Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 05/08/2011 02:00
- 05/08/2011 02:00
CHILE. De aquella ciudadela que llegó a albergar a casi 3,500 personas hoy no queda nada. En la mina San José reina el silencio a un año del derrumbe que sepultó a 33 mineros. Sólo el ladrido de dos pequeños perros interrumpe la soledad de este yacimiento enclavado en medio del desierto de Atacama y que hace un año centró la atención del mundo luego de que un derrumbe atrapara en su interior a 33 mineros.
Dos cuidadores resguardan hoy el lugar, donde sólo se ven piedras y arena. No hay rastros de aquella ciudadela con colegio, comedor, calabozo y cientos de carpas y casas rodantes que fue cobrando vida propia a medida que pasaban los días y que en el momento del rescate llegó a albergar a más de 3,500 personas, que llamaron a ese sitio ‘Campamento Esperanza’.
No están las banderas chilenas ni los cientos de mensajes de aliento a los mineros escritos en las rocas por sus familiares. No quedan tampoco casi evidencias, apenas algunos cimientos, de las tres enormes máquinas excavadoras que trabajaron sin descanso por más de 30 días para cavar uno de los pozos por donde fueron rescatados los mineros. Sergio, uno de los cuidadores del lugar, cuenta a la AFP que ‘han pasado semanas sin que nadie visite el yacimiento’, aunque de vez en cuando ‘alguno de los 33 mineros o un turista curioso han llegado hasta acá’ para recordar o conocer el que fue hace un año uno de los lugares más famosos del mundo. También dice que aquel imperturbable silencio se interrumpe algunas noches con los ‘ruidos extraños que se sienten desde el interior de la mina’, que se halla embargada a sus dueños —la compañía minera San Esteban— en el marco del proceso judicial que persigue las responsabilidades de la tragedia.
El orificio de unos 60 cm de diámetro por donde emergieron uno a uno los mineros tras 69 días de encierro fue totalmente sellado por una gruesa capa de cemento. La boca de entrada a la mina fue clausurada con mallas de metal, pero desde su interior aún emerge un aire frío y húmedo.
Un vistoso cartel que dice ‘peligro no entrar’ fue instalado allí, para advertir ahora los peligros de una mina que se explotó por más de 100 años y que sucumbió ante un gigantesco derrumbe que obstruyó su único acceso.
Pero en su sitio aún permanece la máquina de metal similar a un torniquete por donde se habilitó el sistema de comunicación y envío de alimentos y objetos a los mineros al interior de la mina.
Allí está, intacto, aquel cordón umbilical que durante más de dos meses de encierro nutrió de alimentos y esperanza a los 33 mineros.
Y como una ironía sigue también intacto un cartel instalado por la empresa en la entrada del yacimiento que señala: ‘juntos haremos una faena segura’.