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- 03/11/2023 00:00
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En la madrugada del 5 de noviembre de 1605, funcionarios del rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia arrestaron a Guy Fawkes, un conspirador católico, quien se encontraba en las bodegas del Parlamento Británico con una linterna de hierro, unas cerillas y 36 barriles de pólvora.
En enero de 1606, tres meses después, Fawkes fue arrastrado por un caballo desde la torre de Londres hasta las afueras del Parlamento, en donde fue ahorcado, castrado, destripado y, posteriormente, descuartizado públicamente. Sus restos desmembrados fueron exhibidos en las cuatro naciones de Gran Bretaña.
El reinado de Jacobo I de Inglaterra luego estableció el 5 de noviembre como un día de conmemoración obligatorio. Los súbditos del rey tenían la obligación de ir a misa, en donde los párrocos protestantes proclamaban que el rey Jacobo I había sido salvado por intervención divina. Por más de 200 años los británicos celebraron el 5 de noviembre, las celebraciones animaban los sentimientos anticatólicos en el reino, donde se volvió costumbre la quema de efigies del Papa.
Más de cuatro siglos después, sin embargo, el retrato de Guy Fawkes y el 5 de noviembre se han convertido en un símbolo y una fecha para protestar contra el statu quo, y el recuerdo popular del personaje está atado a la película V for Vendetta, escrita por los hermanos Wachowski y que se estrenó en 2006.
La historia de una conspiración que intentó asesinar al rey de Inglaterra para acabar con la persecución de los católicos por parte del rey protestante, pasó de ser un debate sobre terrorismo y libertarios a una novela gráfica y un disfraz de halloween que evoca sentimientos antiimperialistas. Esa evolución manipulada de las ideas, e incluso de la noción de historia y la conexión que percibimos con ella, es una operación psicológica.
La guerra moderna ha evolucionado, no solo son las operaciones psicológicas la punta de lanza para atacar a las democracias, sino que también se ha instrumentalizado la modernidad para destruir, desde adentro y afuera, a los Estados democráticos. En un mundo posverdad, la seguridad ciudadana es responsabilidad de todos.
En mayo del año 525 a.C., el rey Cambises II, del Primer Imperio Persa, logró destronar al faraón Amasis II de Egipto, utilizando la primera táctica de guerra psicológica registrada en la historia. Durante la batalla de Pelusium, cuenta la leyenda, los persas colocaron como punta de lanza de sus formaciones de batallas a soldados cargando gatos, animal que para los egipcios era sagrado (el dios egipcio Bastet es representado como un felino). Los egipcios se rehusaron a disparar sus flechas por temor a herir a los animales divinos y la ciudad fue exitosamente conquistada. Luego de más de 2.500 años, las operaciones psicológicas de guerra han evolucionado en su complejidad, pero mantienen una funcionalidad bastante simple: son operaciones que transmiten información cuidadosamente seleccionada a audiencias específicas, para influenciar sus motivaciones y razonamiento objetivo.
Cambises II utilizó la religión en contra de los egipcios, y el rey Jacobo I logró convertir un intento de tiranicidio en un evento para unir a los británicos en contra de los católicos y los enemigos que tenía el rey protestante en Europa continental.
Pero hoy las operaciones psicológicas no son herramientas exclusivas de los gobiernos. La economía en sí es dinamizada por la mercadotecnia. Gran parte de la identidad social de los individuos hoy está prerrediseñada en alguna reunión que determina qué es popular, y luego nos bombardea con anuncios y narrativas que refuerzan esa predeterminación externa. La guerra entre Hamás e Israel es el último ejemplo de cómo las operaciones psicológicas están construyendo un mundo posverdad.
El pasado 7 de octubre, unos 500 combatientes del grupo terrorista Hamás invadieron Israel y asesinaron a más de 1.300 israelitas. En menos de un mes, un grupo de 500 personas logró cambiar completamente el curso de la historia y la realidad percibida en la que vivimos.
La brutalidad del ataque del 7 de octubre fue calculada. Mas allá de los detalles técnicos de la operación militar, hay que subrayar el éxito de la operación psicológica. Los combatientes de Hamás, que, a simple vista, para algunos, son unos simples bárbaros, portaban cámaras para grabar los ataques a los distintos kibutz fronterizos. Los combatientes secuestraron a más de 200 personas; en una gran cantidad de casos los celulares de las víctimas fueron utilizados para transmitir en directo, desde sus cuentas sociales, su secuestro o asesinato. La brutalidad de los ataques no fue producto de barbarie, sino de un cálculo de guerra asimétrica. Incluso el número total de personas secuestradas y la demografía de las víctimas también es un cálculo.
Secuestrar a mujeres, ancianos y hasta bebés no es una decisión producente para negociar con el enemigo, es una decisión adrede para provocar la ira y la respuesta desmedida de Israel. Sería un gravísimo error pensar que los combatientes de Hamás, entrenados por Irán, son bárbaros.
Incluso pensemos en la explosión en el hospital Al-Ahli Arab, en la ciudad de Gaza, el 17 de octubre. La autoridad de salud de Gaza, operada por Hamás, hizo una rueda de prensa televisada sobre los cadáveres de las víctimas e inmediatamente acusó a Israel por unas 500 muertes, número altamente dudoso. Las mismas autoridades de Hamás acusan a Israel de haber matado a cerca de 8.000 civiles, más del 60% de ellos mujeres y niños. Civiles que, sean ciertas las cifras o no, mueren porque Hamás, de manera intencional, ha colocado su infraestructura crítica alrededor o debajo de escuelas, hospitales y templos religiosos. Netanyahu, sin embargo, no permitirá que ni la moralidad ni un gato sagrado se interpongan ante la necesidad imperante de defender al Estado de Israel.
El resultado de la operación psicológica es impresionante. Inmediatamente detuvo y congeló las negociaciones entre Israel y Arabia Saudita, que estaban a punto de normalizar relaciones diplomáticas. Fortaleció a Rusia en el tablero internacional, ya que son Kazajistán y Azerbaiyán quienes suplen al país sionista, que importa más de la mitad de su consumo diario de estos dos países exsoviéticos. Y no solo eso, sino que también ya nadie está pensando en Ucrania, o peor, están ya aburridos de un conflicto sin sabor, que ya no vende. Hundió moralmente a EE.UU. ante el sur global, obligando a la Administración Biden a ofrecer su apoyo incondicional a Israel. Y ha provocado manifestaciones masivas en todas las grandes capitales de occidente.
La operación psicológica ha sido tan exitosa que en todas las capitales del G7 la ciudadanía está protestando en contra de aquellos que se defienden de una masacre premeditada, en donde literalmente amarraron a familias enteras y las quemaron vivas.
Irán ahora coordina ataques no televisados desde Siria, Irak, Yemen y Líbano. Mientras que en América Latina, Bolivia rompe relaciones diplomáticas con Israel, el presidente de Colombia expulsa al embajador de ese mismo país y el dictador Nicolás Maduro ofrece su apoyo total al pueblo palestino, mientras además recibe un alivio de sanciones económicas por parte de Joe Biden.
Una operación fundamentalmente psicológica la tal llamada “Inundación de Al-Aqsa”, que en términos económicos no debió costar más de un par de millones de dólares, cambió la dirección de la historia.
La guerra moderna es tal, que las tácticas que las fuerzas especiales de EE.UU. les enseñaron a los ucranianos para combatir la asimetría contra los rusos fue compartida por los rusos con los iraníes, y estos entrenaron a su vez a los combatientes de Hamás que atacaron Israel. Unos drones civiles de $500, equipados rústicamente con granadas, fueron utilizados por Hamás para destruir tanques de guerra que costaron más de $2 millones en producir o centros de comandos de vigilancia a lo largo de la frontera.
La inteligencia de Hamás además utilizó aplicaciones de citas y redes sociales para extraer información de soldados comunes israelitas, haciéndose pasar por jóvenes atractivas. Desde 2018, Hamás ha estado plantando malware en celulares de soldados israelitas a través de adjuntos enviados por estos catfish digitales. Grupos de hackers amateurs, operando desde las ruinas de Gaza y con mala conexión al internet, lograron subvertir un aparato de inteligencia que destina más de $2,6 mil millones anuales a proteger sus fronteras.
Fue a través de estas infiltraciones básicas que un grupo terrorista logró ser tan exitoso el 7 de octubre, pues contaba con conocimiento previo y casi total de los movimientos y operaciones de los soldados israelitas del otro lado del cerco.
Y mientras que Israel gasta más de $20.000 millones anuales en equipos modernos, aviones de última generación, bombas guiadas, cercos, puestos de control, el domo de hierro, etc., Hamás destinó unos $90 millones (menos de lo que recibe anualmente de Irán) para construir más de 500 km de túneles subterráneos en Gaza. Túneles en donde ni la más alta tecnología le dará la ventaja a los israelitas.
Finalmente, Hamás logró lo que nadie ha podido desde la Segunda Guerra Mundial. De manera contundente y en casi todo el mundo, Hamás logró subvertir la supremacía moral de occidente y de EE.UU. ante sus propias poblaciones. Cualquiera que sea la decisión de occidente ante el conflicto en el medio oriente, ya perdieron el control de la narrativa.
La operación psicológica “Inundación de Al-Aqsa” verdaderamente inundó la psique del mundo entero. Y mientras no tuvimos problema con los más de 500.000 civiles muertos en la segunda guerra en Irak, o los más de 20.000 en Ucrania desde 2022, como tampoco nos hemos preocupado por los más de 40.000 ajusticiados por las fuerzas de seguridad del régimen de Maduro desde 2016, ni nos ha llamado a la calle los más de 32.000 civiles asesinados anualmente en México por los carteles, resulta que una disputa territorial religiosa al otro lado del mundo ha robado el corazón de las juventudes del mundo. Esto es el resultado de una exitosa operación psicológica en un mundo posverdad.
En palabras de Alan Moore, escritor de la novela gráfica V for Vendetta: “Desde los albores de la humanidad, un puñado de opresores han aceptado la responsabilidad sobre nuestras vidas que deberíamos haber aceptado nosotros mismos. Al hacerlo, tomaron nuestro poder. Al no hacer nada, lo regalamos. Hemos visto a dónde conduce su camino, a través de campos y guerras, hacia el matadero”.
¿Quién determinará qué es lo que conmemoraremos el 7 de octubre? ¿Conmemoraremos las víctimas de un brutal atentado o la supuesta resistencia de un grupo armado? Pero, sobre todo, ¿habremos tomado responsabilidad individual de nuestras vidas y dejado de ser arrastrados por narrativas diseñadas por opresores de muchos colores?