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Dominó de poder y la ilusión de las elecciones
- 09/09/2022 00:00
- 09/09/2022 00:00
Las elecciones, tras las primeras olas de democratización modernas en el mundo occidental, solían ser momentos solemnes dentro del calendario “litúrgico” de la democracia, torneos ideológicos sobre el futuro de la nación. En la mayoría de los países de Europa y América, la rivalidad entre partidos tradicionales era similar a la rivalidad que existía entre fanáticos de fútbol. Rivalidades que hacían hervir la sangre de los simpatizantes de un bando, animados a vencer a su contrincante. Rivalidades que, sin embargo, al sonar el silbato final terminaban en una celebración en amor mutuo por el juego que es el fútbol o, en esta analogía, la democracia. Por supuesto que esta descripción romántica solo fue posible como producto de los procesos políticos que sufrieron nuestras poblaciones, como lo fueron dictaduras militares, guerrillas, revoluciones comunistas y el terror de las guerras civiles.
Hoy las elecciones son momentos de miedo por la inestabilidad social, consternación por el futuro del país y, sobre todo, son momentos en donde, cada vez más, nos sentimos que no tenemos poder de decidir el ambiente político en el que vivimos. Vivimos dentro de una polarización mediática e ideológica que nos hace dudar constantemente de la realidad y de los demás. Y que el destino de nuestro país está siendo negociado o coercionado por alguna fuerza del poder mundial.
El 2 de octubre, Brasil irá a las urnas para elegir a un nuevo presidente. Las opciones principales son dos: el actual mandatario, Jair Bolsonaro, y el expresidente Luis Ignacio “Lula” Da Silva. Uno es un conservador, exoficial del ejército, que el pasado 7 de septiembre, Día de la Independencia de Brasil, reiteró que no concedería las elecciones que ya ha catalogado como fraudulentas. Bolsonaro está más de 10% por debajo de Lula en las encuestas (las que también han perdido la credibilidad de otrora). El otro candidato es un exconvicto por corrupción que, al parecer, encontró la libertad por tecnicismos legales y no por inocencia. Luis Ignacio 'Lula' Da Silva lidera las encuestas a pesar de estar evidentemente vinculado con el escándalo de corrupción más trascendental de la región, el famoso caso Lava Jato. Lula, además, es el artífice logístico detrás del Foro de Sao Paolo, hecho que el Partido de los Trabajadores de Brasil ha logrado mantener al margen de los debates políticos.
Desde ya, el país vive momentos de tensión. El prospecto de un golpe militar no solo es más común en el imaginario de los brasileños, si no cada vez más real. El temor alimenta la polarización. Por ejemplo, el presidente Bolsonaro ha, desde 2019, firmado más de 12 decretos para reducir las restricciones para la compra de armas en el país y, desde entonces, el número de armas legales en el país se ha duplicado, alegando muchos de sus dueños que estas armas son necesarias para combatir la criminalidad y resistir un posible gobierno comunista de Lula.
Brasil, además, es la única gran economía de la región que está en manos de un gobierno de “derecha”. Por lo que Brasil es el centro de atención de polos de poder a nivel mundial. No olvidemos que, en 2018, hackers rusos estuvieron involucrados en campañas de desinformación en Brasil. Y luego el Partido Comunista Chino torció el brazo de Brasilia durante la pandemia, para conseguir que Huawei construyera parte de las redes 5G del país. El mes pasado, la organización de derechos humanos Global Witness comprobó que plataformas tan populares como Facebook no tenían resguardo en contra de campañas de desinformación en Brasil.
En Chile, por otro lado, se celebraron unas elecciones en las que era obligatorio votar. Unas elecciones forzadas por la violencia de 2019. Si bien debemos aplaudir el ejercicio democrático del plebiscito para determinar si se debía modificar la constitución o no en 2020, las elecciones para elegir a los constituyentes de 2021 y el plebiscito de apruebo o rechazo a la nueva carta magna de 2022, no podemos olvidar que el país vivió momentos dramáticos de violencia, causados por una minoría que arrojó al país a la incertidumbre por tres años. Recordemos que solo el 35% de los votantes decidió que se redactara una nueva constitución, y 40% el que escogió a los constituyentes. Chile pasó de ser un candidato a miembro de la OCDE a ser calificado como un país de mayor riesgo que, por ejemplo, Perú (país que ha tenido cinco presidentes en seis años).
Los italianos irán a las urnas el próximo 25 de septiembre, luego de que el gobierno pro-europeo de Mario Draghi colapsara. El miedo nuevamente es el principal factor que decidirá las elecciones. La izquierda y los eurocéntricos han lanzado una campaña equiparando a los simpatizantes de Fratelli d'Italia a los fascistas de Benito Mussolini. Y es que la líder de la coalición de derecha, y probable próxima primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, fue una profesa seguidora de las políticas de Mussolini en su juventud. De igual manera, los aliados de Meloni y Fratelli d'Italia son, nada más y nada menos, que Matteo Salvini, del partido La Lega (un populista conocido por sus políticas antimigratorias y su apoyo abierto a Vladimir Putin), y Silvio Berlusconi, del partido Forza (un magnate y exprimer ministro de Italia constantemente ligado a escándalos de corrupción). Y a nivel internacional, Rusia esta semana cortó el suministro de petróleo a Europa. Esta decisión calculada del Kremlin agravará la situación económica en Italia, por los altos costos de la energía, quien depende de Rusia para el suministro de 40%. Si bien existe un consenso entre los partidos políticos sobre las sanciones contra Rusia tras la invasión en Ucrania, fue el disenso del partido del exprimer ministro Giuseppe Conte, del partido Movimento 5 Stelle, que derrumbó el gobierno de Draghi. Conte se opuso al envío de armas a Ucrania y su partido ha hablado abiertamente en contra de las sanciones contra Rusia. Un gobierno de derecha en Italia desfavorece la unidad europea y favorece a Rusia. Y además de estas complejidades internacionales, lo más importante es que, nuevamente, estas elecciones precipitadas ocurren como producto del dominó del poder y no una celebración “litúrgica” de la democracia. Italia ya tenía prevista elecciones para marzo de 2023; estos comicios de septiembre de 2022 no son voluntad del pueblo, sino artificio de los poderosos.
En el Reino Unido, el partido conservador sostuvo elecciones el pasado lunes para elegir al nuevo líder del partido y, por ende, el nuevo primer ministro. Las elecciones que colocaron a Liz Truss como nueva inquilina de 10 Downing Street fueron decididas por menos de 200 mil personas, los miembros del partido conservador. Y nuevamente, estas elecciones no eran parte del calendario “litúrgico” democrático del Reino Unido, sino el producto de artimañas políticas por parte del mismo partido conservador, para permanecer en el poder. Desde 2016, cuando David Cameron hizo el referendo sobre el Brexit, hasta la fecha, el Reino Unido ha vivido incertidumbre y polarización, por razones que escapan de las prioridades de los británicos en su vida cotidiana, por manipulaciones mediáticas. El país ya lleva cuatro primeros ministros, en seis años. Y hoy son menos de 200 mil personas, de los más fervientes seguidores del partido conservador, las que supuestamente eligieron al ejecutivo de una potencia nuclear.
En EE.UU., que siempre fue la referencia continental de estándares democráticos, el presidente Joe Biden ha descaradamente utilizado su ínfima mayoría en la Cámara de Representantes y mayoría técnica en el Senado (por el voto de la vicepresidenta Kamala Harris como presidenta del Senado) para hacerse con votos de cara a las elecciones de medio término del próximo 8 de noviembre. Con el supuesto Inflation Reduction Act, que no tiene nada que ver con la reducción a la inflación (hay conservadores que la llaman Inflation Explosion Act), los demócratas firmaron una ley que permite una dispensa de gasto fiscal de más de $700 mil millones que solo beneficiará a los allegados al partido demócrata: aquellos en los negocios de energías renovables. Pero no solo a ellos, sino también a los intereses económicos detrás del oleoducto Mountain Valley que atravesará West Virginia, intereses que consiguieron el voto del senador Joe Manchin para los demócratas a través de cuantiosas donaciones. El presidente Joe Biden también anunció un plan de alivio de deuda estudiantil que costará un aproximado de $500 mil millones o un promedio de $2 mil por contribuyente. Encima de las manipulaciones del poder que roban la agencia del individuo, el presidente Joe Biden ha, en dos ocasiones durante la última semana, calificado a la oposición (los simpatizantes de Donald Trump y el movimiento MAGA) como semifascistas y una amenaza a la democracia. Por su parte, 64% de los candidatos republicanos al congreso son candidatos que ponen en duda la integridad del sistema electoral. Los candidatos más radicales del bando republicano incluso amenazan con retaliaciones políticas, para motivar a las bases del partido, como, por ejemplo, un posible enjuiciamiento a Joe Biden con una nueva mayoría republicana en la Cámara de Representantes.
Ante este panorama distópico, debemos encontrar la calma para la reflexión. Las elecciones no deberían ser momentos de temor ni paranoia sobre el futuro. Las elecciones deberían demostrar la voluntad de la población, no perpetuar una tiranía de una minoría radical. Las elecciones no deberían ser el producto de las maquinaciones de los poderosos. Las elecciones deberían ser la conclusión de una conversación entre los ciudadanos sobre los principios necesarios para proteger la paz social. Válido para cualquier proceso electoral en democracia hacia el futuro: la conversación es entre los ciudadanos, no con el televisor o con una red social; los políticos nos representan, es decir, ellos deben ser reflejo de nuestras necesidades y no un producto de mercadeo que promete dádivas a cambio de nuestro voto; y, finalmente, la realidad es la que vivimos, no la que nos dicen que vivimos. Votemos con base en esto.