Trump agolfado con el golfo

Actualizado
  • 10/02/2025 00:00
Creado
  • 09/02/2025 18:47
En un político como Trump, farolero y arrogante, todo es posible, y siempre hay el peligro de que su jactancia rebase los límites de la razón

Parece que el delirio de grandeza que padece Donald Trump le afecta su estado mental y provoca confusión en su cerebro, como creer que es lo mismo golf que golfo, y uno y otro se pueden administrar de igual manera aunque sean cosas diferentes.

Con el golf no se enfada. El magnate posee 18 o más campos de golf de enormes dimensiones, casi todos de 18 hoyos y hasta uno de 27, de gran lujo, y a cada uno los bautiza con un nombre rimbombante precedido por su apellido, quizás como parte de ese delirio de grandeza o por un mal hábito perruno de marcar así su territorio.

En cambio con el Golfo de México está agolfado, No sorprendería que el nuevo patronímico que propone para esa cuenca sea “Trump Golfo de América” (o Estados Unidos) pues su propósito es deshonesto, sinvergüenza, de un pillo, granuja, vividor y hasta guripa, como califica a esa palabra la Real Academia Española, la que limpia, fija y da esplendor.prostituta.

En un político como Trump, farolero y arrogante, todo es posible, y siempre hay el peligro de que su jactancia rebase los límites de la razón y afecte el equilibrio emocional. Persiste en su idea de que “dentro de poco, cambiaremos el nombre del golfo de México por el de golfo de América”, y junto a ello evoca al anexionista e incendiario ex presidente William McKinley.

Alabado en ese contexto, el nombre de McKinley -quien aprovechó la debilidad y virtual derrota militar de España en América y el Pacífico para declararle la guerra a Madrid tomando como pretexto la auto voladura del acorazado Maine en el litoral cubano, y apoderarse de Guam, Hawái, Cuba y Filipinas, levanta sospechas de perversas intenciones en el insólito cambio de nombre del golfo.

McKinley, quien fue asesinado en 1901 en el inicio de su segundo período de mandato, inició las guerras arancelarias con la cual Trump trató de chantajear al mundo en su primer mandato –en particular a China y México- y ahora repite lo mismo como si la política internacional sea un juego de Monopolio.

Eliminar el nombre de Golfo de México sería, además de una barbaridad geográfica, un aberrante atentado a la soberanía de los otros dos vecinos que comparten con EEUU sus aguas, México y Cuba, porque de lo que se trata es de magnificar la advocación chovinista y usurpadora de su eslogan “Estados Unidos Primero”.

Por si es así, alguno de sus asesores deberían recordarle a Trump que ese gran bolsón de agua conectado al océano Atlántico se llama así desde que sus recontra tatarabuelos eran bebés traídos desde Gran Bretaña, y se hicieron adultos aquí matando pieles rojas y robando sus tierras y sus búfalos para saciar su enorme apetito geófago.

El Golfo de México era tal cuando todavía ni siquiera se habían aliado las 13 colonias que integraron en un cordón de norte a sur al entonces muy débil Estados Unidos.

Y se llamó así –no de América- porque todo su litoral, excepto el que pertenece a la isla de Cuba, era mexicano, y los españoles y demás europeos no encontraron razón alguna para llamarlo de otra manera. Incluso al concluir la invasión militar estadounidense en 1846-1848 cuando se robaron el 55 por ciento del territorio mexicano, incluyendo sus actuales estados costeros del golfo, continuó llamándose Golfo de México, no Americano y menos de EEUU.

De manera que ese nombre no solamente tiene una raíz etnográfica y marca un derecho patronímico, sino que identifica a una región geográfica hartamente reconocida por organismos e instituciones internacionales, las instituciones de navegación marina reconocidas, y el acervo cultural universal. Un presunto cambio de nombre ni siquiera es potestad unívoca de alguno de los tres países que tienen soberanía sobre la cuenca.

Más allá de criticar el egocentrismo desbocado por parte del patrocinador del cambio de nombre, es importante hurgar en los intereses oscuros que podrían estar escondidos detrás del exabrupto que algunas personas tiran a broma cuando debiera ser tomado con la seriedad que requiere por provenir de un individuo que ha perdido las riendas de la cordura.

Para la economía regional y mundial, y muy en particular para Estados Unidos, México y Cuba, el golfo tiene un valor excepcional, pues todas sus costas son estratégicas para la conexión marítima de los tres con el interior de cada uno de ellos y el mundo.

El crudo que se extrae de la parte estadounidense representa una sexta parte de la producción total del país, y casi todo el que extrae México de aguas someras. Los yacimientos más importantes de Tabasco y Campeche están en esa cuenca, y en Veracruz están los grandes puertos y patios de contenedores.

Cuba, como una llave, es su puerta de entrada desde el Caribe, pero la única de los tres que no ha tenido suerte con las prospecciones de yacimientos, contrario a la teoría de que posee grandes depósitos comerciales en su mar territorial, aunque se aferra a la esperanza de encontrar áreas que puedan ser explotadas comercialmente, a pesar de que el bloqueo impide una mayor participación de inversionistas en su exploración,

El tamaño de la cuenca es superior a los mil 600 millones de kilómetros cuadrados que lo ubica entre los golfos más grandes del mundo con la ventaja adicional de que casi un 50 % está formado por aguas poco profundas.

Al margen de todo lo planteado, la situación geográfica y legal del golfo está definida desde hace años y respaldada por los acuerdos internacionales sobre la delimitación de la zona económica exclusiva de cada cual que tienen fuerza de ley y son inviolables.

La isla los firmó con México respecto al sector adyacente a los espacios marítimos cubanos en julio de 1976, y con Estados Unidos en diciembre de 1977. Han firmado varios más en este nuevo siglo sobre temas específicos, incluidos la extensión de la plataforma continental más allá de las 200 millas náuticas.

De forma muy arrogante y sin especificar detalles, Trump declaró que, “como nosotros hacemos la mayor parte del trabajo (no dice qué trabajo), cambiaremos el nombre de Golfo de México al Golfo de América, el cual es hermoso y muy apropiado. Además, México debe parar a las miles de personas que entran en nuestro territorio”.

Haciéndole coro, la congresista republicana Marjorie Taylor Greene anunció que presentará un proyecto de ley lo más pronto posible para hacer oficial el cambio de nombre, como si eso se ventilara solamente en su país.

No se trata solamente de un desafío a México y a Cuba, sino a la comunidad internacional y su sistema de justicia y derechos, los cuales certifican que, debido a que el golfo comprende territorio de tres países, las cuestiones relacionadas con él requieren de consenso mediante derecho internacional y que, de manera unilateral, ningún Estado puede cambiar el nombre de alguna porción marítima, mientras no le corresponda de manera soberana.

La gran pregunta entonces es ¿por qué la insistencia de Trump de hacer el cambio? ¿Será un simple ataque de egocentrismo como hace con sus lujosos clubes de golf, o de nuevos propósitos de expansión geoestratégica como quiere hacer con el Canal de Panamá, México, Canadá y Groenlandia?

La respuesta a esas preguntas hay que buscarlas en su afán nazista de hacer grande a Estados Unidos con frases casi al calco de las pronunciadas con igual sentido por Hitler sobre Alemania que condujeron a la II Guerra Mundial, y la búsqueda de ampliar su espacio vitae como el Führer hizo con Austria, Checoslovaquia y Lituania y Trump pretende con Panamá, Groenlandia y Canadá, y someter a sus dictados a México.

Y como Hitler también, se inspira en un poder divino que asegura le concedió Dios al no morir en un raro atentado en el que una misteriosa bala le rozó la oreja sin dejarle cicatriz (aunque en el discurso dijo tenerla pese a que las cámaras no la captaron al enfocar su apéndice supuestamente dañado), y que se deshizo en el aire pues ni hirió a nadie del tumulto que estaba detrás de él en la ruta del proyectil, ni impactó en los resguardos de la tribuna. Algún día se sabrá la verdad.

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