Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
La ruleta rusa de Putin: una crónica de un asalto anunciado
- 26/11/2021 00:00
- 26/11/2021 00:00
A principios del mes de noviembre las agencias de inteligencia de EE.UU. advirtieron a sus aliados europeos sobre una posible nueva invasión de tropas rusas a Ucrania. Para mediados del mes de noviembre, cerca de 92 mil soldados, naves de combate y tanques rusos se movilizaron a la frontera entre ambos países. Públicamente los expertos del Departamento de Estado de EE.UU. y voceros de la Unión Europea expresaron preocupación y confesaron no tener claridad sobre los objetivos del Kremlin. Sin embargo, el precedente indica que el régimen de Moscú está concretando un asalto para ampliar su poder/control relativo en Europa. EE.UU., la Unión Europea, y la alianza militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no están preparados para trabajar en conjunto para contrarrestar las disrupciones de Rusia. El escenario es un preámbulo de las complejidades catastróficas que continuarán generándose en un mundo de competencia multipolar en el escenario internacional.
La política exterior del gobierno de Vladimir Putin desde el año 2000 pudiese parecer a primera vista un poco errática, beligerante y sin objetivos claros. La realidad es que el actuar del Kremlin ha sido sistemático y consistente. La imagen de rufián descontrolado cultivada por el propio Vladimir Putin es solo otra táctica descarada para engañar la triste credulidad de occidente. Desde que tomó posesión como primer ministro bajo Boris Yeltsin en 1999, Putin dejó claro sus intenciones de re-posicionar a Rusia como potencia mundial y en particular recuperar el control de los territorios de la antigua Unión Soviética.
La cronología del asalto anunciado a Europa es evidente. La estrategia de Putin fue bastante básica y eficaz. Rusia realizó pruebas escaladas para medir la disposición de sus adversarios internacionales y poco a poco aumentar su poder relativo.
Primero, Putin puso a prueba los principios de occidente. En 2006 el régimen de Moscú asesinó a Anna Politkovskaya, una periodista y activista de derechos humanos y enemiga del Kremlin. El régimen ruso no dejó duda del mensaje para sus opositores: Anna Politkovskaya fue encontrada el 7 de octubre (el cumpleaños de Vladimir Putin) de 2006 sin vida en el ascensor de su edificio. Tres disparos en el pecho y uno en la sien. Al lado del cadáver había una pistola Makarov y los cuatro casquillos (la Makarov es una pistola diseñada para los agentes de la FSB/KGB).
Las condenas de occidente fueron eso, condenas, titulares de periódicos y comunicados de gobiernos. Un mes después del asesinato de Politkovskaya, Alexander Litvinenko, un exfuncionario de la agencia de inteligencia rusa FSB (sucesora de la KGB), fue asesinado en Inglaterra. Litvinenko fue envenenado con el componente radioactivo polonio-210. La operación de la FSB en suelo británico es un ejemplo de lo envalentonado que se sintió el régimen a nivel internacional.
En abril de 2007 el régimen de Vladimir Putin lanzó el mayor ciberataque de Estado a Estado registrado a la fecha. El 27 de abril bancos, medios de comunicación, y el Gobierno nacional de Estonia sufrieron apagones en sus servicios en internet que perduraron por semanas. Estonia es miembro de la OTAN desde 2004. Sin embargo, un tecnicismo del artículo V de la alianza militar (que establece que un ataque a un miembro significa un ataque a todos y compele al bloque a actuar en defensa) paralizó a la OTAN y dejó sin respuesta un ataque a la infraestructura crítica de un aliado.
La falta de repercusiones a las agresiones del régimen de Moscú dieron luz verde para la primera operación militar convencional rusa contra un Estado ex-soviético. En agosto de 2008, un año después de los ataques cibernéticos en Estonia, más de nueve mil soldados rusos invadieron la república independiente de Georgia. Los territorios de Abkhazia y Ossetia quedaron bajo control de Moscú desde entonces.
En 2009, la respuesta de la administración Obama ante las crecientes agresiones del régimen de Putin fue la desastrosa, deplorable y fallida política de “reset” o reinicio de relaciones con Moscú. En marzo de 2009 la entonces secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton presentó a su homólogo ruso Sergei Lavrov un botón rojo con la palabra neperpy3ka Un gesto que se suponía simbolizaría el reinicio de relaciones entre ambas naciones. A pesar del gesto político, el personal del Departamento de Estado se equivocó, la palabra neperpy3ka significa sobrecarga y no reinicio en ruso. Un simple pero contundente ejemplo de lo poco preparado que estuvieron y están los americanos para contener y mucho menos entender a sus adversarios.
En 2012 el presidente Obama advirtió al régimen sirio de Bashar Al Assad, quien recibe el apoyo militar del Kremlin, en contra del uso de armas químicas. El presidente estadounidense incluso subrayó que de cruzar esa “línea roja”, Siria y Rusia sufrirían graves consecuencias. Las amenazas sin rigor de EE.UU. son hoy la burla de los autoritarios y el lamento de cientos de víctimas. Desde 2013 la oenegé Human Rights Watch ha registrado al menos 85 ataques químicos contra poblaciones civiles en Siria.
Tras casi una década de agresiones sin respuesta y de cara al acercamiento del Gobierno ucraniano a la Unión Europea, en 2014 Rusia invadió el país vecino. Tropas rusas tomaron control de la península de Crimea (territorio ahora anexado a Rusia) y a la fecha continúan combatiendo al ejercito ucraniano en las regiones de Donbas y Luhansk. El conflicto suma más de 14 mil víctimas fatales en el centro de Europa.
Desde la invasión rusa a Ucrania en 2014 el Kremlin reinició un ciclo de pruebas a los principios y disposición del bloque democrático. En 2015 estableció una base militar en Siria y luego en Libya, movilizando tropas a una zona de conflicto fuera de territorio exsoviético por primera vez desde el fin de la guerra fría. En 2016 Rusia interfirió en las elecciones en EE.UU. para sembrar división. En 2019 Putin negoció con el régimen venezolano para que Nicolás Maduro permaneciera en el poder. En 2020 el líder opositor ruso Alexei Navalni fue envenenado por agentes del Kremlin con el agente nervioso Novichok, y luego encarcelado tras sobrevivir el intento de asesinato. En 2020 y 2021 grupos cibercriminales basados en Rusia y bajo instrucción del Kremlin atacaron la compañía de software Solar Winds y el oleoducto Colonial en EE.UU., entre otros ataques cibernéticos.
La intervención rusa en las elecciones de 2016 en EE.UU. dio frutos con creces para el Kremlin. La presidencia de Donald Trump y sus políticas de “Make America Great Again” y “America First” magnificaron las divisiones y la polarización política a nivel nacional e internacional. Internamente el Gobierno de EE.UU. no puede gobernar, los márgenes electorales son tan ínfimos, que la clase política solo se dedica a hacer campaña para garantizarse el poder. A nivel internacional provocó un rechazo por parte de la Unión Europea que está ahora decidida a trazar su propio rumbo separado de su aliado natural desde 1945. Como un tiburón político, Putin olió la sangre en agua tras la calamitosa retirada de tropas de la OTAN y EE.UU. de Afganistán en agosto de este año. Militarmente EE.UU. y la OTAN mostraron al mundo la falta de comunicación, coordinación y cooperación entre los aliados –y sobre todo una ausencia total de estrategia a futuro–, algo que Putin ha tenido claro desde 1999.
La Unión Europea, por su parte, a pesar de soñar con la supremacía de su modelo político, está sin liderazgo y enfrentándose a una triple crisis. Ángela Merkel, la interlocutora natural entre el Kremlin y el mundo ya no lidera Alemania, y el nuevo gobierno de coalición liderado por los socialdemócratas ni siquiera mencionó su política exterior como prioridad de gobierno en el anuncio del acuerdo político de este 24 de noviembre, y entregará la cartera de relaciones exteriores a los anti-OTAN (el partido de los verdes). Países como Francia y la República Checa están registrando por encima de 22 mil casos de covid-19 diarios y Austria está bajo confinamiento nacional. 60% de las muertes covid-19 en el mundo actualmente se registraron en Europa esta semana. Y los precios de los combustibles en el bloque regional están actualmente alrededor de 700% más altos que en noviembre de 2020 y los últimos tres años. El último dictador de Europa y lacayo del Kremlin, Alexander Lukashenko de Bielorrusia, generó por ordenes de Moscú una crisis migratoria en la frontera con Polonia. Lukashenko amenazó a Europa con cerrar el oleoducto Yamal entre Rusia y Polonia/Alemania. Lukashenko es el perfecto chivo expiatorio para presionar a la Unión Europea, quien depende en un 35% de Rusia para su suministro de gas natural. La alternativa para Europa sería habilitar el recién construido oleoducto Nordstream 2, decisión que duplicaría la dependencia de Europa del gas natural ruso.
La de Putin en Rusia ha sido tan astuta, que la undécima economía más grande del mundo está poniendo en jaque a titanes con economías 15 y 20 veces más grandes (Unión Europea y EE.UU.)
Pero sobre todo el bloque democrático ha demostrado un compromiso inexistente entre sus aliados y con los derechos humanos y la democracia a nivel mundial. Tropas rusas probablemente invadan Ucrania cuando las temperaturas bajen en Europa y el suministro de energía en la región sea aún más crítico. Y Putin anticipa que su agresión recibirá la misma reacción insuficiente de occidente. Pase lo que pase, Europa y EE.UU. están jugando una ruleta rusa con una bala en cada recámara.