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- 20/02/2020 00:00
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“A Chávez llegué a conocerlo bastante y bien y sabía exactamente hacia dónde iba”, frase punzante con la que, el exdirector de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) José Toro Hardy, nos habla de aquello que considera como el inicio de la “devastación” para la industria del crudo en la nación suramericana. Ya en 2014, durante nuestro primer contacto telefónico en suelo venezolano, el economista desmenuzaba las claves del complejo escenario que enfrentaba un sector en el que hoy parece haberse diluido cualquier signo de vida. “Hoy día tenemos una empresa de rodillas”, dice. Aquí la entrevista.
Cuando Chávez gana las elecciones busca controlar Pdvsa para ponerla al servicio de su revolución. Para los antiguos trabajadores de la estatal petrolera, la prioridad era la eficiencia, de manera que cuando comenzó a penetrar políticamente la empresa, hubo resistencia. Cuando presentó su informe anual ante el Congreso Nacional en 2004, en presencia de todos los embajadores acreditados en Venezuela, confesó que él había provocado el paro y que puso varias trampas. Luego procedió a despedir a 20,000 empleados con un promedio de 15 años de trabajar para la industria.
Fueron 300,000 años de experiencia y conocimiento que lanzó al cesto de la basura. De ahí en adelante, el 75% de la nómina mayor en la que se concentraban los conocimientos estaba fuera de Pdvsa. Tras el paro, la empresa pudo recuperar el nivel de producción, pero nunca alcanzó la tendencia del crecimiento de la producción, que se estancó.
En los años siguientes, los precios del petróleo alcanzaron el nivel máximo histórico. Cuando Chávez llegó al poder, Pdvsa producía 3.5 millones de barriles diarios y, de haberse mantenido los contratos suscritos con la apertura petrolera, hoy día debería estar produciendo más de 5 millones de barriles por día; sin embargo, la OPEP nos dice que la producción está en 714 mil barriles por día, de manera que se produjo una devastación de la industria.
Otros acontecimientos graves de los últimos 20 años, además del paro, fueron la aprobación de la Ley Orgánica de Hidrocarburos por vía habilitante en 2008, es decir, por decreto ejecutivo sin que fuese aprobada por el Congreso Nacional. Ahí, Chávez aumentó el impuesto sobre la renta del 35% al 50%, incrementó la regalía al 30%, también la participación del Estado al 60% en las empresas que habían llegado con la apertura petrolera. Tales condiciones hubieran sido sostenibles con precios del petróleo por encima de los $100 por barril, sin embargo, en los años siguientes cayó de manera sustancial.
Desde 2008 hasta ahora, la producción ha venido descendiendo estrepitosamente y a esto se agregan las sanciones impuestas por Estados Unidos hace menos de 12 meses. Actualmente tenemos una empresa endeudada hasta más no poder y en default, que no está pagando sus obligaciones. Su producción y las exportaciones también han caído y prácticamente de lo que se exporta, muy poco le queda al país, ya que si bien la industria petrolera aportaba el 97% de todas las divisas que ingresaban a Venezuela, hoy esa condición ha desaparecido y la totalidad de lo que se exporta se destina a pagar deudas con China y Rusia o a enviar petróleo a Cuba, lo que ha traído consecuencias devastadoras. La economía venezolana enfrenta la mayor contracción e hiperinflación del mundo, el desempleo más importante de Latinoamérica y el mayor número de migrantes.
Ciertamente. De hecho, a Pdvsa la gente no iba por un cargo o una posición, sino a buscar una carrera de vida. Quienes entraban a la empresa sabían que por el resto de su trayectoria profesional iban a ser sometidos a evaluaciones semestrales; si de esas evaluaciones salían bien y cumplían con las metas previstas, la empresa les facilitaba el acceso a formación técnica, maestrías y doctorados. A los mejores, en la medida en que iban recibiendo más formación, se les iba acelerando su carrera. Esa era la meritocracia de Pdvsa. Entre 2002 y 2003 se despidió el 75% de la gente con capacidad; de 40 mil trabajadores quedaron 20 mil. Quienes ingresaban no tenían la formación ni la capacitación; la mayor parte no iba a trabajar en petróleo, sino en planes sociales, que era lo que el expresidente Chávez quería. El resultado, una estatal que se vino abajo. Hoy tenemos una empresa de rodillas.
Conocí mucho al expresidente Chávez. De hecho, como director de Pdvsa antes de que llegara al poder, él me llamaba. Renuncié a la petrolera el mismo día en que él ganó las elecciones, exactamente en enero del 98 y me retiré en el 99. Mi obligación como funcionario era dar respuesta a las consultas que me hacían los candidatos presidenciales. Como Chávez me llamaba muchísimo y me hacía preguntas, llegué a conocerlo bastante bien y sabía exactamente hacia dónde iba, por eso introduje la renuncia cuando ganó las elecciones. En aquella Pdvsa, la meritocracia se imponía; por ejemplo, yo era director de la estatal, no tenía para dónde ir y, sin embargo, cada seis meses me sometían a un proceso de evaluación como a todo el personal de la industria; eso desapareció completamente.
Con el expresidente Chávez y con Nicolás Maduro era imposible. Ellos han manejado la industria petrolera con criterios políticos y no económicos. La han puesto en manos de militares que no tienen la menor idea de cómo funciona.
Recuperar la industria petrolera conlleva un cambio de políticas económicas en el país, que no lucen factibles si no hay un cambio de sistema. Implica hacer inversiones. En los estudios que hemos realizado, hemos llegado a la conclusión de que entre inversiones y gastos habría que destinar entre 25 mil y 30 mil millones de dólares anuales, durante los próximos diez u ocho años solo para recuperar la producción petrolera que teníamos hace 20 años. Y ¡fíjese! que no solo hablamos de la producción petrolera, hay que recuperar todas las instalaciones: hoy día, las refinerías en Venezuela están paralizadas; no están produciendo gasolina. Hasta hace una semana había cero producción de combustible en el país, por ello las inmensas colas en las estaciones de servicio, más en el interior que en Caracas, porque la capital tiene un significado político importante y la atienden más.
La caída vertiginosa de la producción empezó en 2008. Las sanciones que podrían afectarnos tienen apenas algunos meses; de manera que estas no son la causa fundamental de lo que está ocurriendo. Lo que sucede es el resultado de haber despedido al personal calificado, de no cumplir con las obligaciones, de no respetar contratos, de haber estropeado infinidad de instalaciones; en conjunto, una destrucción masiva de la industria. A estas circunstancias se suman las sanciones; ahora Venezuela no puede exportar petróleo a Estados Unidos.
Las refinerías están en una situación particularmente grave. Se han detenido una a una al extremo de que no había ninguna funcionando. Hoy dependemos de la gasolina que importa el gobierno; cuando el combustible llega, se logra aliviar por unos días la situación, sin embargo, cuando se agota, todo se agrava, hasta que llega el siguiente tanquero, algo insólito en un país que históricamente fue un gran exportador de gasolina, de hecho, el Caribe entero operaba con gasolina venezolana, producida en nuestra refinería en Curacao o en las Islas Vírgenes. Venezuela es propietaria de Citgo en Estados Unidos, una empresa que llegó a tener siete u ocho refinerías en el país estadounidense, oleoductos que atravesaban esa nación de norte a sur, unas 66 terminales, 15,780 estaciones de servicio de la marca y llegó a controlar el 10% del mercado interno de gasolina más grande del mundo que es el de Estados Unidos. Éramos capaces de llevar nuestro petróleo desde el subsuelo venezolano hasta el tanque de gasolina de los automovilistas estadounidenses. Había una red gigantesca con una integración vertical perfecta que permitía que el crudo venezolano atendiera ese mercado; hoy no somos capaces de atender ni siquiera el deprimido mercado local.
Una economía que padece la mayor contracción del mundo, la mayor hiperinflación, el mayor nivel de desempleo, está destruida. Tampoco contamos con nuestro signo monetario; las funciones fundamentales del bolívar han ido desapareciendo y aunque se está dolarizando el consumo, lamentablemente no se ha dolarizado el ingreso, de manera que es una situación gravísima para los trabajadores venezolanos que, en su mayoría, no tienen acceso a dólares.
Hacen falta inmensas inversiones, entre 25 mil y 30 mil millones de dólares anuales, durante los próximos 10 años. Pero eso no puede hacerlo el Estado, porque está quebrado. Para la recuperación se requiere una amplia participación del sector privado, en la cual se reactive la industria y Pdvsa sea un actor más en el mercado, junto a las grandes transnacionales, porque de lo contrario, el petróleo que tenemos en el subsuelo se quedará allí para siempre. La Agencia Internacional de la Energía nos está diciendo que de aquí al año 2040 la demanda mundial de petróleo seguirá creciendo, pero que de allí en adelante, disminuirá porque el crudo será reemplazado por agentes energéticos menos contaminantes, es decir, tenemos solo 20 años para reactivar la industria; ya deberíamos estar aprobando las políticas adecuadas para atraer a los inversionistas que, de la mano con el Estado, sean capaces de hacer respirar este sector.
Si podemos aplicar las políticas económicas que nos convienen y al mismo tiempo atraer las inversiones necesarias, el país tendrá un alto potencial de recuperación; en este escenario, la restauración podría lograrse en un plazo relativamente corto. El tiempo de espera se alargaría muchísimo de seguir pensando con un criterio socialista.