Los medios tienen el poder -de abochornarse-
- 23/10/2016 02:00
- 23/10/2016 02:00
Si usted está enojado por la conducta de los medios en esta elección, tiene mucha compañía.
No es solo que algunos diarios y redes de televisión hayan abandonado toda pretensión de objetividad, mientras se disponen a elegir a un candidato y destruir al otro.
Las publicaciones que nunca refrendan a candidatos se enorgullecen por el hecho de haber abandonado su neutralidad para oponerse a Donald Trump.
Y no es sólo que los medios apliquen un conjunto de reglas a los escándalos que involucran a los demócratas y otro, cuando se trata de los republicanos.
Por ejemplo, ahora debe creerse a toda mujer que hace una acusación de mala conducta sexual, pero eso no es así cuando el acusado es Bill Clinton.
Y no es solo que los medios pasaran de ser supuestamente un observador imparcial, que podría favorecer levemente a un contendiente, a convertirse en un sustituto pleno, que se une a la lucha.
Es como esos viejos números de lucha libre profesional, donde un luchador pretendía ser un árbitro sustituto, pero acababa dando un mamporro e inmovilizando a uno de los luchadores.
Y no es solo que —gracias a la publicación de e-mails privados por WikiLeaks— ahora vemos la íntima relación de los medios con los operativos del Partido Demócrata.
El arreglo parece incluir plantar historias e invitar a los periodistas a cenas privadas, extraoficiales, en las casas de los principales sustitutos de la candidata Hillary Clinton.
Adivinen quién viene a cenar. En realidad, vinieron a cenar en abril de 2015 —en la casa de Washington del presidente de la campaña de Clinton, John Podesta. Entre los invitados se encontraban veinte reporteros escogidos, que se esperaba que cubrirían la campaña de Clinton.
Apuesto que algunos de ellos ni siquiera dijeron a sus editores dónde estaban pasando la noche. ¿Y de qué creen que estaban hablando? Sin duda, no de Clinton. Oh, eso no sería apropiado.
No me importa que esos periodistas disfrutaran de una cena gratis. Me importa que los manipularon y quizás tentaran a ser suaves con Clinton para que los volvieran a invitar.
En la lista de invitados se encontraban John Harwood, de CNBC —quien meses después moderó un debate de las primarias republicanas donde se peleó con los participantes.
Después John Harwood dijo en un e-mail a Podesta que ‘el partido de oposición' se ‘descarriló' y que eso reivindicaba sus duras preguntas a Donald Trump.
También estuvo invitada Maggie Haberman, en ese momento reportera de Politico y ahora del New York Times y la que, según un operativo de Clinton, tiene una ‘muy buena relación' con la campaña.
El operativo expresó su confianza de que la campaña podría ‘moldear de la mejor manera yendo a Maggie', y después presentó los elementos del artículo que pensaban proporcionar a ‘Haberman'.
LAS PUBLICACIONES QUE NUNCA REFRENDAN A CANDIDATOS SE ENORGULLECEN POR EL HECHO DE HABER ABANDONADO SU NEUTRALIDAD PARA OPONERSE A DONALD TRUMP.
Dios santo. ¿Estaban los Clintonistas buscando una cobertura positiva o alguien que tomara dictado?
Los medios no pueden decidir si quieren ser una mosca en la pared o un jugador en la cancha.
En un momento, cubrimos la noticia; en el siguiente, nos convertimos en la noticia. En un momento, estamos de incógnito; en el siguiente, a la vista de todos. Primero, pretendemos ser justos; después, nos morimos por expresar lo que realmente sentimos.
El blanco es Donald Trump. Los medios le ayudaron a obtener la nominación de su partido con millones de dólares de tiempo en el aire gratis.
EL ARREGLO PARECE INCLUIR PLANTAR HISTORIAS E INVITAR A LOS PERIODISTAS A CENAS PRIVADAS EN CASAS DE LOS PRINCIPALES SUSTITUTOS DE CLINTON.
Trump adoró la atención, pero cometió el error de no gastar suficiente dinero propio en avisos que presentaran sus ideas a los electores.
Y lo que los medios dan, se lo llevan después. Ahora que Trump enfrenta a Clinton, toda la cobertura es negativa. Y los medios obtienen una satisfacción perversa en ayudar a matar al dragón que crearon.
Recientemente, Vanity Fair publicó un artículo en línea —originalmente escrito como comentario para el Poynter Institute— que alardeaba sobre cómo el Washington Post y el New York Times viraron la elección. El titular: ‘Cómo dos diarios derrocaron a Donald Trump'. Otros periodistas compartieron ese artículo en Facebook, citándolo como prueba de que los diarios aún tienen poder.
He ahí el problema. Una de las primeras cosas que aprendí cuando comencé a escribir para diarios hace 27 años es que, en este negocio, la forma más rápida de que los periodistas perdamos el poco poder que tenemos es comenzar a creer que lo tenemos.
La verdad es que, en esta elección, nosotros los de los medios, sólo tuvimos el poder de abochornarnos. Y lo hicimos.
ANALISTA DE THE WASHINGTON POST WRITERS GROUP