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El Titanic flota en los recuerdos
- 06/08/2021 00:00
- 06/08/2021 00:00
Cuando entras al museo del Titanic, en Orlando, Florida, Estados Unidos, sientes un entorno de respeto, nostalgia y de una paz envuelta en música suave, que te conecta emocionalmente con la tragedia que aún conmueve a la humanidad.
En la recepción del Titanic Artifact Exhibition te dan una tarjeta de abordaje de uno de los pasajeros o tripulantes, ya que al final del recorrido verás si sobreviviste o no al naufragio.
Me tocó el boarding pass de Richard Henry Rouse, un obrero de 50 años, nativo de Sittingbourne Kent, Inglaterra, que tras haber perdido su trabajo en una huelga minera, se dirigía a Cleveland, Ohio, donde vivía una de sus hijas.
Pensaba conseguir trabajo y luego mandar a buscar a su esposa, Charity (Caridad en español), y a su otra hija. Viajaba en tercera clase, con un mundo de ilusiones en su mente.
Cuando Charity vio al colosal barco se llenó de miedo y exclamó: “Este barco es demasiado grande, nunca va a llegar a América”. Richard rodeó su cuello con sus brazos y la calmó con un susurro de optimismo: “Es insumergible”.
La mayoría de las personas que reciben el boleto de abordaje siente curiosidad por saber el destino del pasajero que representan en ese momento.
Eugenia Guerrero M., una devota cristiana dominicana, se apura a llegar al tablero de los supervivientes para confirmar que Betty, una pequeña de 8 años, se salvó de la catástrofe.
Es una táctica original y participativa para recordar, aunque sea por unos instantes, a aquellos que vivieron el drama. En una de las galerías aparecen los nombres de los muertos –pasajeros y tripulantes– y de los sobrevivientes.
El hundimiento del trasatlántico británico RMS Titanic, orgullo de la naviera White Star Line, ocurrió a las 11:40 p.m. del 14 de abril de 1912 cuando realizaba su viaje inaugural de Southampton, Inglaterra, a Nueva York. Se estrelló contra un iceberg en el océano Atlántico, frente a las costas de Terranova, Canadá.
El Titanic zarpó de Southampton el miércoles 10 de abril de 1912 al mediodía; llegó a Cherburgo, Francia, a las 8:30 p.m. y después a Queenstown, en Irlanda (última escala) a las 11:30 a.m.
Se hundió en tres horas, fallecieron 1,496 pasajeros (de golpes diversos, caídas, ahogamiento e hipotermia). Hubo 712 supervivientes, que fueron rescatados en la madrugada del 15 de abril de 1912 por el providencial trasatlántico británico Carpathia, de la naviera Cunard Line.
Las gélidas aguas de Terranova se convirtieron en una Babel. Las operaciones de salvamento se dificultaron por los distintos idiomas, nacionalidades y edad de los pasajeros. El viaje, en esa especie de ciudad flotante, era “el evento”, un privilegio estar allí.
“Al momento de la tragedia había 2,227 personas a bordo del gigantesco buque, aunque es imposible determinar el número exacto debido a cancelaciones de última hora y a la presencia de pasajeros clandestinos” (Wikipedia).
La construcción del barco más grande y lujoso de pasajeros se inició en abril de 1907 y se terminó a finales de marzo de 1912.
El naufragio se convirtió en una noticia mundial. Recordemos que la Primera Guerra Mundial fue dos años después, en 1914. Hay que imaginar el impacto que tuvo el suceso para dos grandes potencias periodísticas de la época: Gran Bretaña y Estados Unidos.
Los restos del Titanic fueron localizados a una profundidad de 4,000 metros en el Atlántico norte, en septiembre de 1985, por una expedición franco-estadounidense. La operación fue dirigida por Jean Louis Michel, del Ifremer de Francia (French Institute for Ocean Science) y el Dr. Robert Ballard, de la Institución Oceanográfica de Woods Hole ( Massachussetts, Estados Unidos).
El buque reposa en un vasto campo de corales, seccionado en cuatro partes. En el museo hay en exposición una pieza de tres toneladas del casco original del Titanic, que a primera vista parece una enorme galleta de chocolate.
La proa está bastante conservada, pero la popa es un desastre. Solo hay que imaginar cuando esa mole se iba a pique, engullida por aquel inefable Leviatán marino, que contrastaba con la infinita bóveda de un hermoso cielo estrellado.
La nave se ha desintegrado progresivamente, erosionada por microorganismos del fondo marino. Siempre se quiso sacar a flote, pero es una tarea imposible, sería como cargar un castillo de arena con las manos.
Después de una breve historia de la tragedia, volvemos al museo. En su interior hay alrededor de 400 piezas únicas de recuerdos recuperados de los restos de la nave.
La excursión por las galerías muestra objetos interesantes, como una gigantesca hélice, fotografías de las diferentes etapas de la construcción del barco, las recreaciones a gran escala de la magnífica escalera del barco, de madera sólida; el salón de la suite de primera clase, con sus muebles y vestuarios de la época, y la cafetería Verandah, finamente decorada.
En una de las galerías se observan los afiches publicitarios de la compañía naviera White Star Line, en la que se promovía el tránsito inaugural del fugaz monarca de los mares.
Llama la atención algunos pensamientos expresados por algunos de los pasajeros, como un curioso pregón de la época: “No te enamores de una chica porque tiene un disfraz bonito, cómprate el disfraz, es más barato”.
La colección de objetos incluye botellas vacías de champaña, porcelana fina para la hora del obligatorio té inglés, objetos personales, un enorme chaleco salvavidas, fotografías de los botes repletos de náufragos con los rostros petrificados por el terror.
El museo es grande, pero en poco tiempo puedes hacer el recorrido desde la construcción, abordaje, camarotes, calderas, la noche del hundimiento y hasta puedes tocar un iceberg artificial de un material que permanece frío todo el tiempo.
Los encargados son atentos y se esmeran en hacer grata la excursión. Si no hablas inglés, te alquilan ($5 ) un aparato que traduce al español y a otros idiomas. También hay una tienda para comprar libros, videos y recordatorios.
La ambientación y decoración te transporta a otros tiempos, de clase, de lujo. No se permite tomar fotos con flash ni videos, no obstante, ellos te pueden fotografiar en la majestuosa escalera de entrada a los pisos de arriba, donde una lámpara, semejante a una lupa gigante, resalta el dorado de la madera maciza del hermoso conjunto.
Por las restricciones de la pandemia, el museo se puede visitar de lunes a domingo de 10:00 a.m. a 8:00 p.m. Los boletos cuestan $22 para adultos y $15 para menores de 15 años.
¿Qué pasó con el histórico amigo Richard Henry Rouse? Me impactó verlo en el listado de la muerte. Sus sueños de rehacer su vida en Cleveland, Ohio, se esfumaron entre la neblina de una madrugada de gritos, de aguas aceitosas, negruzcas por el carbón y los pedazos de hielo que rondaban al infame témpano.
Me consuela saber que por unas horas Henry se mantuvo vivo y abrigado en mi corazón. Solo mueren los que se olvidan: el Titanic se perdió del horizonte, pero vive en el museo de Orlando.