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- 22/03/2025 00:00
- 21/03/2025 18:08
Durante su estadía en África, José Luis Espina registró cada detalle que sentía, respiraba, probaba, vivía... Hizo apuntes e ilustraciones para no olvidar nada. A los días decidió compartir un artículo, hizo la propuesta y aceptaron. Ya publicado el texto, una editorial contactó al escritor para hacer un libro y nació Namibia. Apuntes ilustrados de un cuaderno de viajes.
“La creación del libro fue algo muy atípico. Planificamos un viaje a la zona del África subsahariana, donde nunca había estado. Además de Namibia, estuve en Senegal, pero en ningún momento tuvimos la intención de escribir un libro”, relata el autor a La Estrella de Panamá.
“Fui con mi cuaderno de apuntes, un cuaderno normal como el que lleva cualquier escritor, con la diferencia de que yo hago pequeños dibujos. Al regresar, hice una propuesta a una revista para publicar un artículo sobre el viaje. Estaban interesados y aceptaron, así que escribí un texto de seis páginas, incluyendo mis dibujos. A raíz de ese artículo, una editorial se puso en contacto conmigo”, añade.
Para él, el proceso fue “algo muy curioso, porque lo habitual es que uno escriba un libro y luego busque una editorial. En este caso, primero publiqué un artículo y luego surgió la oportunidad de escribir el libro”.
El siguiente extracto del primer capítulo titulado “La representación del mundo”, reseña parte de lo que el autor desarrolla en la obra y describe durante la presentación del libro en Panamá que se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero:
“El Tarzán de Burroughs saltaba de liana en liana alertando con gritos que atravesaban la selva del Congo. La vegetación era una intrincada maraña de árboles, hábitat de chimpancés y belicosas tribus de rostros pintarrajeados y cabezas adornadas con abalorios de colores. Así se resumía un continente”, se lee en el texto.
Entre la tertulia de la presentación de la obra, Espina muestra videos de los bailes que realizaban las tribus. Narra entre risas la historia del día en que llegaron y pretendían comprar una línea telefónica con servicio de internet para permanecer conectados, pero resultó que no tenían señal. Tenían los mapas descargados en los celulares para poder ubicarse. “Si nos hubiese pasado algo no hubiéramos podido comunicarnos”.
En el libro, el escritor plasma la intención de mantener viva la imaginación del lector. “Ese reduccionismo ayudaba a hacer de lo ignoto un lugar cercano en aquellos años de infancia. El riesgo era eternizarlo en el tiempo, que la comprensión de los otros siguiese ese patrón infantil, que por la comodidad de evitar contradicciones y acomodar el mundo a nuestro ideario las cosas que nos rodean siguieran siendo una ficción inalterable”, dice otro párrafo de la obra.
Los ojos del autor hablan de los aeropuertos en el segundo capítulo. Describe lo que no se suele ver al viajar: “No hay gente fea ni pobre en los aeropuertos. Hay gente extravagante, exótica, gente con prisa, que habla idiomas, uno por lo menos, gente con gorras de béisbol o con sombreros de paja, gente que mientras espera se duerme en los bancos, aunque no sean pobres, y gente que lee o teclea en los teléfonos móviles o en ordenadores portátiles, porque ya nadie lee periódicos en los aeropuertos”.
Espina cuenta su deseo de fotografiar o dibujar a todas estas personas, asegura que no quedarán en su mente y con el tiempo las olvidará. “Por eso los dibujo, para que alguno, al cabo de los años, despierte en mí la curiosidad de preguntarme quién sería esa persona que ahora me asalta desde las hojas de un cuaderno”.
“La terminal del aeropuerto de Doha es un mundo flotante ajeno a cualquier otro mundo, un planeta artificial de esa galaxia de hubs donde habitamos por horas. Una escultura de cartón piedra se eleva por encima de la segunda planta imitando al árbol de la vida. Conecta una alfombra de césped sintético con un cielo convertido en bóveda de cristal que alberga tiendas de lujo y un jardín con trinos de pájaros que emergen de altavoces escondidos entre las plantas”, continúa describiendo el autor.
El resto de la obra es el viaje a Namibia; lleva al lector al lugar y además, lo hace oler, probar, sentir, ver. Quien lo lee se traslada hacia allá sin tomar un vuelo.
El poder del dibujo sobre la fotografía
Espina comparte el porqué prefirió dibujar en vez de fotografiar para sus apuntes: “Son dos cosas diferentes. La fotografía es un arte increíble, tengo muchos amigos escritores y fotógrafos cuyo trabajo es maravilloso”.
“Para mí, los dibujos tienen un valor especial porque, con el paso de los años, cuando reviso mis cuadernos, me encuentro con ilustraciones que ni siquiera recordaba haber hecho. Eso me permite revivir el viaje de una manera diferente, más imprecisa y abierta a la interpretación. A partir de esos dibujos, puedo ficcionar y experimentar nuevas formas de recordar la experiencia”, cuenta el autor.