ofrecía en las oficinas de la Comandancia de la Guardia Nacional, en El Chorrillo, una conferencia de prensa, ante periodistas nacionales y extranjeros.
La invasión, dijo Vallarino, era un plan cuidadosamente planificado por Roberto “Tito Arias”, con la ayuda de poderosos intereses internacionales. La idea era organizar una serie de brotes revolucionarios con el fin de dividir a los 3,000 miembros de las fuerzas de seguridad y desestabilizar el país.
El plan había fallado. Los rebeldes de Tute se habían adelantado. La salida del buque de La Habana se había atrasado. Un cargamento de armas se había hundido en la bahía. Al intentar levantar el cargamento, los ayudantes de Arias lo habían delatado.
El coronel Vallarino presentó a tres prisioneros capturados durante el fin de semana en los alrededores de Nombre de Dios. Eran los cubanos Antonio Blanco Puente y Gilberto Bethancourt y el panameño Guillermo González.
Bethancourt contestó las preguntas de los periodistas y dio la razón en todo a Vallarino y dijo que en Panamá “no habían encontrado un régimen de dictadura. Nos habían pintado las cosas de otra forma”,
Vallarino también anunció que el gobierno de Panamá, temeroso de la invasión y de las 500 unidades de refuerzos que supuestamente estaban en camino desde Cuba, había invocado el Tratado de Río (Tratado Interamericano de Asistente Recíproca) que llamaba a la asistencia del continente en casos de que uno de los países miembros de la OEA sufriera un ataque armado.
Al día siguiente, 28 de abril una comisión de la OEA llegaba a Panamá, presidida por el embajador Fernando Lobo, de Brasil.
Para entonces, los mercenarios se habían tomado el pueblo de Nombre de Dios, de mil habitantes. La Guardia Nacional había enviado entre 200 y 300 guardias a la zona para rodear a los invasores, esperando que la comisión de la OEA negociara la rendición de los rebeldes y evitara un derramamiento de sangre.
Los mercenarios exigían ser enviados a Cuba directamente desde Nombre de Dios y no ser castigados. Pero Panamá se negaba. Solo aceptaría “la rendición incondicional de los invasores, garantizando su vida, con la seguridad de que el caso judicial sería resuelto en forma expeditiva y con espíritu de benevolencia, si no hubiera derramamiento de sangre”.
El día viernes 1 de mayo, todavía no se había logrado un acuerdo. A las siete de la mañana, la Guardia Nacional, al mando del mayor Aristides Hassan y el capitán Hurtado, se preparaba para atacar la playas de Nombre de Dios, cuando llegó, procedente de este pueblo, una lancha de motores fuera de borda. El teniente Brígido Ramos, del Cuerpo de Bomberos de Colón y un representante de César Vega venían a notificar que los invasores finalmente habían decidido rendirse.
A las cuatro de la tarde, el arquitecto Ernesto de la Guardia III, hijo mayor del presidente de la República, fue el primero en entrar al poblado, seguido de las tropas de la Guardia Nacional. Se encontraron con la enseña patria destrozada y mancillada. El mayor Hassan ordenó que se izara de inmediato en el mástil de la plaza, en señal de que Panamá restablecía su integridad territorial, violada.
A las seis de la tarde, la Guardia Nacional hacía subir a los extranjeros a dos barcazas rumbo a Colón. Al abordar, los cubanos cantaban a toda voz una canción que solían entonar en la Sierra Maestra.
Todo el pueblo de Nombre de Dios salió a la playa a verlos partir. Según la prensa norteamericana, algunas mujeres lloraron mientras agitaban sus pañuelos en señal despedida.
Para entonces, Tito Arias se encontraba asilado en la Embajada de Brasil, esperando que el gobierno le diera un salvoconducto para salir del país. Afuera de la embajada, en El Cangrejo, un grupo de personas, en su mayoría mujeres, hacían turnos para lanzar gritos y abucheos.
Años después, Tito Arias confesaría a un periodista norteamericano que el plan de invasión había logrado su cometido: forzar a la Asamblea Nacional dominada por la Coalición Patriótica Nacional a facilitar la inscripción de nuevos partidos políticos, y asegurar unas elecciones libres en 1960.
(El texto es un compendio de la información suministrada por los diarios La Estrella de Panamá, El País, y El Día, en los meses de abril y mayo de 1959).