Amantes y destructores: una historia del anarquismo

Actualizado
  • 10/04/2020 00:00
Creado
  • 10/04/2020 00:00
Y con esta entrega literaria, Forero, que además es abogado y dramaturgo, nos lleva por la peripatética vida de un anarquista colombiano con el cual hace un recorrido por todo el siglo XX a través de la literatura, la política y la cultura

En Colombia conocí a Gustavo Forero en el evento internacional que organiza como profesor de la Universidad de Antioquia, Medellín Negro, sobre la novela negra en América Latina. Él es, en efecto, un escritor que, con su novela Desaparecidos (2013), trabajó sobre el drama de los desaparecidos en Colombia, un drama de muchos países en la región. También ha publicado el ensayo El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinoza (2016). Y con esta entrega Amantes y destructores (2019), Forero, que además es abogado y dramaturgo, nos lleva por la peripatética vida de un anarquista colombiano con el cual hace un recorrido por todo el siglo XX a través de la literatura, la política y la cultura.

¿Quién era Biófilo Panclasta y por qué podría interesarnos un personaje como este que va de la libertad a lo trágico?

Biófilo Panclasta, amante de la vida y enemigo de todo, es el seudónimo del anarquista Vicente Lizcano, nacido en Chinácota, en 1879, y muerto en Pamplona, en 1943, ciudad cercana a la todavía candente frontera entre Colombia y Venezuela, en la que yo mismo nací. Por sus ideas progresistas y su acción revolucionaria, este líder fue perseguido por los gobiernos de Colombia, Venezuela, España, Brasil, Francia o Panamá, y detenido en numerosas cárceles (en Valencia, Venezuela, siete años en la más inclemente “mazmorra” durante la dictadura de Juan Vicente Gómez). Algunas de estas detenciones fueron por solicitud del general Rafael Reyes Prieto, dictador de Colombia, su enemigo acérrimo, incluida una como consecuencia de la confusión diplomática que desarrollo en mi novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo (2019). Confundirse con el burgués Santiago Pérez Triana le provocó el odio radical del dictador y su inclemente persecución. Panclasta apoyó la revolución del liberal Cipriano Castro en Venezuela, se opuso a la separación de Panamá, participó en levantamientos en Ecuador, Martinica o Brasil, y la inquina de Reyes Prieto, el bloqueo naval de las potencias imperiales a Venezuela por deudas contraídas, el apoyo de Estados Unidos a los separatistas de Panamá o la mediocre política del presidente José Manuel Marroquín, a propósito del istmo, forjaron su espíritu anticolonialista y antimonarquista. En Argentina fue parte de la Federación Obrera Regional y, en representación suya, en 1907, participó en el Congreso Anarquista de Ámsterdam, donde tuvo contacto con Charles Malato, Piotr Kropotkin o Errico Malatesta. Fue miembro, además, de la Asociación Anarquista Mexicana, país al que representó en otro congreso en Barcelona, en 1923, donde propuso la llamada Operación Europa, un plan para eliminar personalidades –sobre todo reyes– del mundo entero. Su lema “¡Revolucionarios de todos los ideales, uníos!” concreta su programa revolucionario y puede identificarse con los movimientos anticapitalistas o antiglobalistas contemporáneos; sobre todo por la idea de una huelga planetaria, de gran vigencia hoy, tiempos de Covid-19, tiempos de hambre y exclusión social, cuando se requiere en realidad ¡cambiarlo todo!

En la tradición literaria colombiana (y de América Latina) el nombre de Vargas Vila es insustituible por su laicismo, el rechazo al intervencionismo estadounidense y la crítica radical de los valores burgueses. ¿Qué hace diferente a Panclasta?

Para mí, José María Vargas Vila es un buen escritor –hace años leí Aura o las violetas y Flor de fango y, sobre todo, me gusta su Diario, publicado gracias a la escritora Consuelo Triviño Anzola. Me interesan su antiimperialismo y su rechazo a la política estadounidense para América Latina con ocasión de la pérdida de Panamá y la situación de Cuba y el anticlericalismo que mencionas. Ambas cosas resultaban revolucionarias en la época y le granjearon el destierro de Estados Unidos y la excomunión por el Vaticano. Sin embargo, el personaje conlleva cierta pose de anarquista que, como la de algunos escritores actuales, tiene como fin asegurar dádivas en algunos contextos culturales. Acaso el origen mismo de los dos anarquistas pueda ser la causa de las diferencias: mientras Panclasta es de lo que en Colombia se considera provincia, Vargas Vila nació en la capital, y mientras uno es hijo de una lavandera, el otro es hijo de un militar. Ambos participaron en las guerras intestinas de Colombia, en el lado liberal; fueron perseguidos por obtusos presidentes; criticaron al dictador Reyes Prieto; se refugiaron en un momento dado y fueron expulsados de Venezuela. No obstante, es un hecho que Vargas Vila supo lo que hacía en beneficio de su carrera: se consolidó como escritor con numerosas publicaciones, obtuvo cargos públicos gracias al Gobierno venezolano, nicaragüense o ecuatoriano y alcanzó una fama como intelectual gracias a su ingenio y carisma público. Sabía que cualquier escándalo a gran escala aseguraba fama, lectores y ventas. Quizá sea este un juicio muy tajante, pero en efecto el autor no va con mi idea de la literatura, ni del anarquismo. Para el Vicente Lizcano, a. Biófilo Panclasta, de mi novela, Vargas Vila pudo encarnar al anarquista de salón que prefiere alardear de su condición iconoclasta, buscar posiciones de poder, alternar con el rey de España o editar revistas; en todo caso, quien aprovecha oportunidades en las redes de poder para ganar una posición. Esta es la tesis que desarrollo en mi novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo cuando uno de los personajes advierte: “Todos hablan de Vargas Vila, pero ese era demasiado vanidoso para ser anarquista; por eso se quedó en Barcelona. Biófilo, o Vicente, como yo lo conocí, era distinto. No le interesó ni le interesa el reconocimiento o la fama... [...] No es Vargas Vila. Panclasta sí vivió como un anarquista, mija; conforme a lo que saliera en el día. Eso fue lo que yo vi [...] [...] No ha bebido las mieles del poder, mija. Ni se le ocurriría tener un cargo público, alternar con el rey de España o tener la disciplina suficiente para editar revistas... No querrá quedarse en Barcelona, como el tolimense. Acaso vuelva a Argentina, quién sabe. En todo caso, lo suyo es errar. No tiene estabilidad, ni dinero, ni le importa tenerlos”.

En tu obra se cruzan las épocas, los textos y los personajes. Amantes y destructores es también una novela que habla de ti mismo como escritor, inmigrante y crítico de tu tiempo. ¿Ves alguna similitud entre lo que vivió Panclasta y tu experiencia de vida?

Justamente mi novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo (2019) parte de la base de la comparación entre la vida de Vicente Lizcano, a. Biófilo Panclasta, y la mía, lo que provoca ese cruce de épocas, textos y personajes que adviertes. Como dije antes, yo nací en Pamplona, la ciudad donde el anarquista murió el 1 de marzo de 1943, casi veinticuatro años antes. El Hogar de San José, donde pasó sus últimos días y sufrió el infarto al que se refieren algunos de sus biógrafos, queda a unas cuadras de la casa de mis padres y ambos lugares conforman un eje que conduce al cementerio El Humilladero. Curiosamente, como dice el personaje, yo siempre me sentí “jalado” por los muertos de ese lugar. Allí fue enterrada mi tía Julia Fuentes, personaje de mi novela, sin reconocimiento alguno, tal como se hacía con aquellos que la religión consideraba personas vergonzantes. A ese cementerio también fue a parar mi padre, hasta que sus restos fueron trasladados a Bogotá. Además de esto, existen otras confluencias con el personaje: como Julia, el anarquista no fue reconocido por su padre, Bernardo Rojas, razón por la cual no creo correcto incluir este apellido en su nombre. Su madre, Simona, como la mía, tuvo que sacar adelante a la familia en medio de una sociedad conservadora que no admitía y, ni siquiera hoy, admite “hijos naturales”, como se llamaba a quienes su padre no había reconocido. Aparte de eso, hay otros elementos en común: haber trasegado como inmigrante por una Europa envilecida de capitalismo; el amor desmedido y casi irracional por una Francia revolucionaria; estancias significativas en España, “un volcán en erupción” según el anarquista, y sobre todo, en Barcelona, la rosa de fuego del anarquismo; el interés por Max Stirner, el anarquista individualista, aun antes de que yo pensara en la novela, o por la filosofía de Nietzsche. Incluso, mi rechazo al imperialismo o el llamado constante a una revolución social para reivindicar los derechos de las mayorías... En fin... son muchos puntos en común con el anarquista que son más que semejanzas particulares: constituyen un espíritu. Creo fervientemente que estamos en un momento semejante al de principios del siglo XX: existe una especie de certeza de que un sistema da pie a otro, de que el capitalismo está agotado y debemos trascender una forma de vida que ya ha prescrito, una normalidad que ha sido patológica.

Has trabajado mucho, como académico y escritor, la novela negra colombiana y latinoamericana. ¿Es ahora una digresión de esta trayectoria?

Como Panclasta, he tenido que desempeñar diversos oficios que me han permitido ver la vida de distintas maneras. Escribir novelas no es una digresión de mi trabajo. Soy abogado, profesor y escritor. Mis trabajos críticos sobre la literatura colombiana, latinoamericana o española (publico próximamente el libro Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España) son parte de mi producción intelectual, lo mismo que mis novelas. Una teoría estética como aquella de la fragmentariedad formal en la literatura, que expuse hace algunos años, es parte de una unidad reflexiva y explica las novelas Desaparición y Amantes y destructores. Una historia del anarquismo (2019). Mis cuentos, incluido Partner in Crime que acabo de publicar en México, son parte de lo que considero una cosmogonía.

¿Cómo ves el paisaje literario latinoamericano desde España?

América Latina busca peculiares caminos para hacer presencia en España. Si en general no cuenta con una fuerte industria editorial, los escritores latinoamericanos buscamos redes de producción, distribución y difusión alternativas de nuestros trabajos que van haciendo mella en su paisaje literario. Más aún cuando de países que son periferia dentro de la periferia se habla: El Salvador, Bolivia o Colombia. Las industrias editoriales de Argentina y México tienen mayor impacto y resulta más fácil para quienes publican allí contar con la difusión. En el campo de la novela de crímenes, por ejemplo, los autores de tales países tienen un peso inigualable. El hecho de que varios de ellos resulten finalistas o ganadores de los premios españoles se puede vincular con la importancia de la industria nacional de la que son parte. A pesar de que a menudo los escritores de tales orígenes soslayen la importancia de esta situación, es un hecho que eso sirve de telón de fondo para sus carreras. Esto además de que muchos están afincados en España desde hace años. El exilio de argentinos en los años 70 del siglo anterior, por ejemplo, tuvo gran impacto en Europa: ellos transmitieron su visión de la vida, publicaron aquí y tuvieron eco en España, Francia o Alemania. En ciertos contextos, en Francia se identifica a América Latina con Argentina. No es casual que en un encuentro de escritores del género en la Casa de América de Madrid el evento se haya publicitado como una charla de escritores latinoamericanos y yo hubiera sido el único que no era argentino. Días antes, el excelente escritor colombiano Pablo Montoya se había presentado en el mismo espacio con poca audiencia. La literatura latinoamericana en general tiene un lugar en los lectores españoles, pero no es fácil encontrar los cauces para difundirla.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones