Los belenes de Latinoamérica

Actualizado
  • 24/12/2022 00:00
Creado
  • 24/12/2022 00:00
Los belenes constituían el elemento principal de las festividades navideñas, en todos los hogares, sin importar su condición social o económica. Sabogal (1956) relata que “había niños Jesús grandes, casi como de la talla de la virgen María, pero muy hermosos, brillantes, sonrosados y risueños”
En Panamá, fueron los franciscanos y la congregación de los padres Oratorios los que impulsaron la devoción a Jesús niño a través de belenes.

“En estas fiestas navideñas queremos recordar cómo eran los tradicionales “nacimientos”, pintorescos e ingenuos, que con mucho entusiasmo todas las familias armaban en sus casas” (Coloma, 2008).

La tradición de los belenes –representaciones del nacimiento de Jesús– se remonta “al siglo XII para la Navidad de 1223 en Italia, donde san Francisco de Asís fue el primero en elaborarlos” (Carrasco, 2021). Durante el período virreinal, los belenes se popularizaron en la América española después de los concilios locales de México y Lima celebrados en 1583.

Sabogal (1956) señala que, en el Perú, la representación de belenes o nacimientos “...arraigó profundamente en la sensibilidad criolla y también en la india, y fue manantial de ternura y amor por estos lares”.

En Panamá, fueron los franciscanos y la congregación de los padres Oratorios los que impulsaron la devoción a Jesús niño a través de belenes que fueran muy realistas. En Honduras, esta tradición fue inculcada por la orden Franciscana y la orden Mercedaria a finales del siglo XVI y principios del XVII, y en torno a ella gira la fiesta de la Inmaculada Concepción y la virgen de Guadalupe, cuyo proceso involucra tanto la elaboración de los diferentes personajes a los que la Biblia hace referencia, como las posadas, pastorelas, villancicos y la gastronomía (Carrasco, 2021).

En el Perú, la representación de belenes o nacimientos “...arraigó profundamente en la sensibilidad criolla y también en la india.

Los primeros belenes provinieron de la metrópoli, pero pronto surgió una industria artesanal local –en México y el Perú– que, incluso, se hallaba segmentada porque los talleres, reconociendo sus fortalezas y debilidades, se especializaban en una porción del Belén. Así, por ejemplo, los mejores niño Dios se producían en la Audiencia de Quito (por Pampite, Caspicara y Legarda); los Reyes Magos en Nueva Granada; los ornamentos de oro y plata en el Perú lo mismo que los barnices de colores para decorar las piezas; mientras que los pastorcitos y sus animales, así como el edificio del pesebre, en México. Las primeras piezas fueron de madera, copia de las primeras representaciones españolas –el uso del molde de yeso no se popularizaría sino hasta después de las guerras de independencia en Sudamérica–, pero pronto cada región le aportó su toque peculiar. Lamentablemente, se desconocen los nombres de estos artistas locales anónimos, aunque fueron lo suficientemente buenos para que una región se distinguiese de la otra, así, progresivamente, se introdujeron en las tallas los detalles indígenas. La habilidad de los artesanos no solo estuvo en la elaboración precisa de copias, sino que el personaje de madera era transportado por partes hasta su lugar de destino donde era reensamblado. De ahí, a crear una pieza articulable, había solo un paso. Un Belén con piezas articulables –pero estático– fue presentado en Lima, en la iglesia de la Merced, en la Navidad, de 1769, elaborado con madera de Nicaragua, solo 20 años después del primer Belén de movimiento articulado de Laguardia en la Rioja Alavesa.

Centroamérica, en concreto, fue la principal abastecedora de madera para México, pero, sobre todo, para el Perú debido a las características desérticas de sus costas que obligaban a un uso limitado de ese recurso. Parte de esa madera era transformada, en los talleres peruanos de imaginería religiosa –en Lima, Huamanga, Cuzco o Arequipa– en belenes o nacimientos. Entre esas imágenes se encuentran algunas acabadas con tela encolada e inclusive con cabello natural. Perú comienza su tradición belenística en el año 1540 cuando Francisco Pizarro trae desde España su primer Nacimiento para su hija Francisquita (Sevilla García 2019).

Los belenes constituían el elemento principal de las festividades navideñas, en todos los hogares, sin importar su condición social o económica. Sabogal (1956) relata que “había niños Jesús grandes, casi como de la talla de la virgen María, pero muy hermosos, brillantes, sonrosados y risueños”. Además, estaban “San José y santa María, de pie, en traje flamante y lujoso; atrás el manso buey y el burrito tradicionales; en la parte alta, una cinta azul con las palabras 'Gloria in excelsis Deo', sostenida por ángeles con las alas desplegadas”.

Tener una talla del niño Dios envuelto en pañales casi del tamaño de san José y santa María dentro del conjunto del Belén es una herencia virreinal que aún se mantiene en muchos hogares latinoamericanos. Al tratarse del “Hijo de Dios” se buscaba darle más importancia y, de ahí, el porqué los artesanos lo hiciesen de mayor tamaño.

Desde el período virreinal –hasta nuestro días– se adoptó la costumbre de dotar al Belén de una escenografía. “Se levantaban cerros, con telas ordinarias, se incluía algunas plantas naturales o artificiales e inclusive se formaban pequeñas lagunas con agua natural. Quienes no podían hacerlas se contentaban con utilizar un espejo, sobre el cual colocaban patos y cisnes, como si nadaran allí. Estas montañas de artificio estaban pobladas por ovejas, de todos los tamaños, así como de pastores y algo muy importante, construcciones de apariencia ruinosa, aquí y allá” (Coloma, 2008). Cuando ya se acercaba la fiesta de la Epifanía (principios de enero), los Reyes Magos a caballo eran incorporados al conjunto.

Con el advenimiento de la República en Sudamérica, se perdió la costumbre virreinal de instalar “el Misterio” –la composición de la virgen María, san José y el niño Jesús– en bellas urnas de espejos o de madera tallada y dorada. Cuando en la urna estaba únicamente la imagen del niño Dios, el fervor popular lo llamaba “niño Manuelito”.

Hace un año, las tradiciones y la cultura navideña de la comunidad de Chopcca, de la región de los Andes peruanos de Huancavelica, fueron las protagonistas del colorido Belén del Vaticano, en Roma, que buscó realzar «una imaginería religiosa diferente al tradicional pesebre». Fueron 35 piezas de gran tamaño, entre figuras humanas y animales andinos, que simbolizan “la unión de la familia” y “la riqueza de la religiosidad del Perú” (Mons. Salcedo, 2021). Un largo camino de cinco siglos que, a través de los belenes, muestra el compromiso de renovación espiritual de los cristianos latinoamericanos.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones