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- 02/10/2024 00:00
- 01/10/2024 20:42
El largo proceso de consolidación y expansión de la Cuarta Transformación, el programa de gobierno del Partido Morena, creado e impulsado por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, llegó a su clímax con la toma de protesta de su sucesora, Claudia Sheinbaum, en lo que ya es historia per sécula seculorum: México abre el camino de la presidencia de la nación a las mujeres.
Si por sí mismo ese hecho se convierte en un episodio antológico en un país machista por antonomasia y de raigambre discriminadora a las féminas, incluso a sus bravías combatientes de la Revolución de 1910, tanto o más lo es por la circunstancia en la que se instala como primera mandataria en el vetusto Palacio Nacional en cuya edificación española se concreta lo más trascendente del México insurgente.
Claudia Sheinbaum llega a la primera magistratura de un país de dos millones de kilómetros cuadrados y 127 millones de habitantes, además de los más de 40 millones en el vecino Estados Unidos, cuando baten más fuertes los vientos que levantaron desde el 1 de diciembre de 2018 el remolino de la transformación de la vida política y social del país, en seguimiento de la saga trazada por próceres como Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco I Madero, Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Y esa circunstancia le otorga una connotación mayor aún a su primigenia presidencialista, pues le toca enfrentar el descomunal reto de continuar el cambio social emprendido por AMLO, con el compromiso de elevarlo a categoría estructural, lo cual no pudo hacer su antecesor por carecer de mayoría calificada en el Congreso, el principal impedimento para aprobar reformas profundas de la Constitución en leyes como la energética, la eléctrica y en especial las de los poderes Judicial y Legislativo.
Estas últimas son líneas directrices de su programa de gobierno presentes en el centenar de metas de su primer período diseñado de cien días de magistratura, y son, precisamente, los horcones fundamentales para construir lo que ella llama el segundo piso de la cuarta transformación y la prueba de fuego para el equipo que la acompañará en ese tramo inicial trascendente y vital para el futuro.
Son días de euforia para la aplastante mayoría de los mexicanos que le dieron en las urnas un respaldo del 60% y más de 35 millones de votos, con lo cual rompe todos los récords al respecto, y llega a la presidencia en condiciones óptimas para cumplir el programa anunciado.
Salvo la discrepancia y el enojo con el presidente de España, Pedro Sánchez, quien, con una actitud propia de Hernán Cortés, rechazó la invitación a la toma de posesión de la científica en ciencias porque no invitó al rey Felipe VI por el agravio a los pueblos originarios de México -de los cuales aún quedan 68 etnias activas y reconocidas por la sociedad, pues los colonialistas no pudieron exterminarlos a todos como sucedió en muchos países-y violó así los deberes como jefe de Estado en materia diplomática y protocolaria.
Pero a Claudia la acompañaron numerosos presidentes quienes, de igual manera, rindieron honores y despidieron al gran amigo López Obrador, un mandatario que concluyó su mandato con una aprobación popular más alta que cuando lo ganó en julio de 2018.
En lo concreto, la nueva presidenta tiene en su centenar de compromisos tareas ingentes claves para construir ese segundo piso de la cuarta transformación. Baste con citar de nuevo las reformas constitucionales en los poderes Judicial y Legislativo, y las metas muy concretas y bastante difíciles de materializar como, por ejemplo, en materia económica, terreno en el que continuará con el modelo humanista de AMLO basado en populares programas sociales que han contribuido a disminuir la tasa de pobreza de un 43 % en 2018 a un 36 % en 2022: de 51 millones a 46 millones, y que desarrolló bajo el lema “Por el bien de México, primero los pobres”.
Seguirá la compleja misión de intentar acabar con el narcotráfico y erradicar la violencia criminal, sin enfrentamientos sangrientos como hizo el expresidente Felipe Calderón y continuó su sucesor Enrique Peña Nieto, todo dentro del concepto de construcción de una paz interna duradera, lo cual incluye bajar al mínimo las tasas de homicidios dolosos.
Cien días no son nada, se van de entre las manos como un puñado de arena de mar, pero Claudia no puede darse el lujo de dejarlos pasar ni desaprovecharlas 24 horas de cada día, para marcar, además, que su gobierno no será una simple y mecánica continuidad de lo realizado por AMLO, ni tampoco una copia al carbón del obradorismo. Su impronta, de hecho, ya está expresada en su gabinete, en el cual mantuvo pocas figuras del anterior.
Claudia, con la experiencia de un excelente gobierno en la Ciudad de México, un país dentro del país, comenzó con su toma de protesta en la Cámara de Diputados, a desandar el camino que le impone el cambio de mandato, pero no de rumbo.