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- 13/10/2018 02:00
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Cardón es un hermoso pueblo del altiplano. Por su paisaje, los atuendos de los lugareños con ricas formas y colores, y los caseríos variopintos que llevan nombres diversos, desde ‘El Cojo e Inés' o ‘El buenmozo', hasta ‘Mi sueño a medias' o ‘Tuve más suerte que mi vecino'; resulta muy agradable y pintoresco, siendo uno de los pueblos que más atrae a los turistas de la capital.
Un año atrás se había decidido llevar a cabo un evento muy importante que llevaría las fotos del pueblo y sus pobladores a las revistas y redes sociales del mundo. La hija de los Avellaneda, una joven tan hermosa como caprichosa, visitó el pueblo en sus vacaciones y descubrió de inmediato que en ninguna otra parte podría hacer las fotos que más envidia provocarían entre sus amistades y allegados. Entonces decidió —y así se lo exigió a su abnegado padre— que la boda se celebrase en ese lugar. Por más que sus padres trataron de persuadirla explicándole lo inapropiado que resultaba ese lugar para los invitados que, en su mayoría, al igual que ellos, vivían en la capital, nada fue suficiente para hacerla cambiar de idea y la boda se celebraría en Cardón.
Los organizadores del evento estaban agotados porque debieron, durante los meses previos a la celebración, realizar innumerables viajes desde la capital para tratar de superar muchas limitaciones: el espacio reducido de la capilla y sus jardines exteriores, la insuficiencia de alojamientos, la poca capacidad de almacenamiento para los alimentos, entre otros menores. No encontraban una solución y los padres de la novia, sencillamente, no podían cambiar el lugar donde se realizaría el evento.
Se les ocurrió entonces que todo el pueblo formara parte de la boda y se lo propusieron a los lugareños. Aquellos que tenían espacio en sus caseríos, podían acondicionar habitaciones para acoger a los invitados; los niños podían participar en el coro de la iglesia; las mujeres, con sus atuendos típicos, formarían una fila a los lados del camino para hacer un túnel con ramas por donde pasarían los carros de los invitados y los novios, también se ocuparían de labores en la cocina; y los hombres atenderían las mesas y servirían las bebidas. Todos los lugareños estaban felices de participar en ese magno evento, además de recibir un pago por sus respectivos servicios.
Notaron una mañana, ya muy cerca de la fecha de la boda, con todos los arreglos listos, los cantos ensayados, los alimentos guardados y la capilla decorada; que algunas personas del pueblo comenzaron a sufrir de un extraño síndrome. Decidieron no revelar nada y esperar para ver si con el pasar de los días mejoraban. Pero no fue así. Pasaron los días, se realizaron las consultas primero al médico, y más adelante también al curandero, sin que mejorase nadie y sin encontrar la causa, aún peor, observando que otros pobladores comenzaban a mostrar los mismos síntomas. La realidad era que había una epidemia.
El síndrome sin cura y muy contagioso se propagaba rápidamente, una catástrofe, agravada por la inminente celebración de la boda. Las personas destacadas y más respetadas del pueblo realizaron una reunión de emergencia con la finalidad de buscar soluciones, primero, atender a las personas afectadas; y luego, decidir sobre exponerle o no la situación a los organizadores.
Ya la mitad de los pobladores se encontraban afectados y se habían puesto en funcionamiento las medidas paliativas: a las personas que no necesitaban salir de sus casas, las dejaban sin ningún fardo ni amarre, a las que debían salir hasta sus trabajos o necesitaban ir a comprar algo, se les colocaba un fardo en el tobillo, y aquellos que debían permanecer sentados por la naturaleza de su oficio, se les amarraba a la silla.
Informaron a los organizadores, pero se encontraba tan cerca la fecha del evento que ya era imposible realizar cambio alguno. Decidieron amarrar un nylon en los tobillos de las personas que habían contraído el síndrome, ya que su natural transparencia los haría ver suspendidos sin que se observaran a simple vista los fardos que envolvían las piedras que los mantenían asidos al suelo, e inclusive, diseñaron diferentes motivos para que llevaran en sus manos, simulando que eso era lo que los hacía flotar: cometas, globos, ángeles y sombrillas. Como el síndrome sólo afectaba a los adultos, no había problema con el coro, y las mujeres que harían la fila a los lados del camino, llevarían una cinta amarrada a la cintura que las mantendría unidas entre sí, pero, intercaladas, entre quienes tenían el síndrome y flotaban, y, quienes no lo tenían y permanecían de pie en el suelo.
Había, sin embargo, que tomar ciertas medidas, ya que podía suceder que en el momento de la boda quienes estaban de pie empezaran a elevarse, o quizás el cura también, que, al menos, hasta ahora se encontraba parado sobre las baldosas de la capilla. El síndrome entonces se convirtió para los lugareños, sin que nadie lo hubiese decidido así, en un motivo que los distraía y les proporcionaba una fuente de alegría y trabajo adicional, pero no por eso descuidaron los detalles para atender pormenores en caso de mayor contagio. Hasta ahora, era un síndrome que afectaba sólo a los humanos adultos, por lo que no se esperaban elevaciones de objetos inanimados como las sillas, mesas y adornos; ni tampoco de los platos, vasos, copas y sus respectivos contenidos o, de los animales de las granjas vecinas. Pero para evitar sorpresas se nombraron comisiones de observadores que debían reportar cualquier pequeña elevación que observaran. Siempre hubo un susto porque algún bromista mencionó que había visto elevarse un animal, y resultó que era una mariposa.
Llegó el tan anunciado día. Desde tempranas horas de la mañana inició el desfile de los invitados, quienes quedaban sorprendidos y maravillados de ver lo que suponían era un show con algún truco no revelado de personas que permanecían suspendidas a varios centímetros del piso con sus bellos atuendos, asidos a diferentes artículos, todos divinamente decorados. Las sombrillas tenían varios colores y diseños, los ángeles iban con alas de diferentes formas y tonalidades, unos portando arcos como cupidos, otros con arpas, otros con flores. Las cometas con figuras alegóricas a la boda y llenas de tiras bordadas. Era un despliegue de original suspensión que tenía a todos impresionados.
La capilla estaba repleta al caer la tarde. Los niños cantaban varios pasajes previos, mientras el novio esperaba nervioso en el altar. La novia demoraba porque ya vestida y preparada se paraba entusiasmada en cada rincón del pueblo, al lado de algún lugareño que con sus gestos la ayudaba a que el fotógrafo captara la originalidad del momento; pero, no contenta con eso, se realizaba varios selfies con su teléfono móvil, aparato digital que nunca, y menos en fechas tan importantes, la abandonaba. Aprovechaba entre selfie y selfie , para subir la foto inmediatamente a su Instagram, con títulos en español y en inglés —siguiendo la moda— que contenían mensajes representativos: ‘novia en estado de shock con mujer voladora', ‘happy bride in suspended village'.
Pasaban los minutos y la novia no aparecía, el novio y los invitados comenzaban a cansarse volteando con frecuencia a mirar la puerta de la capilla. De pronto, algunos de los invitados empezaron a elevarse, y los organizadores comprendieron que las medidas de emergencia no habían considerado la posibilidad de que el contagio fuese tan inmediato. Corrieron la voz y cerraron las puertas para que ninguno sin fardo en los tobillos pudiera salir flotando de la capilla, y enviaron una comisión para que alertara de ello a quienes se encontraban en el exterior.
Rápidamente, repartieron fardos entre los invitados, haciéndoles escoger el adorno de su preferencia para la foto, tenían para escoger entre ángeles, cometas, sombrillas y globos. Pudieron atajar a tiempo a la novia que estaba enloquecida con la posibilidad de hacer fotos. Como si se tratase de un dron, ella pedía que le alargaran el nylon para subir un poco más y un poco más en el aire. Las redes sociales reventaban ahora con una novia voladora sobre un pueblo del altiplano llamado Cardón. No sólo era la envidia de sus amigas por las fotos, sino por el síndrome ingrávido que había contraído.
El novio y los padres de la novia salieron de la capilla para disfrutar de la experiencia de extraña felicidad fotográfica de la novia en suspensión. Pero el joven, de los nervios, había olvidado atarse uno de los fardos al tobillo y no pudo evitar elevarse por los aires contagiado por el síndrome. Flotó hasta alcanzar a la novia, quien capturó el momento para el recuerdo. Él la sujetaba fuerte de la mano sintiendo cierto alivio y dejó escapar una intensa carcajada ante tanta adrenalina, tan solo unos segundos antes de darse cuenta que el nylon no soportaría el peso de ambos.
ADMINISTRADORA, CONTADORA Y ASPIRANTE A ESCRITORA
‘Se les ocurrió entonces que todo el pueblo formara parte de la boda y se lo propusieron a los lugareños. Aquellos que tenían espacio en sus caseríos, podían acondicionar habitaciones para acoger a los invitados; los niños podían participar en el coro de la iglesia...'
ANA MARÍA ROTUNDO
Administradora, contadora y aspirante a escritora
Licenciada en Administración y en Contaduría Pública, con especialización en Riesgo de Crédito.
Banquera durante 25 años y socia en empresa de administración de proyectos por 5 años.
Asesora de riesgo y profesora universitaria. Viuda y madre de dos hijos.
Ha realizado varios talleres literarios en la Universidad de Panamá.