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Episodio IV: Pax liberales y la nueva esperanza
- 04/03/2022 00:00
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La caída de Kabul y la invasión de Ucrania puso fin a la saga del orden mundial liberal moderno. El inicio de un conflicto bélico convencional a gran escala en el corazón de Europa marcó el re/inicio de una renovación o reconfiguración de las relaciones internacionales que nos obliga a visitar la historia y recalcular nuestros conceptos y decisiones. La realidad de los hechos es que: a) la democratización del mundo durante la Guerra Fría no sucedió sin estragos y fracasos monumentales; b) durante la Pax Americana –tras el colapso de la Unión Soviética– fue la arrogancia y la dejadez las que sobresalieron, en vez de las virtudes, supuestamente victoriosas, de la democracia y el liberalismo; y c) las guerras sin fin en contra del terrorismo violaron nuestros propios ideales y permitieron el retorno del autoritarismo.
Una curiosidad de la memoria histórica es que durante el punto más álgido de la Guerra Fría, el momento de mayor promoción ideológica de la democracia a nivel internacional coincidió con una de las mayores crisis internas en EE.UU., el faro de la democracia a nivel mundial. Entre 1955 y 1969, EE.UU. vivió los momentos más turbios de su historia nacional moderna. El movimiento por los derechos civiles de las minorías fue sangriento. Desde la crisis de Little Rock, las protestas en Misisipi, Alabama, el estallido social en Chicago, al asesinato de Martin Luther King Jr., la violencia y la desconfianza en las instituciones democráticas amenazaron con una interrupción del orden democrático liberal. La ley y el orden, como virtudes liberales, se renovaron producto de la resiliencia y la convicción democrática de los ciudadanos. Los derechos civiles consagrados durante el verano de la libertad en 1964 no pusieron fin a los problemas raciales en el país, pero sí garantizaron la renovación democrática de las instituciones del país y la continuación del orden liberal. Los disturbios producto del conflicto racial en EE.UU. se extendieron más de una década y en 1979 Rusia invadió Afganistán, lo cual marcó el inicio del fin de la Unión Soviética y su modelo autoritario, y la eventual victoria, por resiliencia, de la democracia a nivel mundial.
De igual manera en el siglo XXI las democracias sobrevivieron las protestas raciales en EE.UU., la insurrección en el Capitolio americano, las protestas de los chalecos amarillos en Francia, las en contra de la reforma tributaria en Colombia, el estallido social en Chile, el fraude electoral en Bolivia, etc. Y, de igual manera, la democracia sobrevivirá en Ucrania, a pesar de la evitable tragedia humana actual y del futuro.
Sí es cierto que por 15 años consecutivos la democracia ha disminuido en el mundo y sí es cierto que el orden internacional liberal fracasó en evitar la guerra en Ucrania. Pero al igual que en los años 60 y 70, debemos recordar que la democracia es una promesa de renovación política constante, que garantiza con mayor estabilidad la paz y la seguridad del individuo, y no una promesa de prosperidad. La democracia es la promesa de la libertad no de la riqueza. Y la libertad se construye en unidad y compromiso con los valores liberales: un estado de derecho, la separación de poderes, derechos humanos y libertades individuales. De cara a las cenizas del orden mundial liberal moderno y a la tragedia de una nueva guerra en Europa, encontremos valor en la unidad de las naciones democráticas que se está forjando en respuesta a la agresión rusa.
Alemania, a gran costo para su propia economía, decidió suspender el proceso de certificación del oleoducto Nord Stream 2 con Rusia y cambió su posición histórica sobre el suministro de armamento letal en conflictos armados. Una decisión tardía, pero producto de la democracia y no del ímpetu emocional que cause un conflicto o una crisis.
Suiza, que ha sido neutral desde la era de Napoleón, respondió a la presión ciudadana y se sumó a las sanciones económicas de la Unión Europea en contra de Rusia.
Los países europeos, quienes sufrirán costos económicos debido a sus relaciones comerciales con Rusia, junto a EE.UU., pactaron cortar a Rusia del sistema de pagos internacionales SWIFT y de sus espacios aéreos. Los bienes de los oligarcas rusos están siendo secuestrados. Federaciones de deporte, multinacionales y artistas están rechazando y sancionando a Rusia. En las Naciones Unidas 141 de sus 193 miembros votaron en rechazo de la invasión rusa de Ucrania. Esta unidad no debe ser desperdiciada ni menospreciada ni mucho menos debemos sucumbir ante la frustración que causan los tiempos de decisión de la democracia.
El renovado vigor de los ideales liberales en el escenario internacional nos compele a visitar el período poscolapso de la Unión Soviética. El fin del mundo bipolar a comienzos de los 90 concedió la victoria por resiliencia al orden internacional liberal moderno. La victoria, sin embargo, no fue por nocaut sino por el inevitable fracaso del modelo autoritario.
Esta victoria por defecto y no por convicción fue la que permitió la concepción de políticas tan arrogantes como la doctrina Clinton hacia China o la política de reinicio de la Administración Obama hacia Rusia. En ambos casos, la ingenuidad o arrogancia del liderazgo de EE.UU. apostó por la convivencia pacífica entre autocracias y democracias, y desistió en promover valores liberales, a cambio de relaciones comerciales predecibles. La lección infame que nos dejó el famoso escrito de Francis Fukuyama, El fin de la historia, es que la historia no tiene fin. La democracia no puede coexistir con elementos autoritarios y debe ser renovada constantemente, o corre el riesgo de ser secuestrada.
Tras la votación en las Naciones Unidas debemos entonces recalcular nuestras decisiones y también entender que: cinco países votaron en contra de la resolución y en favor de Rusia, y 35 otros se abstuvieron. India, una democracia, decidió abstenerse. En América Latina: Cuba, Nicaragua, El Salvador y Bolivia no condenaron la invasión. El régimen venezolano más bien brindó su apoyo total a Rusia. Y China, la segunda economía más grande del mundo, se mantiene con tácito apoyo al Kremlin. Estos países, que forman parte del orden internacional naciente, no son liberales. Y de entre ellos, los que supuestamente son democráticos, debemos considerarlos secuestrados por fuerzas autoritarias. En América Latina y en todo el mundo, aquellos que amamos la libertad no podemos permitir la coexistencia con regímenes autoritarios, o corremos el riesgo de padecer a causa del veneno de la corrupción, la manipulación y la violencia autoritaria.
Finalmente, como antesala a la construcción de un nuevo orden mundial, debemos examinar el fracaso central de la guerra contra el terrorismo. La caída de Kabul es el más trágico ejemplo de como la falsedad ideológica es igual a construir un castillo sobre arena. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 lograron su cometido, el cual fue distinto a asesinar a 2.977 personas en EE.UU. A nivel ideológico, la violencia terrorista logró que nosotros mismos (liberales en todo el mundo) violáramos los valores del liberalismo y sembráramos la semilla de la destrucción del orden internacional liberal moderno.
La reacción de occidente ante el terrorismo desencadenó 11 intervenciones militares en el Medio Oriente y el norte de África. Miles de civiles y la infraestructura completa de países fueron catalogadas como daños colaterales. Se permitió la tortura de prisioneros. La videovigilancia de civiles. Se violó el derecho internacional, los derechos humanos. Con base en esa falsedad ideológica es evidente que la democracia en Afganistán e Iraq no haya calado. Acciones unilaterales en el escenario internacional no compaginan con los valores del liberalismo. Y bajo esa misma falsedad ideológica fue que nacieron populismos en todo el mundo, el resentimiento social, la polarización de la política, fuerzas impulsadas por el ideal autoritario de conquistar el poder a través de la violencia.
Es por eso que los cimientos de un nuevo orden mundial liberal posmoderno deben ser construidos a través del liderazgo de los valores mismos del liberalismo y no del liderazgo político de una sola nación. En el Sistema de Naciones, cada país tiene el mismo peso a la hora de renovar el orden mundial liberal. Una referencia de la unidad mundial liberal que ya existe la podemos encontrar en los consensos que se evidenciaron en la menospreciada Cumbre por la Democracia auspiciada por EE.UU. en diciembre de 2021. Más de 110 países del mundo coincidieron en que la renovación y protección de la democracia liberal a nivel mundial requiere de una intensa lucha por erradicar la corrupción y proteger la libertad de expresión y, sobre todo, de prensa. Una fórmula simple y consensuada que pueda reanimar los órganos de la democracia, unir nuestras sociedades, y producir gobiernos que cumplan su mandato: la protección del individuo y sus libertades para el desarrollo, pleno, en paz y correcto de la sociedad.
Tras estas libres consideraciones históricas es necesario un nuevo compromiso con nuestros valores y la revisión de nuestros conceptos. La democracia es una promesa de libertad, estabilidad, paz que se renueva y se adapta a los contextos materiales y sociales de nuestras sociedades - no es una garantía o promesa de prosperidad.
La resiliencia de nuestros sistemas democráticos depende de nuestro compromiso, el cual incluye un rechazo total al autoritarismo y todas sus formas, es decir, un rechazo a la violencia y la injusticia a lo interno de nuestros países, pero también en el escenario internacional. Y finalmente el nuevo orden mundial liberal, la Pax Liberales, la debemos construir sobre un verdadero compromiso ideológico. La unidad política, económica y social que hemos visto en el rechazo a Rusia y en las sanciones en su contra demuestran que el compromiso existe, a pesar de los fracasos del pasado.
El error de cálculo de Vladimir Putin, a la hora de invadir Ucrania, fue subestimar la convicción soberana de los ucranianos y la unidad de las democracias del mundo. Al igual que en 1979, la invasión de Rusia a Ucrania no marca un punto álgido para el autoritarismo, sino el comienzo de su inevitable fracaso. Nuestro deber, la esperanza de la Pax Liberales, es derrocar al autoritarismo por convicción y no por el colapso del ideal autoritario.