El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...

- 05/03/2025 00:00
- 04/03/2025 17:32
Se sabía que era cuestión de horas y el tiempo lo confirmó: El presidente de EEUU, Donald Trump, ordenó suspender temporalmente toda la ayuda militar a Ucrania hasta que el gobierno de Kiev “demuestre un compromiso de buena fe con la paz”. Y sucedió lo previsto: Vladimir Putin lo respaldó, Volodomir Zelensky se enojó y chilló, Europa Occidental se crispó, pero el mundo entero se alegró.
De nuevo imperó la máxima militar de que las guerras se ganan en el campo de batalla y no en la mesa de negociaciones. Esta última se despliega cuando el curso de las batallas evidencia debilidad de alguna de las partes y los generales –como los grandes maestros del ajedrez- saben que su rey debe declinar. Fue el caso de Ucrania y EEUU. Si se toma en serio la condición impuesta por Trump a Zelensky de suspender el apoyo hasta que “demuestre un compromiso de buena fe con la paz”, la ayuda no se restablecerá nunca mientras Alemania, Francia y Reino Unido no claudiquen ni el comediante salga de escena por el foro.
Hay un mar de fondo en la guerra de Ucrania advertido de alguna manera por Vladimir Putin y asimilado por Trump del cual su “Make America Great Again” (MAGA) es hija, que desde hace un buen tiempo se está visualizando: el sistema liberal occidental se desmorona porque desde dentro de él están creciendo aceleradamente los factores del cambio de época, como los árboles que salen en los muros de piedras hasta que los derrumban.
El unipolarismo está en quiebra y es imposible su recuperación, por ello las crisis y guerras son de orden sistémico, y el mundo cambia de época con un imparable aceleramiento de la transformación de su arquitectura internacional incapaz de adaptarse y responder a las nuevas necesidades de la sociedad debido a su esencia concéntrica y discriminadora.
Como dijo Putin en su confirmación de un diálogo sobre Ucrania con Donald Trump, es la hora del pragmatismo, la reconsideración de estrategias y de diálogo serio.
Pero no solamente en el caso ucraniano el cual debería de marca el punto de inflexión de nuevas relaciones internacionales más equilibradas y realistas que permitan demostrar la grandeza del ser humano, y no de un país en solitario como pregona el mandatario estadounidense con su MAGA.
Que Estados Unidos con su expansionismo neoliberal que lo debilitó haya iniciado el camino del desmoronamiento de su imperio es tan cierto como el hecho de que la globalización universal es imparable porque no depende de la voluntad de los hombres, sino de la dinámica del cambio y la evolución social, la cual hace cada día más evidente que el Planeta Tierra es de todos, la Casa Común, aunque esté fragmentada en regiones geográficas y naciones.
Aunque no lo parezca, ese desmoronamiento es un proceso que ya lleva años y que incluso se inició en medio de la prosperidad de EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, con el fracaso de los acuerdos de Bretton Woods y una guerra fría larga e intensa, preñada de todo tipo de peligros y creadora de las desigualdades planetarias que han traído desgracias como las de Oriente Medio, África, Corea, Vietnam, Laos, Cambodia, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Yemen, Libia, Siria, y una cadena de golpes de Estado novedosos, no a partir de los cuarteles como en la época de las cañoneras, sino de las estructuras democráticas como las elecciones, la supremacía de los poderes judiciales y los caudales de dinero.
La marginación de los países periféricos, la explotación y robo de sus riquezas, la universalización de la pobreza responsable de las pandemias y la violencia doméstica, fueron las semillas del éxodo mundial que comenzó por África hacia la Europa colonial y neocolonial, y pronto se extendió a América Latina y Asia, hasta llegar a la masividad que invadió, paradójicamente, a los países que se hicieron ricos a costa de ellos.
Trump no es tonto, ni buena gente, ni pacifista, ni tan súper poderoso como trata de hacer creer. Sabe que el futuro –como el presente y el pasado- responde a leyes que escapan a la voluntad del hombre como especie, y son inexorables. El ser humano lo que hace es buscar interpretarlas y utilizarlas en su bienestar, y como expresé en un artículo anterior, Estados Unidos está necesitado de un pragmatismo oportunista para ir por un mejor camino a la búsqueda de su santo grial, el MAGA, por encima de todo y de todos.
Ya logró una concesión de Vladimir Putin que no necesita de una guerra como la inducida por su antecesor Joe Biden para obtenerla: los minerales de las tierras raras ucranianas a cambio del cese de la ayuda y de un cuasi regreso al Protocolo de Minsk en el cual el Dombáss es intocable, que probablemente incluya una permanencia o aceptación del status quo actual generado por el avance territorial de las tropas rusas, así como un detente al desplazamiento estratégico de la OTAN.
Putin había sido claro en sus exigencias repetidas seguramente en la entrevista con Trump: En junio de 2024 el líder del Kremlin pidió a Kiev el retiro de su ejército de todos los territorios ucranianos anexados en la guerra en curso, y reconocimiento de la soberanía rusa: Donetsk y Lugansk, en el este, y Jersón y Zaporizhia, en el sur. Además, que se desista del proceso para adherir a Ucrania a la OTAN.
Poco antes del mensaje de Trump, el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, declaró en una reunión en la sede de la OTAN en Bruselas con sus homólogos que Zelenski no tenía ninguna posibilidad de lograr su objetivo de expulsar a las fuerzas rusas de Crimea ni del este del país y devolver a Ucrania a sus fronteras anteriores a 2014. Por lo tanto, dijo, “debemos empezar por reconocer que volver a las fronteras de Ucrania anteriores a 2014 es un objetivo poco realista (...) Perseguir este objetivo ilusorio, solo prolongará la guerra y causará más sufrimiento”, lo cual podría interpretarse como un reconocimiento efectivo de la anexión de Crimea y grandes partes del Donbass por parte de Rusia”.
Es lógica la reacción negativa de la Europa que apoyó y ayudó a mantener en el gobierno al payaso de Zelensky, un ex judío sin escrúpulos ni sesos, entregado al nazismo. La pelota no está en manos de él, sino de Francia, Alemania y Gran Bretaña, los centros de poder venidos a menos y mandatarios de tres naciones cuyos pueblos no quieren la guerra pero sus gobiernos sí. Putin fue muy claro con sus vecinos cuando los líderes europeos se reunieron en París para evaluar la situación y determinar continuar la guerra: Europa no tiene ningún papel en las negociaciones de paz sobre Ucrania.
Ucrania es un tema propio de Estados Unidos, Rusia y China en su verdadera y más profunda realidad, pues ellos deciden por razones de supremacía el nuevo orden mundial, y son las tres potencias en negociaciones. Pero lo es también de Europa en su sentido práctico, aunque no estratégico en cuanto a la búsqueda de un equilibro mundial que garantice la paz.
Pero la beligerancia europea hay que tomarla en cuenta obligatoriamente, y en algún momento tendrán que ser incluidos todos en la mesa de diálogo, aun cuando esos aliados de Kiev carezcan de la fuerza y capacidad financiera suficiente –incluido el armamento necesario- para seguir apoyando a un Zelensky que puede salir en cualquier momento de escena. Tampoco podrá mantener en territorio ucraniano una fuerza permanente de “paz” para preservar su seguridad que no represente a la OTAN la cual fue sacada de su ostracismo por la guerra de Ucrania, y regresará a él si esa contienda termina. Está descontado que, en esta ocasión, sea la ONU con “sus” cascos azules la que asuma esa tarea.
De esa manera, la situación de Europa tiene que ver con el asunto del cambio de época con un papel negativo al respecto al defender una continuidad del actual orden mundial ya insostenible. No le quedará otra alternativa que adaptarse y buscar nuevos mecanismos de seguridad regional si Estados Unidos se desvincula de sus compromisos con ella, como ha amenazado Trump.
De todo esto sale con mayor claridad a la luz la profunda crisis del “orden mundial liberal”, es decir, el injusto sistema de relaciones internacionales basado en compromisos, principios y normas que creó una profunda desigualdad social en violación del derecho internacional proclamado como su esencia y que nunca fue resguardado por las instituciones concebidas como sus guardianes: Naciones Unidas, su Asamblea General y su Consejo de Seguridad, ni defendieron valores como el libre comercio, la democracia real, la justicia universal, ni detener e impedir agresiones militares violentas, imposición ilegales de sanciones económicas, bloqueos económicos, y saqueos, ni crímenes de lesa humanidad ni lesa cultura.
Ucrania debería ser ahora lo que no pudo entonces la guerra de Vietnam cuyo fin con la derrota de Estados Unidos cumple 50 años el próximo 30 de abril: el punto de inflexión para la construcción de un orden mundial más justo y equitativo, y una paz duradera.