La juventud y los consejos de Héctor Conte Bermúdez

Actualizado
  • 11/05/2024 00:00
Creado
  • 10/05/2024 18:38
Una juventud dedicada al cultivo de su jardín interior, estimulada con los mandamientos éticos y los de la buena humanidad, es garantía permanente de la supervivencia de las virtudes humanas

En mi época de joven, el Manual de Carreño fijaba las pautas para garantizar un comportamiento correcto. Últimamente he visto una nueva edición de aquella obra tan exquisita, y luego de leerla creo que sus lecciones hoy son muy difíciles de aprender. Se ha avanzado tanto en el mundo de la indisciplina y de las malas maneras, que la urbanidad pareciera ser una asignatura pendiente de difícil aprobación. Es necesario, sin embargo, hacer el esfuerzo para estimular o encarrilar a la juventud que así lo demande. Ese esfuerzo debe comenzar en el hogar y es del todo útil buscar las palabras previsoras de quienes vivieron idénticas preocupaciones. Se debe ir al encuentro de las enseñanzas que den contenido y luces a la conducta, que orienten precisando la calidad de los valores y que abran un horizonte de sueños en el joven.

Hoy deseo compartir con mis lectores, especialmente con los jóvenes, los consejos que don Héctor Conte Bermúdez daba a su hijo Simeón Cecilio cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, residía en Liverpool, Inglaterra. El historiador Héctor Conte Bermúdez, como decía Rodrigo Miró, era un personaje de fina espiritualidad, de espontánea elegancia en la prosa y de caballerosa armonía. De allí la naturaleza universal de los consejos a su hijo ausente, concebidos en los siguientes términos: “Someta siempre su vida a una disciplina y modele en ella su conducta.

Sea siempre afable y correcto en todo con todos. Acuérdese y no olvide las únicas palabras mías con las cuales le despedí: tenga juicio, tenga valor y sea hombre. Eso es en tesis general. Juicio para cuidarse, juicio para proceder, juicio para acertar, juicio para auto-educarse, juicio para medirse, juicio para no envanecerse, juicio para todo: valor moral, valor civil, valor para sufrir, valor personal, si fuere necesario en casos extremos, y valor para no sentir el desaliento.

Ser hombre para no amilanarse, ser hombre para comportarse bien, ser hombre para servir dignamente, ser hombre para cuidar a su familia, ser hombre para esforzarse en sus estudios y servir a su país, ser hombre útil a sus familiares, a sus amigos, a su tierra; no le digo que sea hombre en el sentido de jaque, de ser vulgar, de ser perequero, ni de una posición indigna de un hombre. Me refiero a la forma elevada, la única que es respetable y digna en la vida”. Este precioso arcoíris de consejos puede tener la categoría de testimonio, modelo digno de la apreciación colectiva.

Es idéntico, sin duda, a lo que en la intimidad siente todo padre de familia, pero estos pensamientos de Conte Bermúdez tienen el sello de la reflexión profunda puesta al servicio de todos los seres que aman a sus hijos y que aman a su patria. Es la palabra que cubre y exalta el sentimiento común. Se trata de recomendaciones destinadas a perfeccionar al hombre, como presupuesto insustituible para que vista la toga del ciudadano.

Una juventud dedicada al cultivo de su jardín interior, estimulada con los mandamientos éticos y los de la buena humanidad, es garantía permanente de la supervivencia de las virtudes humanas. Una juventud que logre beber en estas fuentes espirituales, diseñadas por Conte Bermúdez, no doblegará su cerviz ni ante el déspota ni ante el repartidor eventual de canonjías. Ni trocará su buena conciencia, la vertical, por los jugos que reclaman lo ventral, como si fuera lo prioritario en la comedia humana.

Es inherente a la belleza cívica ser hombre para “servir a su país” y no servirse de él o “para no amilanarse en las adversidades” o “para envanecerse” ante la fastuosidad del poder y “para servir a su familia”. Identificar la misión ciudadana con los intereses permanentes de la patria que dio cuna o anudar la vida a la felicidad de los suyos son consejos tan espirituales que resultan apropiados para todos los hijos de la tierra.

¿Cuál es la virtud que empuja a servir a la patria, a los amigos y a la familia? El maestro Simón Rodríguez lo dijo al Libertador “La gratitud es la primera virtud del hombre”, la gratitud por todo lo bueno que da la patria, la gratitud por la existencia del manto protector de la familia, y la gratitud por las buenas palabras y los buenos hechos recibidos.

El claro consejo de Héctor Conte Bermúdez a su hijo responde a la categoría pedagógica del maestro de Bolívar. La juventud panameña, con algunos sectores infestados del vicio, de las frivolidades incultas, de los malos hábitos, incluso del oportunismo político tan prematuro, debe iniciar un proceso de superación espiritual.

El hogar y la escuela deben afrontar este gran reto de la buena nacionalidad que exige hombres racionales y decentes, y no hombres-cosa con instinto de carneros. Los consejos de Héctor Conte Bermúdez a su primogénito, dados en el año 1939, puedo decir con profunda satisfacción que no cayeron en saco roto. En 1953 era compañero en la Asamblea Nacional de Simeón Cecilio Conte.

En esos días muchísimos diputados de oposición, atraídos por las pitanzas gubernamentales, se cambiaron a las toldas oficialistas que comandaba el coronel y presidente José Remón Cantera. En un debate en el que Conte recriminaba a los tránsfugas, uno de ellos le dijo: “Lo que no me explico es por qué usted aún no se ha cambiado”. La respuesta fue fulminante, llena de acentos sagrados: “No lo haré nunca, dijo Conte, porque tengo una memoria que venerar, ¡la de mi padre!”.

Publicado originalmente el 15 de mayo de 2004.
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