Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
Naso, el pequeño reino indígena que resiste en las montañas de Panamá
- 02/11/2018 10:24
- 02/11/2018 10:24
Alejado de la opulencia de las monarquías europeas y los imperios precolombinos, el que dice ser el último reino indígena de América resiste en las montañas de Panamá a pesar de la pérdida de sus tradiciones, la invasión de tierras y el avance de las hidroeléctricas.
El pequeño reino de los Naso, uno de los siete pueblos indígenas que existen hoy en Panamá, se asienta a orillas del río Teribe, en un territorio de 1.600 kilómetros cuadrados al oeste de Panamá, donde aún no ha llegado ni la luz ni el agua potable y mucho menos los hospitales o la cobertura telefónica.
Sus 5.000 habitantes viven desperdigados en una veintena de aldeas semiaisladas en la exuberante selva de Bocas de Toro, una provincia del Caribe panameño que hace frontera con Costa Rica. Acceder a ellas implica un viaje por caminos rurales y a través de ríos, que puede tomar casi 12 horas desde la capital del país.
A diferencia de las demás etnias, los naso se organizan desde tiempos inmemoriales en una especie de monarquía asamblearia, liderada por un rey con trono, palacio, corona y cetro.
"Yo no tengo poderes infinitos. No puedo hacer nada sin consultar a mi pueblo y no tengo la plata que tiene el rey de España", bromea el rey Reynaldo Alexis Santana durante una visita de Efe a la aldea de Bonyic, la más cercana a la civilización.
La dinastía Santana es la que reina desde hace al menos dos siglos. El trono solía pasar de padres a hijos, pero desde hace unos años los propios súbditos son los que escogen al monarca entre los miembros de la familia real que decidan presentarse a las "elecciones" y los que además tienen la potestad para destituirle.
El actual rey compitió en 2011 contra un primo y un tío.
"Soy el rey que más joven ha accedido al trono. Me presenté por pura casualidad", reconoce el monarca mientras cepilla las plumas de águila de su corona y se prepara para posar para una foto.
El rey se apoya para gobernar en un consejo asesor integrado por dirigentes de todas las comunidades, y en las autoridades tradicionales de justicia, que resuelven sencillos problemas del día a día y que han ido eliminando castigos ancestrales como el cepo o el "búnker", un agujero en la tierra donde metían a las jóvenes que no obedecían a sus madres.
Los naso se dedican básicamente a la agricultura de subsistencia y venden el poco excedente que sacan de plátano, yuca y ñame en Chanquinola, la ciudad más cercana al reino aborigen.
Como ocurre en el resto de pueblos indígenas de Panamá, muchos jóvenes han emigrado a las ciudades huyendo de la extrema pobreza, lo que ha hecho que las tradiciones se hayan ido perdiendo. El avance de las iglesias evangélicas también está alterando las creencias ancestrales.
"Ya quedan pocos jóvenes que hablan naso y casi ninguno conoce que nacimos de un grano de maíz", lamenta Rosibel Quintero, una mujer de sonrisa fácil que viste el traje típico y que quiere construir un chamizo con penca de palma para hospedar a los escasos y aventureros turistas que se acercan al reino.
Los naso están de actualidad estos días porque el Parlamento panameño aprobó el pasado 25 de octubre un ley que delimita su territorio, reconoce su sistema de gobierno y les otorga autonomía para controlar sus recursos naturales, pero que aún tiene que ser sancionada por el presidente para entrar en vigor.
"No vamos a crear una pequeña República. Somos panameños y reconocemos la Constitución, pero también tenemos nuestras propias leyes y queremos ser dueños de nuestras tierras", dice José Smith, un respetado bananero de la comunidad San San Druy.
La creación de este territorio autónomo, que si se oficializa sería la sexta comarca indígena de Panamá, es una reivindicación que viene desde los tiempo del rey Lázaro, el soberano más querido y el que posiblemente más ha marcado la historia reciente de este pueblo.
El otro monarca que ha dejado huella en el reino, en este caso para mal, es el rey Tito, desterrado por permitir la construcción de una hidroeléctrica en las sagradas aguas del río Teribe.
"Ningún Gobierno se ha interesado por nuestro bienestar. La comarca es el mecanismo que nos va a permitir crear más oportunidades para nuestro pueblo", asegura el rey, convencido de que la supervivencia del que llama el último reino indígena de América depende de la sanción de esa anhelada ley.