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- 29/04/2021 00:00
- 29/04/2021 00:00
En medio del descomunal conflicto entre la fallida Superliga Europea y el mundo del fútbol, la semana pasada ocurrió un suceso, que en medio del fragor pasó desapercibido, cuando normalmente hubiera sido un titular.
Me refiero a la destitución de José Mourinho por parte del Tottenham, justamente uno de los equipos que formaban parte del invento elitista de la Superliga.
Faltaban apenas días para la final de la Carabao Cup entre el Manchester City y el Tottenham; y justo en ese momento a los propietarios del club londinense Tottenham Hotspur se les ocurrió despedir a Mourinho. ¿Acaso lo hicieron como una forma de lograr una reacción extrema entre el grupo de jugadores que detestaba trabajar bajo sus órdenes? Porque la Carabao Cup no era el único frente que peleaba el Tottenham. Igualmente, los de White Hart Lane están en plena lucha para ser parte de la próxima Champions League (su posición actual en la Premier League es séptimo, a cinco puntos del cuarto lugar, último cupo con opciones clasificatorias). El Tottenham, que había iniciado auspiciosamente la temporada, fue diluyéndose paso a paso, tanto en calidad de juego, como en resultados. Y si en noviembre o diciembre del año pasado parecía dispuesto a luchar por todo, su declive fue tan espectacular como terrible. Y si por algunas semanas fútbol y pandemia parecían resolver sus contradicciones, en el juego del Tottenham, al final el brillo fue opacándose hasta desaparecer.
Resulta muy difícil comprender a Mourinho, pues dedica sus mayores esfuerzos a culpar a sus jugadores (muchas veces de manera dolorosamente específica) a castigarlos con suplencias o sustituciones que recuerdan a un jardín de infancia y a proponer todo tipo de excusas que lo alejen lo más posible de cualquier responsabilidad personal, cuando hay malos resultados. Con Mourinho como responsable técnico, el fútbol del Tottenham, fue perdiendo atrevimiento y creatividad semana tras semana. Mientras, reemplazaba la eficacia vistosa con una mezquindad sofocante, a la que fue incorporando una actitud ultradefensiva, que lo llevó a perder gran cantidad de puntos, desorientando de paso a su propia hinchada, acostumbrada a un juego mucho más ofensivo.
No quiero sugerir con mis palabras que sacar a Mourinho del Tottenham de modo tan poco razonado, haya traído resultados positivos. El riesgo de un cambio tan dramático a punto de jugar una final, difícilmente significará una victoria. La Carabao Cup no fue la excepción. Durante la final jugada el domingo pasado, el club de Londres practicó un juego tan pobre y defensivo, como si el portugués todavía estuviera en los mandos, o como si su reemplazante interino (Ryan Mason) quisiera hacerle un homenaje. Mason apenas tiene 29 años. Se trata de un exjugador que vio su carrera interrumpida por graves lesiones. Pero no parece tener la experiencia o las condiciones como para asumir la recta final de un club con serias aspiraciones. Ver a este Tottenham, guiado por Mason, resultó una experiencia muy confusa. El estilo de Mason era en exceso similar a los peores momentos de Mourinho. El Tottenham jugó sin iniciativa, con graves excesos de cautela (por no decir terror) y un conservadurismo que no está a la altura del talento de su plantel. El mismo fútbol amargo de Mourinho, con una posesión de balón limitadísima y un atrevimiento casi nulo.
El rey de la discordia
Mientras el gris continúa invadiendo su cabellera y el entrenador portugués se aproxima a su séptima década de vida, Mourinho va dando pasos agigantados hacia convertirse en un técnico dogmático; o lo que es mucho peor: autocrático. Su actitud hacia diversos jugadores señalados por él mismo como culpables de los problemas de sus equipos, solo ha servido para recargar ambientes con elevados niveles de toxicidad. Los últimos vestuarios de Mourinho han sido espacios de discordia, ataques mutuos y puñaladas por la espalda. Se fue del Manchester United dejando tras su paso un vestuario humeante y conflictivo. Y se hizo cargo de uno nuevo (en el Tottenham), para terminar en una situación muy similar. En estos dos últimos planteles, su obsesión por figurar fue creciendo de manera insoportable, haciéndose casi tan grande como su fijación obsesiva por sus propios logros de épocas pasadas, o su capacidad para responsabilizar a cualquiera, mientras no sea él mismo.
El vecino Arsenal
Dice un refrán que cuando veas la bardas de tu vecino arder, pon las la tuya en remojo.
Resulta que el Arsenal y el Tottenham están cerquísima el uno del otro, en el norte de Londres. Apenas cuatro millas los separan. El Arsenal, archienemigo histórico del Tottenham, podría ser visto en su versión más reciente como un aviso opaco y lúgubre de lo que podría sucederle al Tottenham en poco tiempo. Primero fue el Arsenal que realizó una gran inversión financiera en un nuevo estadio. Con ese gasto, fue reduciendo su capacidad en inversión deportiva (es decir, comprar mejores jugadores), lo cual los fue llevando al detrimento de su propio desempeño deportivo, escasez de trofeos, disminución en las participaciones en Champions, etc., etc., etc.
Tottenham, luego de llegar a la final de la Champions (que perdieron contra el Liverpool), dejó ir a Pochettino, seguramente porque parecía más fácil cambiar a un entrenador, que renovar a todo el plantel de jugadores. Pero las tensiones en el Arsenal podrían reproducirse en sus vecinos y rivales. El Tottenham también construyó un nuevo estadio de lujo que limita gravemente su presupuesto para adquirir jugadores. No podemos olvidar que de los seis grandes de Inglaterra (Manchester United, Liverpool, Manchester City, Arsenal, Chelsea y Tottenham) el último de la lista, el Tottenham, es el menos grande de todos, tanto en historial deportivo, como en base social y en proyección financiera.
¿Y ahora?
Por su parte, el Tottenham tiene que sentarse y pensar muy bien. El próximo entrenador debe ser alguien capaz no solo de explotar las habilidades de sus jugadores, sino de lograr una base humana coherente y cohesionada, cuya unidad se convierta en uno de los rostros primordiales en la identidad del equipo. Esa es la manera de enfrentar un vestuario dividido y fracturado; y no creo que el interino Mason sea el indicado para lograrlo. Es decir, que el Tottenham seguramente arrastrará la tóxica herencia de Mourinho hasta que se inicie la próxima temporada y alguien más esté a cargo de los controles.
¿Y Mourinho? Primero pasará por caja a cobrar su jugosa retribución y luego podrá dedicarse por un rato a la jardinería y a comentar los partidos de fútbol de la Premier League por televisión. Y así, hasta que a algún otro club se le ocurra recordar las pasadas glorias de Mourinho como entrenador y lo contrate, y el show inagotable del veterano portugués vuelva a comenzar.