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- 12/04/2020 00:00
- 12/04/2020 00:00
Llegué a Madrid con mucha ilusión hace unas semanas. Era una ciudad increíble, siempre con tanto movimiento: los museos con miles de visitantes, los restaurantes y terrazas a reventar de gente y un sinfín de actividades con las que residentes y turistas disfrutaban con toda alegría.
Todos estábamos teniendo una vida normal que hasta se celebraron congregaciones multitudinarias por el día de la mujer, mítines políticos, partidos de fútbol, obras de teatro, idas al cine, conciertos musicales y así, evento tras evento, se fue desarrollando Madrid tal y como nos tenía acostumbrados.
Sin embargo, a lo lejos, ya se escuchaban los primeros casos de coronavirus en España, pero como de costumbre, nunca creemos que las cosas nos van a suceder y nos enfocamos en seguir con nuestra vida cotidiana, con normalidad.
A los pocos días de llegar a la “ciudad que nunca duerme”, una sensación de alarma ya ganaba terreno en lugar. Los hospitales empezaban a recibir cada día más casos de esa extraña gripe, las noticias hablaban cada vez más de nuevos positivos: personajes públicos como políticos, artistas y deportistas estaban contagiados con el virus que ha cambiado el mundo.
Así, día tras día, se fueron confirmando los casos de algún conocido, el tío de un amigo, alguna persona de la empresa, hasta escuchar de la muerte del familiar de alguien con el que tenías alguna relación.
En ese momento, el Covid-19 ya no era algo que sucedía a lo lejos, en Wuhan o más cerca en Italia, ya había llegado a Madrid para convertirse en una realidad.
Así fue como repentinamente nos encontramos en cuarentena en nuestras casas, tras el decreto de alarma promulgado por parte del Gobierno español, y en un abrir y cerrar de ojos pasamos de la total libertad, a estar encerrados.
Los primeros días hubo un estado de histeria colectiva, los mercados abarrotados de gente haciendo compras nerviosas, donde extrañamente el papel higiénico fue el producto más demandado. Muchas empresas enviaron a sus empleados a trabajar desde casa, mientras otras redujeron la plantilla al mínimo para mantener sus operaciones, y así cada quien desde su trinchera fue aplicando las medidas necesarias y pertinentes para mantener la continuidad en su vida.
Mi pareja y yo estamos en un apartamento muy pequeño, viviendo la cuarentena. No podemos salir a la calle, salvo que sea para adquirir productos en el supermercado, la farmacia, o sacar la basura.
Fue inexplicable lo vivido durante la salida del primer día de la cuarentena: el escenario fue una ciudad totalmente desolada. Me preguntaba en qué momento las películas de ciencia ficción que tanto veía, se hicieron realidad.
Al salir a la calle, las personas no se miran a los ojos, muchas utilizan tapabocas y guantes, manteniendo el máximo distanciamiento social. No nos hablamos, nos miramos de reojo con preocupación, no sabemos qué pasa ni que pasará.
Cuando estamos en nuestro apartamento, hacemos lo posible por llevar una vida normal. Tenemos que trabajar (home office), haciendo llamadas con clientes, compañeros de trabajo, organizando reuniones y cumpliendo objetivos pautados. Al no salir de casa, disponemos de más tiempo para ver en qué ocuparnos, hacer ejercicio, ver películas, leer, cocinar, y así cada día nos vamos inventando algo para hacer más llevadero este aislamiento. Honestamente, se hace muy difícil estar dentro de casa sin poder salir, esa sensación de perder la libertad con la que llevamos tantos años viviendo, es indescriptible.
La primera semana de cuarentena ha originado muchos sentimientos en nosotros, realmente ha sido un cambio radical en nuestro estilo de vida.
En tiempos en los que la sociedad y los países están sufriendo tantas diferencias políticas, xenofobias y dictaduras, este virus nos ha puesto a pensar en que más allá de los intereses individuales, también hay un interés colectivo que pareciera que nos ha unido con un solo objetivo: la supervivencia.
Pareciera que este virus que tanto nos ha descompuesto la vida, ha llegado en el momento preciso para dar su mensaje a la humanidad, para hacernos ver que el cambio es necesario para lograr la preservación de la raza humana y que si nosotros no somos capaces de hacerlo, el planeta Tierra siempre tendrá mecanismos para lograrlo y preservar su equilibrio.