Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 08/01/2023 00:00
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Junto a su lecho, dispuesto en una silla sencilla de madera con espaldar de cuero, enjuto y vivaz, con la cabeza cubierta por una gorra de lana negra, el honorable constituyente, Fabio Araúz Fonseca, a la edad de 105 años cumplidos, lloró de emoción al ver enfrente suyo a otro constituyente, Misael Soberón, treinta años menor que él. Ambos se abrazaron y el tiempo se devolvió 50 años.
Trabajo en la escritura de los Orígenes de los 505, aquellos 505 Representantes de Corregimiento, correspondientes a 505 corregimientos que había en el país, que fueron elegidos popularmente el 6 de agosto de 1972, se convirtieron en Constituyentes, aprobaron la constitución de 1972 y facultaron al jefe de gobierno, Omar Torrijos Herrera, a negociar los tratados Torrijos – Carter, pero, además, y no menos significativo, impulsaron desde sus territorios los programas de desarrollo nacional en un país básicamente rural que estaba abandonado a su suerte en confines y provincias, y a donde el progreso llegaba lento o con carácter selectivo en muchos casos. Ellos legislaron para la nación entera desde sus comunidades.
Cuando escribo esta nota recibo la noticia de que Edgar Arias, del Corregimiento de Las Lomas, en David, Chiriquí, falleció la noche anterior. Ya lo había entrevistado y me hecho a su amistad. Paz en su tumba.
Con la partida del querido amigo Arias, quedan vivos 150 constituyentes. Cerca del 30% de protagonistas de la epopeya, que, impulsada por el general Torrijos, marcó el comienzo de la democracia participativa en Panamá, empoderó a los de abajo, se puso a prueba el poder popular y la llamada yunta pueblo-gobierno, y cambió la noción del poder en términos de poder.
A esa convocatoria electoral de 1972, se presentaron cinco candidatos por corregimiento, que se distinguían por el color de la papeleta (blanca, azul roja, amarilla, verde), aunque en algunos casos sólo se presentaron tres o menos.
Fueron elegidos, mayoría hombres y unas pocas mujeres, lo que evidenció la cultura patriarcal y machista de la época: intelectuales, peones, maestros y maestras de pueblos, jornaleros, labriegos, abogados, técnicos, misioneros religiosos, indígenas, productores, pequeños y medianos agricultores y ganaderos, comunistas medio confesos, ex boinas negras, líderes cívicos y comunales, izquierdistas, derechistas, anticomunistas, activistas moderados, recolectores de café, afrodescendientes, mercaderes de milagrerías, en todo caso, líderes, cada uno de su corregimiento, que se habían ganado el fervor popular por sus acciones cívicas y su solidaridad social, antes del proceso, cuando las regiones carecían de acueductos, caminos terciarios, electricidad, alcantarillado, y casi toda la infraestructura básica.
La idea de este libro en gestación es recordar esta inmensa experiencia política con el ejemplo de vida de algunos de sus protagonistas, analizar el suceso y su sustentación teórico -política, y revalidar la importancia de la construcción de la nación a partir de los poderes locales, la democratización de las elecciones, el concepto real de la democracia participativa, el liderazgo de los representantes de corregimiento, el apoyo de las juntas comunales, el valor de las juntas provinciales, la potencialización de la descentralización administrativa, y en resumen, llamar la atención acerca de una de los más grandes legados de la filosofía torrijista, la gobernanza desde los territorios, el poder popular, o juntanza gobierno – pueblo.
En un almuerzo relajado en compañía de un experto asesor político y miembro destacado del Partido Revolucionario Democrático (PRD), y en consonancia con la narración de varias anécdotas recogidas en medio de estos emocionantes encuentros que hasta ahora he tenido con algunos honorables constituyentes, decía que si fuera candidato presidencial del PRD, buscaría primero a estos recios y sencillos personajes, porque son la lealtad a toda prueba, el escudo protector de un pensamiento de cambio y una filosofía honesta de servicio público. Ninguno de estos hombres y mujeres ha renegado jamás de su propio rol o de la doctrina política que los inspiró, el torrijismo. Son para decirlo sin rodeos, militantes puros, invencibles, incorruptibles, de una sola pieza, dolidos a veces, por lo que observan mientras aparentan reposar como guerreros, la mayoría vivientes en los lugares originales de residencia y trabajo, que fueron sus mismos puestos de combate, de arraigo, los corregimientos que jamás abandonaron. Son viejos sabios. Y son respetados por lo que hicieron y por lo que legaron. Inclusive, en varios casos, sus hijos han empezado a competir en la política y han recibido sentencias como esta: “Te vamos acompañar. Pero vamos a votar por tu papá, por lo que hizo por nosotros”. Lo que significa que pesan en el espacio geográfico y político adonde todavía pertenecen. El experto político me inquirió: “Eso es absolutamente cierto. Pero hay que hacer la diferencia. Una cosa es ser torrijista y otra ser miembro del PRD”. Dura descripción de la realidad del partido con mayor número de afiliados en el país, y quizás, el colectivo que se ufana de la más sólida disciplina.
Estos viejos no usan internet y escasamente se defienden con el celular que cargan. No manejan redes sociales y por lo mismo no promueven realidades alternativas o noticias falsas. Estos hombres y mujeres no pueden ser despreciados, ignorados, olvidados, a la hora de pensar en Panamá como nación. O en una contienda electoral, por ejemplo, no para que consigan los votos para tal o cual cacique político y ya, sino para enriquecer la oferta política electoral con verdaderos programas sociales de urgencia. Me parece que son un gran aliento, si se trata de construir un programa social moderno y a tono con las nuevas realidades del mundo. Nos enseñan el valor de la solidaridad en las comunidades, la importancia de trabajar unidos, el ingenio para solucionar asuntos locales, la necesidad inaplazable de descentralizar la administración pública y el gran aporte a la formulación de las políticas públicas de quienes nos van a gobernar.
En otro sentido, agitar la bandera del poder popular, junto a ellos, tiene que resultar, por todo lo que encierra, una apuesta ganadora.
Con mayor razón, creo que esta obra puede resultar una contribución desinteresada al debate público y a las ideas de cambio que 50 años atrás se gestaron para empezar a transformar a Panamá. Por eso mi empeño en sacarla adelante. Los jóvenes necesitan conocer estos pasajes históricos del país.
Hoy, en América Latina se repite la fórmula y varios gobernantes progresistas están enfilando sus mandatos a crear gobernanza desde las regiones, estimulando el poder popular para trazar la hoja de ruta de los planes de desarrollo nacional de sus pueblos, verbigracia, México, Chile, Colombia y ahora Brasil. Lo están haciendo dentro de las nuevas condiciones sociales y políticas: desigualdad imperante, juventud abandonada a su suerte, sin futuro, hambre, cambio climático, corrupción y narcotráfico en medio. La importancia del poder popular o la gobernanza desde los territorios, es una tendencia de imperiosa aplicación, si nos damos cuenta que la crisis global provocada por las políticas económicas llamadas neoliberales, empobrecieron a la mayoría de las poblaciones del mundo, nos han puesto al borde de la destrucción del planeta y el riesgo de la hambruna es bastante alto. Planificar un país con la originalidad de sus propias regiones, con sus significados culturales y simbolismos, permitirá imaginar con mejor resultado la soberanía alimentaria, promover políticas de conservación de los ecosistemas, distribuir la riqueza como debe ser, sin maltratar la iniciativa privada, sino más bien incentivándola, y empujar el desarrollo sostenible. Imperativos que hace 50 años estuvieron en la órbita genuina de Omar Torrijos Herrera.
El viejo y venerable Fabio Araúz Fonseca, nos despidió diciendo: “el significado de la vida de un hombre depende de su conducta. El resultado, si es positivo, engrandece su país”. Es el de mayor edad de todos los honorables constituyentes elegidos en 1972 y el hombre que recuerda aquella mañana cuando Omar Torrijos Herrera, fue a buscarlo personalmente para conocerlo y felicitarlo por haber sido elegido Representante del Corregimiento de Saoguí (Abajo), hoy La Estrella, y entonces enmudeció de la sorpresa. Tenía ante la puerta de su casa a nadie menos que al mismísimo general. “A Torrijos le hablaron de mí y vino acá hasta mi casa a conocerme. Esa entrevista con él me hizo ver grande”.
Analizar desde el presente esta hazaña histórica de los 505 representantes de corregimiento, obliga a responder la pregunta: ¿el poder para qué?