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Lo mejor de 2019 (I)
- 25/12/2019 00:00
- 25/12/2019 00:00
La propuesta futbolística de Jürgen Klopp ha servido para generar admiración en el mundo del fútbol. Admiración que ha sido bautizada con nombres diversos. En Alemania surgió el término gegenpressing para definir la presión sofocante de los equipos de Klopp, mientras en Inglaterra se acuñó el término storming football (fútbol tormenta) para definir los contragolpes tempestuosos que nacen de los pies de sus jugadores, al recuperar la pelota e iniciar un tránsito de vértigo hacia la portería enemiga. En alguna ocasión, Klopp dijo que “el fútbol del Barcelona es como la música de orquesta, pero yo prefiero el heavy metal. El de ellos es fútbol de serenidad y yo quiero fútbol de lucha”.
No hace mucho, en medio de una conferencia sobre la evolución del fútbol, el estratega del Liverpool definió en un inusual concepto, una de las claves del fútbol que defiende: “el mejor 10 del mundo es la presión después de la pérdida”. Lo que quería decir el estratega es que la pausa debe ser vencida por el vértigo, que el fútbol debe ser una apuesta por la verticalidad, que la figura del “10” generador de juego y alimentador de sus delanteros, podría pasar a segundo plano, que el tránsito entre recuperar el balón y llegar a la portería contraria podía ser más peligroso y letal que las artimañas de un clásico “10”. Puedes estar de acuerdo o no con las ideas de Klopp. Pero no se puede soslayar que las transiciones del Liverpool pueden ser espectaculares y mortales. Ninguno de sus mediocampistas es excesivamente talentoso, pero saben moverse como un organismo solidario, inteligente y capaz de reaccionar con eficacia ante distintas situaciones. Además cuenta con laterales de una profundidad ofensiva extraordinaria, capaces de galopar todo el terreno para luego retornar a posiciones defensivas sin mayores daños ni problemas. Es un fútbol que abraza la belleza del vértigo.
Todavía es muy pronto para hablar de paradigmas al referirnos al fútbol del Liverpool. En primer lugar, no todos los jugadores son capaces de encajar en un modelo que exige las virtudes atléticas de corredores olímpicos durante sus transiciones de vértigo, y tampoco todos poseen la disciplina para presionar con la ferocidad y espíritu colectivo de una manada de lobos. Del mismo modo no todos los jugadores estaban hechos para el Barça de Guardiola, por sus exigencias de circulación, posesión y toques constantes. Lo que queda muy claro, es que hay dos lenguajes enfrentados que parecen predominar en este momento: la posesión de Guardiola y la impetuosa verticalidad de Klopp, que no admite jugadores con exceso de amor por retener la pelota o demasiado proclives a las transiciones horizontales.
Otra clave para el deslumbrante éxito del Liverpool, según la mente analítica de Arsene Wenger, legendario entrenador del Arsenal, es su profundo sentido solidario y el infatigable espíritu de lucha que los anima. Y si bien la final de la Champions no vio el mejor fútbol del Liverpool (tampoco el del Tottenham, claro) no podemos dejar de lado que los súbditos de Klopp vencieron en el camino a la final al Paris St. Germain, Bayern Munich y Barcelona, superando obstáculos y circunstancias que parecían inalcanzables. Así llegó su sexta Champions. Para Wenger, al igual que muchísimos otros, este espíritu combativo emana de la propia esencia de clase trabajadora que representa a la ciudad. Un ejemplo claro, en apariencia folklórico, pero muy significativo, se dio en los días previos a la final de la Champions, jugada en Madrid. Un día antes del partido, la hinchada roja, se “tomó” la plaza Margaret Thatcher de Madrid (la verdad, tendríamos que preguntarnos a quién, dentro del municipio madrileño, se le ocurrió la idea delirante de bautizar ese espacio público con el nombre de la esperpéntica ex gobernante británica) y lo primero que hizo fue rebautizar la plaza con el nombre de Jeremy Corbin, líder laborista inglés. Los hinchas del Liverpool no olvidan los recortes de los derechos sindicales y las terribles políticas conservadoras de la Thatcher, que golpeó con extrema dureza a los astilleros de la ciudad y a sus trabajadores, generando una fétida oleada de desempleo y miseria.
Así, como sus hinchas, es este Liverpool FC., guiado por Klopp: solidario en espíritu, implacable en la cancha, vertiginoso de corazón.
Las tres ligas mayores de Europa no pudieron tener desarrollos y desenlaces más distintos. Si España fue un paseo para el Barça y la Serie A unas vacaciones para la Juve, la Liga Premier realizó un trayecto electrizante que solo finalizó con el último silbatazo del árbitro. Los dos colosos ingleses de la actualidad (Manchester City y Liverpool) se enfrascaron a lo largo de casi toda la temporada en una lucha intensa y sin cuartel. Quizás uno de los factores más atractivos fue la diferencia enorme entre ambos lenguajes futbolísticos y entre las personalidades de sus dos entrenadores. Al llegar a la última fecha, el City asomaba en el liderazgo con 95 puntos y una gigantesca diferencia de goles, con + 69. Su escolta tenía un punto menos y una diferencia de goles de + 65. Fue un duelo de lujo que mantuvo a ambos rivales a más de 20 puntos del tercer lugar. Finalmente se impuso el City, demostrando una gran calidad colectiva, sin renunciar a la intensidad, paciencia y una fe inamovible en las propias virtudes.
Más de uno me criticó el uso de la palabra crisis asociada al bicampeón vigente de la Liga española. Anfield fue un infierno para el Barça, como ya lo había sido Roma la temporada anterior de la Champions. Un Barcelona excesivamente moderado, por momentos apagado, casi siempre impreciso o distraído, fue apabullado por un rival que parecía una ráfaga vestida de rojo. No hay nada deshonroso en ser eliminado por el Liverpool. Lo deshonroso fue la fractura del espíritu azulgrana, la tibieza y palidez justo en el momento en que se necesita fragor y astucia; entrega indesmayable y talento lúcido. Cuando el problema es colectivo, todas las miradas convergen en el entrenador, en el cerebro estratégico del equipo. Hay algo en Valverde (ya lo he dicho antes) que recuerda a un funcionario público. Alguien que cumple con lo justo, sin dejar de lado ciertas dosis de aburrimiento; incapaz de replantear su visión, su lenguaje futbolístico, en las grandes citas, cuando los reajustes se exigen y las variaciones se necesitan más que oxígeno. El Barça ganó 3-0 en la ida, y planteó una vuelta poco ambiciosa, sin claridad estratégica, con una pasividad apoyada en la providencia (es decir, en Messi). Fue como si el Barça no hubiera salido a la cancha. Ni se inmutó con el alucinante fragor que Anfield sabe producir. No se concentró, ni supo compensar con intensidad competitiva la falta de buen juicio futbolístico asociado.
Era un partido en esencia electrizante. Dos rivales londinenses, dos formas distintas de jugar y un gran impedimento: la sede de la final. Se jugó ni más ni menos que en Bakú, capital de Azerbaijan. ¿Algún problema con Bakú? Se me ocurren algunos: las enormes distancias, las limitaciones del aeropuerto de Bakú para acoger el alto flujo de vuelos que normalmente produciría una final de este tamaño, el hecho de que la nación anfitriona y su vecina Armenia sostienen una tensión asfixiante, luego de un proceso bélico entre ambas naciones. ¿Y porqué la UEFA adjudicó la final a una ciudad tan conflictiva? No tengo pruebas, pero no es muy complicado imaginarlo. Para Azerbaijan, país duramente criticado por sus terribles carencias en el ejercicio de los derechos humanos, y que ostenta muy frágiles relaciones con el resto de Europa, la organización de eventos deportivos de alto perfil es una de las escasas oportunidades que tienen para lavar su imagen internacionalmente deteriorada, y están muy bien dispuestos a pagar para lograr que les adjudiquen algunos eventos de primer nivel.
El alto al fuego en su conflicto contra Armenia se firmó en 1994. Pero la paz nunca llegó. Viven ronda tras ronda de negociaciones políticas, y todas, invariablemente, han terminado en fracaso. Los altercados son constantes y han producido más de 3,000 muertos en tiempos de “paz”. Sólo quería que estuvieras claro. Y ahora, al partido. Jugaban el Arsenal y el Chelsea y ganaron los segundos en una demostración de eficacia y sentido práctico que no tuvo respuesta.
La gran final
Esta final tenía muy pocos precedentes. Apenas era la segunda vez que dos equipos ingleses se enfrentan en la instancia decisiva por el título de la UEFA Champions League. En la ocasión anterior (2007-2008) se enfrentó el Manchester United contra el Chelsea en un partido duro, cerrado, aburrido, que se definió a través de los penales. En esta ocasión, el Liverpool se llevó la final 2-0, coronando un notable año europeo. El gran triunfador sin título fue el Ajax. Equipo joven, de juego vistoso y ofensivo, que se quedó a segundos de entrar a la final.
El crecimiento del fútbol femenino en el planeta es arrasador. Los aumentos millonarios en inversiones, las nuevas infraestructuras, y el desarrollo de torneos superlativos, como la Champions League de mujeres, han redimensionado el fútbol entre mujeres.
En el mundial 2019, Estados Unidos partía favorita, como casi siempre. El crecimiento del fútbol femenino en Europa era su gran opositor. Las norteamericanas tuvieron que enfrentar sucesivamente a España en octavos, venciendo con un ajustado 2 a 1. El mismo marcador se dio en Cuartos de Final, cuando las norteamericanas vencieron a Francia. En semis fue el turno de Inglaterra, que cayó por idéntico resultado y fallando un penal en la recta final del partido. Así, hasta llegar a la final, cuando enfrentaron a una Holanda, que en los últimos 10 años ha progresado más que nadie, logrando la última Eurocopa y el subcampeonato en este mundial.
Este fue el mundial de Marta, delantera brasileña que se convirtió en la mayor anotadora en la historia de los mundiales. Y cuando digo “la mayor anotadora” no estoy haciendo distinciones entre hombres y mujeres. Su gol, número 17, supera a los 16 de Klosse, el mayor anotador masculino en las copas del mundo.
A nivel de equipos, tenemos que comenzar hablando de las indiscutibles campeonas. La selección de Estados Unidos, sin generar mayores fuegos artificiales, fue una demostración incisiva y vigorosa de profundidad futbolística y eficacia en cada fase del juego. La palabra conjunción surge casi de inmediato. Este es un conjunto que juega como tal, con gran solidaridad, con bloques e individualidades trabajando como un único organismo voraz, que no se detiene hasta conocer la victoria.
Tras el pitazo que daba fin al último partido del mundial, ocurrió algo insólito. Miles de voces surgidas de cada esquina del estadio de Lyon, vociferaban “¡Equal pay!” el equivalente a ¡Igualdad salarial!, palabras que nacen de la campaña por equiparar los premios de las mujeres con los de los hombres en los mundiales. Sin duda se trató de la Copa de la visibilidad y la reivindicación.
Esta es una de las buenas noticias del 2019. Es una historia de expulsión, desarraigo y retorno; la historia de un espacio que el fútbol y la cultura popular argentina jamás debieron perder. El lunes 1 de julio, San Lorenzo recuperó los terrenos en los que habitó el latido generoso de sus hinchas. Allí jugaron los Cuervos entre 1916 y 1979, cuando fueron despojados por la dictadura militar argentina. La estructura cayó en 1984, para ser reemplazado por el supermercado de una cadena francesa. Toda la operación formaba parte de los anhelos militares por atraer capital extranjero a la Argentina. El retorno no ha sido fácil y la lucha no ha finalizado. Construir un estadio para 45,000 personas no resultará nada fácil. La crisis económica argentina es el primer impedimento. San Lorenzo va a necesitar unos 100 millones de dólares, y esta vez los bolsillos de los socios no serán suficientes. Se avecinan nuevas batallas. Pero a los hinchas de San Lorenzo no parece importarles demasiado: les sobra esperanza, valor y espíritu de lucha.