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La era de competencia estratégica de grandes poderes
- 10/12/2021 00:00
- 10/12/2021 00:00
Este 7 de diciembre se conmemoraron los 80 años desde el ataque aéreo y naval del imperio de Japón a la flota de Estados Unidos, atracada en Pearl Harbor, Hawai. El 8 de diciembre de 1941, el día después del ataque, el presidente Franklin D. Roosevelt se dirigió al país y a ambas cámaras del legislativo en un discurso que marcó el inicio de la era de dominación de EE.UU. sobre el orden mundial.
Roosevelt proyectó unidad, poder y determinación de una nación cuando correctamente aseveró que “no importa cuánto tiempo nos lleve superar esta invasión premeditada, el pueblo estadounidense en su justo poder logrará la victoria absoluta. Creo que interpreto la voluntad del Congreso y del pueblo cuando afirmo que no solo nos defenderemos al máximo, sino que nos aseguraremos de que esta forma de traición nunca más nos pondrá en peligro”.
80 años después la proyección de poder desde Washington es muy distinta. Este 8 de diciembre el presidente Joe Biden sostuvo una videoconferencia con su homologo ruso Vladimir Putin. La llamada empezó y el presidente estadounidense ni siquiera tenia el audio activado, lo cual demoró los saludos iniciales. A simple vista Putin se mostró relajado, en una gran mesa donde solo él figuraba, en un salón con techos altos y buena iluminación. Biden se mostró en el pequeño “situation room” de la Casa Blanca asistido por cuatro otros oficiales. Si las imágenes no hablaron por sí solas, el comunicado oficial del ejecutivo estadounidense dejó claro el contraste entre la América de Roosevelt y la de Biden. Según la Casa Blanca, la llamada “dejó en claro que Estados Unidos y nuestros aliados responderían con fuertes medidas económicas y de otro tipo en caso de una escalada militar” en Ucrania. Una amenaza ambigua a un adversario que ha atacado directamente a EE.UU. con más de una decena de ciberataques e interferencias en elecciones, cientos de miles de dólares en recompensas dispensadas a personas que asesinen a soldados americanos en Siria e Irak, e invadido a un países aliado (Ucrania en 2014).
Si el retrato anterior es muy subjetivo, el cambio de conceptos a lo interno del Departamento de Defensa de EE.UU., por parte de la administración Biden, comprueba que el país ya no goza de la determinación para dominar al mundo y mucho menos defenderse de sus adversarios que a diario ponen en peligro la estabilidad del país. Al inicio de su presidencia, Joe Biden modificó el concepto del Departamento de Defensa vis-a-vis China de una relación de “competencia de grandes poderes” (concepto que admitía el declive de EE.UU. y enfocaba los recursos a mantener la supremacía) a una era de “competencia estratégica”.
El cambio de tono significa que EE.UU. abandonó del todo su rol de liderazgo mundial y enfocará sus recursos a competir de manera estratégica con sus adversarios a la par de cooperar con ellos.
Independientemente de los beneficios o perjuicios que pueda significar el declive de EE.UU. para el mundo, y en particular para América Latina, debemos examinar las alternativas en el sistema internacional.
A nivel militar, EE.UU., que ya no cuenta con la confianza plena de la Unión Europea tras la presidencia de Donald Trump, reforzó sus alianzas con Australia, Japón y el Reino Unido (AUKUS y The Quad). La estrategia ha sido explícita por los voceros del gobierno. EE.UU. busca contener la influencia de China en el Indo-Pacífico y salvaguardar los intereses estratégicos de defensa y cadenas de suministro global.
Para esto, el gobierno de Joe Biden anunció en el mes de junio durante la Cumbre del G7 en Cornwall, Inglaterra, el programa de inversiones económicas Build Back Better World. Alrededor de mil millones de dólares en proyectos de infraestructura a nivel mundial (con énfasis en Asia) para re-potenciar los estándares comerciales de EE.UU. y promover un orden multilateral presidido por Norteamérica. La misma Casa Blanca define el programa como una respuesta y contrapropuesta al programa económico chino Belt and Road Initiative o la nueva ruta de la seda. A pesar del anuncio aún no hay proyectos formales anunciados.
EE.UU. mantiene un discurso de promoción ideológica de la democracia. Los voceros del gobierno americano anclan su actuar internacional al pretexto de la defensa de los valores liberales y el orden democrático. Es por eso que este 9 y 10 de diciembre el presidente Joe Biden convocó a más de 100 países del mundo a una Cumbre por la Democracia. La amplia convocatoria, sin embargo, deja dudas si la intención de Biden es la defensa de la democracia o un acto político más. Países como India –que es calificada por Freedom House como una autocracia electoral– y Pakistán que cuenta con fuertes vínculos con el terrorismo regional y decenas de acusaciones de violaciones a los derechos humanos, fueron invitados. Irak, Kenya, la República Democrática del Congo y Brasil también participarán, países que apenas cumplen los mínimos estándares democráticos ni hablar de derechos humanos.
Al otro lado del mundo, China tiene una meta clara y Xi Jinping simplemente aceleró el proceso que comenzó con Hu Jintao en 2012. En resumen, China tiene el objetivo de recuperar su lugar como potencia mundial y asegurar que la nación nunca más volverá a sufrir la humillación que vivió durante los 150 años de dominio imperial occidental. Es simple y no necesariamente nefario: China desea gozar de la misma influencia militar, económica y política que disfrutó EE.UU. en occidente durante el siglo XX, pero en su propia región, Asia. En otras palabras, el Partido Comunista Chino debe asegurar la estabilidad económica y social del país a largo plazo luego de un período de crecimiento sobre acelerado.
A nivel militar, el gobierno de Xi Jinping aumentó el presupuesto del Ejercito Popular Chino de $131 mil millones en 2014 a $1.3 trillones en 2021. Un incremento de cerca del 100%. Sin ninguna ambigüedad Pekín sometió a Hong Kong en 2019 a través de la represión y la nueva ley de seguridad nacional, y en 2021 ha dejado claro que Taiwán es parte integral del territorio de China.
Para lograr esta sostenibilidad del crecimiento económico, China se convirtió en el mayor socio comercial de más de 130 países en el mundo. China ya invirtió más de $4 trillones como parte de la nueva ruta de la seda en 140 países del mundo desde 2013 en proyectos de infraestructuras que crearon corredores logísticos ligados y dependientes de la economía del gigante asiático. De igual manera, el Shanghai Cooperation Organization (una alianza económica y militar creada por China en 2001) tiene el objetivo de mover el centro del crecimiento económico del mundo de occidente a Asia. La alianza abarca 40% de la población mundial y 20% del PIB global.
Es importante destacar que a diferencia de la exportación ideológica de EE.UU. en el siglo XX, China no pretende exportar su modelo autoritario. Por supuesto que el discurso y las agresiones antisistema de Pekín han potenciado a regímenes no-democráticos a nivel mundial y socavado las democracias, pero la propuesta de Xi para el mundo en desarrollo no es ideológica. Durante la tercera cumbre ministerial entre China y los países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) este 3 de diciembre, Xi dejó claro que “el camino acertado para la humanidad es el de paz y desarrollo, equidad y justicia, y cooperación de ganancias compartidas”. Según Xi, quien tomó un tono bastante liberal, su proyecto económico plantea una relación de “socios de cooperación integral en igualdad, con beneficios mutuos y desarrollo común, y estamos estrechamente unidos por la aspiración compartida de procurar la independencia, el desarrollo y la revigorización”.
El fin de la supremacía militar, económica e incluso ideológica de EE.UU. quedó en evidencia tras la insurrección y toma del capitolio en Washington D.C. el pasado 6 de enero y la calamitosa retirada de tropas militares de Afganistán en agosto de 2021.
El pasado 15 de septiembre, durante su discurso de Estado de la Unión, la presidenta de la Comisión Europea dejó claro que la Unión Europea debe consolidar su estabilidad territorial, económica y social por separado de la OTAN y EE.UU. Von der Leyen subrayó que la Unión debe invertir en materia de defensa para poder tomar acciones ofensivas independientes de los principios u objetivos de la ONU y la OTAN.
En materia económica, este 1 de diciembre la Unión Europea develó su propio programa de inversiones económicas en proyectos de infraestructura en las regiones adyacentes al mercado único más grande del mundo: Global Gateway. Serán alrededor de $300 mil millones en inversiones en salud, tecnología, transporte y educación.
En la política, cada palabra y forma es medida, y es por eso que hay que destacar que en los comunicados de la Unión Europea describiendo las prioridades de las inversiones del programa Global Gateway la rentabilidad, la calidad de la infraestructura, los estándares sociales y ambientales están por encima de cualquier consideración democrática.
En pocas palabras, la Unión Europea tiene como prioridad salvaguardar el estilo de vida detrás de las murallas del castillo Europa. Y lo hará exportando un estado de derecho que permita las relaciones comerciales para alimentar el estilo de vida del autoproclamado viejo continente.
La triste realidad es que hoy, a nivel de sistema, el orden mundial no cuenta con un defensor de la democracia. El sistema internacional claramente prefirió enfocar los esfuerzos post-pandémicos a proteger los intereses económicos y de defensa de tres bloques de poder por separado. Los países en desarrollo volvieron a convertirse en una periferia dependiente de nuevas tecnologías y patrones de consumo para poder sobrevivir a los cambios impositivos necesarios para el mundo del mañana. Estamos comenzando una era de competencia estratégica de grandes poderes.