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- 10/12/2024 00:00
- 09/12/2024 18:21
La luz de la lámpara se extendió como un rayo a través de la brumosa madrugada e iluminó un par de ojos; estos reflejaron un brillo violáceo y, casi morado. Las fauces se quedaron tranquilas, mientras su inmóvil cuerpo flotó en la oscura y espesa acuosidad del pantano.
La mano firme mantuvo el haz luminoso hacia los párpados que apenas se abrían para acostumbrarse a la intempestiva presencia frente a su afilada cara. Entonces, ellos, los que habían alterado la tranquilidad nocturna, se acercaron al saurio y una voz femenina en forma seca y firme, pero casi como susurro, pidió iniciar el procedimiento. Los demás rodearon al animal y lo inmovilizaron y separaron sus mandíbulas para dejar acceder a su garganta.
Un científico tomó un tubo de plástico, lo introdujo en el hoyo que dejaba la alargada boca abierta. A través de esta herramienta dispararon agua hacia el estómago del reptil, que empezaba a inquietarse y recogieron en vasijas aquello que devolvía el interior de la bestia; y que había sido su bocado de la jornada. Al terminar, vaciaron el viscoso líquido en varios envases, recogieron todo el equipo y se fueron retirando lentamente, como para bajar el fastidio del animal.
Esta imagen mental la percibíamos cuando ella nos lo contó en las instalaciones del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, por sus siglas en inglés) en la isla de Ranchería en el archipiélago de Coiba. Se había anunciado que la doctora estaría un rato con nuestro equipo, que realizaba un recorrido de inspección por las islas, islotes, peñas, canales, playas y manglares. Así tuve oportunidad de conocer a quien llamaban la doctora Cocodrilo.
Inmediatamente que terminó casi a medianoche, porque se embarcaba para ir a trabajar -la mejor hora para hacerlo, según nos había contado-, empezamos a considerar lo arriesgado de su misión con los cocodrilos. Son especies que infunden temor y nadie quisiera acercarse a ellos, salvo quienes como ella se enfrentan a estos seres que deambulan entre la tierra, el fango, el agua y saben muy bien esconderse entre las plantas que emanan de manglares.
Su nombre real es Miryam Venegas, de origen colombiano, en Bogotá estudió veterinaria luego de intentar infructuosamente la carrera de medicina; “pero no pasé el primer examen y entonces, intenté en veterinaria, que era mucho más difícil y donde solamente había 45 cupos, pero me presenté y pasé”, confesó con una sonrisa de complacencia
La investigadora Venegas consideró que en esos tiempos había muchos retos y los problemas político-sociales se extendían. “Fue un clima en esa época muy convulsivo. La universidad catalizaba todos los problemas nacionales en los setenta y ochenta. Fue un ambiente política y socialmente complejo para Colombia”.
Empezó a trabajar en el zoológico de Cali y allí tuvo una primera experiencia con las especies de reptiles y se preguntaba: “¿Nosotros por qué producimos cosas que no nos generan ganancia? Debíamos producir a favor de la diversidad y no en contra de la naturaleza. Producir en el óptimo y no en el máximo”.
Los cocodrilos son animales misteriosos, envueltos en un halo de mito desde tiempos remotos. Zoo Aquarium considera que “el cocodrilo es un animal que lleva en la tierra más de 200 millones de años; ...aparecieron al mismo tiempo que los dinosaurios y lograron sobrevivir a la catástrofe que acabó con ellos. Su aspecto apenas ha variado desde entonces con lo que sigue siendo muy prehistórico”.
Desde un primer momento, Venegas se interesó en la cría del saurio; “mi interés era crear criaderos de pumas, pero el de cocodrilos siempre estuvo en la palestra; tuvo una preponderancia en Colombia y en muchos de los países donde se encontraban las especies, porque son pieles y carnes que siempre han estado en los ‘escenarios de la moda y la alta costura’”.
Luego de algunas experiencias en su país natal, se casa con un panameño y se muda a Panamá donde empezó a colaborar en el STRI y a dictar clases en la Universidad Tecnológica de Panamá, mientras alcanzaba títulos superiores y hacía un doctorado en la Universidad Texas Technologic University Lubbock en Estados Unidos.
Pudo indagar en los orígenes de estos animales en la región: “no sabíamos cuál era la ecología de la especie y no conocíamos lo que estábamos manejando. En Panamá hubo hace más de tres millones de años un canal que separaba la cordillera de Tilarán, que cruza un brazo por Bocas del Toro y allí hubo más de dos millones de años de separación de los caimanes, del ‘babillo’...suficiente tiempo para que se diera una diferencia genética; no tanto como para decir que son dos especies distintas, pero sí para decir que son dos sub especies. Eso se publicó en un artículo en 2008.
Considera Zoo Aquarium que “Los cocodrilos se confunden a menudo con los caimanes. Sin embargo, existen grandes diferencias entre ellos. La mayor de todas es la forma de su hocico: el caimán tiene el hocico más ancho y en forma de U en la parte inferior. El del cocodrilo es más delgado y lo tiene en forma de V”. Opina Venegas que a pesar que “sí existen dos grupos taxonómicamente bien definidos, uno en el Caribe, otro en Centroamérica; sin embargo, también hay uno en el sur de Ecuador y Perú”.
Venegas confiesa que se acerca “con mucho cuidado” al animal para estudiarlo busca las sombras de la noche para recorrer los sitios en que antes ha visto huellas o signos que denoten la presencia del animal y también se emplean drones. “Se utiliza una lámpara que ilumina los ojos, que adquieren un color rojo, naranja para los ‘agujas’ y morado, fucsia o violeta para los caimanes”, explica.
Es una tarea que no fue inventada por esta investigadora. Narra que “el proyecto de manejo in situ de los cocodrilos Alligator mississippiensis en Estados Unidos empezó desde 1800. Se usaba la grasa, no la carne ni la piel y la especie se llevó casi a la extinción por la grasa. La grasa tiene glóbulos especiales, de un tamaño especial para pasar por las agujas de la hilandería”.
“Entonces, agrega Venegas, cuando se aceitan las agujas, esas grasas de cocodrilo se queman a muy alta temperatura y permite que se pueda usar en ese tipo de labor. Para los finales de la segunda guerra mundial, en Panamá había un almacén que se llamaba El cocodrilo, allí el señor Julio Moreira, un nicaragüense vendía carteras y talabartería hechas con pieles de cocodrilo. Yo lo conocí en 1990, a él le debo todo lo que sé del comercio de pieles de cocodrilo; me enseño lo bueno, lo malo y lo feo de ese negocio”.
Prosigue con la explicación de sus técnicas e informa que: “Una de las cosas con las que inicié a trabajar en ciencia con los cocodrilos fue buscando un marcador molecular que me permitiera hacer la identificación de los productos y subproductos de cocodrilo y, sin lugar a dudas, que también fuera una herramienta útil para identificar el origen geográfico de estos productos”. Sustenta su labor; “eso se llama sello de calidad de origen y una de las cosas que permiten hacer esto son los ‘finger printers’ o moléculas de ADN ‘finger printers’, que funcionan igual que las pruebas de paternidad”.
¿Por qué doctora Cocodrilo? ¿De dónde surge el nombre? “-Fue en uno de los congresos, un grupo de científicos cubanos dijeron que mi trabajo era arduo y me pusieron ese apodo de la doctora Cocodrilo. En ese momento solo tres mujeres hacíamos investigaciones con estos animales en América Latina”.
“Los cocodrilos son uno de los animales más temidos, pero para Miryam Venegas de Anaya, sus peculiaridades los hacen criaturas dignas de estudio y protección”, afirma la periodista Eliened Ortega de Metro Libre. Ella “es pionera en Panamá, y con reconocimiento internacional, por su investigación de la evolución y la genética de las especies de cocodrilos que habitan en Panamá, Centroamérica y el Caribe”, considera Violeta Villa-Liste en reportaje sobre mujeres pioneras de la ciencia en Panamá.
Confiesa que se ha avanzado con este trabajo de investigación. “Es muy difícil estudiar todas las especies en un ecosistema; entonces buscamos una especie que sea capaz de brindarle beneficios tanto al investigador como a la ecología, si de ella depende la estructura del ecosistema. Y esos son los depredadores, tope”.
Su propuesta plantea recoger los alimentos del cocodrilo desde su estómago y analizarlos. “Nosotros queríamos medir el beneficio ecológico de los cocodrilos, establecer sus efectos sobre el equilibrio energético dentro de las comunidades ecológicas en las que viven, para usar ese conocimiento para promover conservación de ecosistemas marino-costeros o acuícolas basados en la conservación de sus predadores tope”.
Este esfuerzo concluye en el laboratorio; “Una vez que se sabe lo que comen, desarrollamos modelos matemáticos probando si las hipótesis establecidas como la primera y segunda ley de la termodinámica se cumplen en los ecosistemas: La energía no se crea ni se destruye, se transforma y la energía fluye de un nivel de alta energía a uno de menor energía”.
Su labor en el STRI se mantiene y, allí hasta el presente, ofrece charlas periódicas, además de investigar: “Los cocodrilos cumplen importantes funciones en los ecosistemas donde viven y juegan un papel destacado en los mitos y leyendas de las culturas de todo el mundo. Miryam Venegas-Anaya compartirá sus historias sobre años de trabajo de campo en Panamá con estos fascinantes reptiles para aumentar nuestra comprensión y apreciación”.
El trabajo que realiza la doctora Cocodrilo y las tareas que cumplen sus estudiantes demostrarán datos de la historia de este saurio de las ciénagas y las aguas oscuras a través de millones de años. Además, estas faenas auguran nuevos procesos que surgirán en la perspectiva futura, que nos brinda no solo en su apariencia de monstruo sigiloso, sino con los componentes químicos que surgen de su estómago, escenario profundo donde intervienen los científicos, que como ella apuesta por generar conocimientos para la ciencia.