Smithsonian, guardianes de los anfibios de Panamá

  • 08/08/2014 02:00
El STRI trabaja en el ‘Proyecto de Rescate y Conservación de Anfibios’ en Gamboa, iniciativa que intenta salvar la rana dorada 

A media hora de la ciudad capital, en Gamboa, el Instituto de Investigaciones Tropicales Smithsonian (STRI por sus siglas en inglés), desarrolla un nuevo proyecto destinado a salvar a los anfibios de la amenaza de extinción.

Se trata del ‘Proyecto de Rescate y Conservación de Anfibios’, liderado por el biólogo Roberto Ibáñez, que busca la preservación de la rana dorada y sus diferentes subespecies, atacadas por un hongo que les afecta la piel y que tiene efectos letales. La enfermedad es conocida como quitridiomicosis y los minúsculos anfibios mueren aproximadamente dos semanas después de ser infectados.

Este hongo, que entró a la República de Panamá por la frontera con Costa Rica en el año de 1993, ha seguido moviéndose desde el oeste hacia la ciudad.

Su presencia fue detectada por primera vez en el Parque Nacional Soberanía entre 2010 y 2011.

La rana dorada (Atelopus zeteki) es una especie pequeña de anfibio anuro de la familia Bufonidae ( sapos típicos), endémica de Panamá, sobre todo del Valle de Antón, provincia de Coclé.

De este anfibio, símbolo ecológico y cultural del país, actualmente quedan menos de 15 ejemplares que viven en cautividad. Se piensa que posiblemente esté extinta en estado silvestre.

UN RECORRIDO LLUVIOSO

A eso de las 9:00 a.m., un grupo de cinco periodistas partimos de la sede del STRI, en el corregimiento de Ancón, dirigidos por una guía del reconocido instituto de investigaciones.

Era una mañana fría y poco soleada, una de esas que escasean en estos días en que el cambio climático ha provocado intensas olas de calor y sequías.

—¡Parece que va a llover!— dice en voz baja y un poco preocupada Sonia, la guía que nos llevaría hasta el centro de reserva de las ranas, mientras explicaba las próximas actividades relacionadas con la rana dorada.

—Del 13 al 17 de agosto celebraremos el Festival de la Rana Dorada y vamos a tener actividades familiares durante la semana,— explica la guía, quedándose en silencio por unos cuantos minutos.

—¡Sí, oye, parece que quiere llover! Ojalá que no caiga el aguacero!— responde alguien desde el asiento trasero del busito que nos transporta, mientras unos difrutabámos del panorama y otros aprovechaban para conversar sobre asuntos de trabajo.

—Es un equipo de ocho personas de la redacción— comentaba una colega a su compañera fotógrafa, sobre la coordinación de su trabajo para cubrir los eventos.

-Pero ellos tiene que salir a la calle a buscar sus noticias—, le refuta la otra.

Solo habían pasado unos veinte minutos y, ya a punto de llegar, los inesperados movimientos del bus que atravezaba el viejo puente de madera de Gamboa sacaron a más de uno de sus asientos. Los cuentos se fueron a otro plano.

—Este viejo puente no se cuándo lo van a arreglar. Ya se ha reportado, pero nadie hace nada. Parece que está esperando que se vuelva a caer. Ya se ha caído tres veces- comenta Sonia, al tiempo que le indica al conductor que nos aproximábamos al lugar. —Siga recto, luego a la izquierda...— le indica Sonia.

—Llegamos—. Justo a la entrada del proyecto, un vivero atrae nuestras miradas.

—¿Qué es esto que tienen los árboles en la base?— pregunta asombrada una de las colegas, la misma que había estado hablando de su trabajo en la sala de redacción, al observar unos tanques de aluminio que cubrían la parte inferior de los árboles.

—No sé. Será tierra abonada para que los árboles crezcan— le responde su compañera, ignorando también de qué se trataba.

Ya en el lugar, Ibáñez nos recibe y nos dirige hacia el proyecto, donde había un gran movimiento de personas trabajando, colando tierra, soldando, repellando.

—¿Dónde están las ranas?— preguntamos.

—En esos contenedores,— responde el biólogo, invitándonos a seguirlo.

El terreno estaba lodoso por las labores de construcción que se realizan, puesto que el proyecto aún no está terminado.

—Mejor hubiese traído zapatillas,— se lamenta Yulisa.

Frente a unos contenedores, un grupo de biólogos y trabajadores esperaban fuera del reservorio para mostrarnos las ranas.

—Todos son expertos en anfibios,— nos explica Ibañez.

—Y ¿dónde están as ranas?—, preguntamos en coro al biólogo.

—Dentro de los contenedores— responde.

EL PROYECTO

—El refugio de ranas silvestres está conformado por siete contenedores donados por organismos internacionales e instituciones nacionales. Dos de ellos serán utilizados para la producción de alimentos para las ranas y los otros cinco, para conservar y reproducir las ranas en cautiverio.

—Todos están muy bien equipados y con las condiciones higiénicas y ambientales apropiadas,— explica el doctor Ibáñez, reconociendo que les hacen falta más donaciones para continuar desarrollando proyectos como éste.

Continuamos el recorrido y el doctor nos invitó a pasar a uno de los contenedores. Era el de reproducción de alimentos para los anfibios: cucarachas, moscas, polillas de papa, grillos. Manjares.

—¡Uyyy, que asco! yo mejor las veo de lejos—, exclamaron algunos.

—Para entrar deben quitarse los zapatos y ponerse los que están adentro, — pide el biólogo como medida de sanidad para las especies.

—Acá no tenemos las moscas. Están en el otro contenedor. Las cambiamos porque descubrimos que no toleran el mismo ambiente que los demás insectos. A ellas les gusta una temperatura más fría,— comenta Nanci Fairchild, bióloga encargada de la reproducción de los insectos que nutrirán a las minúsculas ranas.

Una llovizna empieza a caer, pero no logra interrumpir nuestro recorrido. -Pasemos a este otro contenedores,- invita Ibáñez.

La misma operación, el cambio de calzados.

-¡Ahora sí, este si es el de las ranas!,- dice el primer visitante de la gira que entró al cautiverio.

-Aquí tenemos más 300 ranas. Tres de ellas son familia de la rana dorada (Atelopus). Atelopus Limosus, Atelopus Certus, Atelopus glyphus. Las otras dos son la Hyloscirtus colymba y craugastor sp, — detalla el biólogo Jorge Guerrel, quien tiene más de seis años tratabajando con los anfibios.

—La meta es reproducir por lo menos unas 500 especies de cada rana,— afirma Ibáñez, sobre el objetivo del proyecto para rescatar los anfibios de la extinción.

Por lo pronto, dice Ibáñez —vigilamos que las ranas colectadas y las nacidas en cautiverio estén en buen estado las 24 horas del día y todos los días de la semana—.

Este es el segundo proyecto de anfibios de STRI en Panamá, el otro está en el Valle de Antón.

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