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- 10/05/2020 00:00
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Hace medio siglo que hemos adoptado la cultura del desperdicio, plásticos de un solo uso, platos y cubiertos desechables y carrizos, entre muchos otros; acostumbramos a tirar las cosas rotas en vez de repararlas, así como los de medio uso. Lo bueno es que todavía existe una cultura más “inteligente”. En Japón el kintsukuroi –reparación con oro– que otrora le daba una segunda vida a ciertos objetos y que en la actualidad se han convertido en piezas de gran valor decorativo.
No hemos encontrado una fuente fiable que narre la historia detrás de este arte y la más conocida no está respaldada por los historiadores, pero podemos decir que el nacimiento del kintsugi o kintsukuroi entra más en el reino de la leyenda que en el de la realidad. Supuestamente durante el período muromachi (1335-1573) el shogun –gobernantes de Japón que representaban al emperador– Yoshimasa Ashikaga (1436-1473) se dolió de que se rompiera una taza de té muy preciada para él; la envió a China para que fuese reparada, pero a su regreso había sido unida mediante grapas de metal, lo que no gustó nada a su dueño y ordenó a sus artesanos que encontraran una forma estética de repararla, así nació el kintsukuroi.
La reparación consistía en unir las piezas con laca y antes de que secara se le esparcía oro en polvo. Es probable que el maki-e –imagen rociada– haya influido en la nueva técnica. Este tipo de reparación se extendió por toda el Asia y, además de Japón, se encuentran ejemplos de antiguas cerámicas de China y Corea.
El kintsugi se mantiene vivo en nuestros días, las piezas antiguas son exhibidas en museos, pero nuevos artesanos se presentan al mundo. El cambio radica en que muchas de sus creaciones no están basadas en la reparación, sino en la utilización de la técnica porque da vida a objetos diferentes. En octubre de 2019 la artista Kaneko Reiko exhibió sus creaciones en la galería Sway de Londres, con el título “Kintsugi – All That is Broken is Not Lost” (Kintsugi – No todo lo roto está perdido) exhortaba a los asistentes no solo a disfrutar visualmente, sino que se ofrecía a hacer un avalúo de restauración a las piezas de los asistentes.
Evidentemente, las reparaciones no son baratas, con el precio del oro rondando los $50 por gramo más el trabajo del artesano, el enmendar una pieza de cerámica puede costar hasta cientos de dólares. Pero no todas las piezas creadas por estos nuevos artistas son para colocar en un pedestal, mesa o mostrador. La japonesa Kamoshita Tomomi crea aretes, lámparas y hashioki –reposa palillos–, entre otros. Sus creaciones más llamativas son una especie de trencadís –mosaicos formado por fragmentos– en las que mezcla de forma increíble cerámicas variadas, vidrios de colores y diferentes texturas, todas unidas por el oro.
La artista coreana Yeesookyung fusiona los pedazos de envases de porcelana rotos –los escultores rompen las obras que no consideran límpidas– y utilizando oro de 24 kilates produce piezas amorfas con decenas de trozos de diversos objetos, colores y texturas. Sus obras de gran tamaño reflejan la complejidad y belleza que puede lograrse con esta técnica.
En la actualidad, el kintsugi se ha puesto de moda en muchas partes del mundo; tan es así, que los turistas que visitan Tokio pueden tomar una clase con el maestro Nakano Taku, quien además de ser reconocido por su trabajo, por poco menos de $90 dicta un taller para extranjeros (cerámica rota incluida) para que experimenten y aprendan la técnica del kintsukuroi. Como viajar a Japón no está al alcance de todos, en plataformas como youtube se encuentran miles de videos que enseñan paso a paso, diversas técnicas, con la facilidad de que no es necesario utilizar oro verdadero pues existen una cantidad de reemplazos utilizables para abaratar el costo.
En lo personal quería hacer la prueba, pero no tenía ninguna pieza de cerámica que quisiera romper, además, si fuese una taza o plato se debe utilizar una resina que sea apta para estar en contacto con alimentos o bebidas; los pegamentos epóxicos de uso común no deben usarse. “Afortunadamente...” mi hija rompió un cráneo de cerámica que le traje de Guatemala, aunque por la cantidad de colores, no estaba seguro si la técnica los resaltaría o por el contrario se perdería, pero con el deseo de experimentar, me decidí a conseguir los materiales.
Compré un pegamento epóxico transparente y polvo de mica dorado, el siguiente paso fue ver infinidad de videos de personas que se han dado a la tarea de hacer kintsukuroi de forma barata, para escoger la más apta. Dos técnicas parecían bastante funcionales, una mezclar la mica con el epóxico, la otra, una vez pegadas las partes, se coloca una delgada línea sobre la junta y se espolvorea la mica. Utilizamos la segunda opción y en menos de una hora el cráneo estaba intacto y esperando a que las juntas se endurecieran un poco para aplicar la mica.
Reconstruir una pieza ha sido un buen experimento, pero a diferencia de lo que sucedió en el siglo XV en Japón, no creo que nos demos a la tarea de comenzar a destrozar la vajilla o las tazas de café, con el propósito de repararlas. Como hay un par de tazas de Doraemon que traje de mi viaje a Japón, de llegar a quebrarse pasarán por este proceso y así serán parte de la decoración de la casa.
Pero, en esta época, ¿cómo definiríamos el kintsugi , sobre todo, en nuestro idioma? Conversando con Roger Ortuño Flamerich, autor del libro Oishii, diccionario ilustrado de gastronomía japonesa pedí su definición. Su respuesta me encantó, así que decidí usarla, dándole el crédito a quien se lo merece: “Es un arte tradicional... Pero sobre todo, una filosofía para transformar una desgracia (la rotura de un plato) en algo bello y que tiene una historia detrás”.
El autor es catedrático de la Universidad de Panamá y doctor en comunicación audiovisual y publicidad.