La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 17/08/2022 00:00
- 17/08/2022 00:00
El sello Anagrama siempre ha sido sinónimo de distinción. Con sede en Barcelona y fundada por Jorge Herralde en 1969, la editorial Feltrinelli la compró en 2010, manteniendo su altísima calidad.
Con más de 3.500 títulos editados, entre los cuales se encuentran los más importantes autores en narrativa y ensayo, así como traducciones al español de grandes escritores, estará presente en la Feria del Libro de Panamá (FIL) que este año tiene como invitada de honor a la Unión Europea.
La editorial otorga dos galardones anuales y son de los más prestigiosos intelectualmente: El premio Anagrama de Ensayo (desde 1973) y el premio Herralde de Novela (desde 1983). El sello se distingue por ubicar nuevas voces en habla hispana, así como el rescate de clásicos del siglo XX, descatalogados u olvidados, con énfasis en debates políticos, morales y filosóficos.
El premio Anagrama de Ensayo de 2021, el No. 49 (no se convocó los años 1977 y 1979) lo ganó el escritor mexicano Enrique Díaz Álvarez, con la obra La palabra que aparece: el testimonio como un acto de supervivencia.
Díaz Álvarez, de 46 años, es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Los cursos que imparte son los de pensamiento contemporáneo y lenguaje, cultura y poder. Ha publicado El traslado. Narrativas contra la idiotez y la barbarie, en 2015, es colaborador de varios medios tanto mexicanos como internacionales, y titular de la cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes de la UNAM. Toda su obra gira en torno al alcance ético y político de las prácticas narrativas contemporáneas.
En La palabra que aparece: el testimonio como acto de supervivencia, Díaz Álvarez aborda el tema de la violencia y la palabra, no la que se utiliza para legitimar un discurso de los vencedores, sino la que se emplea para confrontarla. Destaca que la violencia se ejerce con el lenguaje, pero también se combate con él.
En entrevista telefónica con el autor, desde Ankara (él en ciudad de México) me comentó que, además de haber estudiado relaciones internacionales hizo su doctorado en filosofía, de allí sus repetidas referencias a Hannah Arendt y otros filósofos y su enfoque de que, por ejemplo, La Ilíada está escrita desde el punto de vista de los vencidos (los troyanos) y a partir de esa premisa se inspirara para el tema de su ensayo.
Para él –y como debe ser– la literatura es una forma de conocimiento. Viviendo en México, también ha incorporado el análisis de la violencia en sus ensayos y en sus cursos, para prevenir lo que llama la normalización de esta porque se ha hecho algo usual enterarse de desaparecidos y muertos sin que importe mucho. El libro nació con la idea de encarar esa violencia y dar rostro y lugar a las víctimas. Aun en tiempos de oscuridad siempre hay la oportunidad de encontrar cierta luz, leyó en uno de los libros de Hannah Arendt. Y esa luz no viene con grandes conceptos de categoría, sino de historias individuales, de hombres y mujeres que se tuvieron que enfrentar a esas violencias. A partir de allí empezó a enmarcar múltiples historias en que el hombre se enfrenta a la violencia, y la inicia con una cautivante narrativa de la guerra de Troya, pasando por la conquista de México, la guerra civil española y la II Guerra Mundial –con Hiroshima y el Holocausto– hasta los modernos conflictos que se libran con drones o los combates menos convencionales, como la “guerra contra el narco” en su México natal.
A los episodios de Troya les llama la “lección homérica”, porque relata la guerra no solo desde la óptica de los vencedores, sino desde la perspectiva de los vencidos, de los derrotados, en una oda poética (no en vano era el libro de cabecera de Alejandro Magno).
El libro insta a que se mantenga el uso del lenguaje correcto tanto en noticias como en los discursos políticos y en las opiniones, en medio de esta sobresaturación de tuits, fake news y difamaciones de troles.
Enrique Díaz Álvarez, debatiendo sobre la violencia, está convencido de que hay que encararla (decir eso en medio de tantos conflictos como hay actualmente en el mundo es muy valiente), evitando la normalización de esta, y confía en que la lectura, la capacidad que tienen ciertas novelas, cierto periodismo narrativo para ponernos en el lugar de otras personas, y ese hecho tiene una dimensión ética y política que a menudo menospreciamos. Así ampliamos el juicio, nos condolemos con el destino o reclamamos el derecho al duelo. La literatura, lo que nos enseña, desde Sófocles y Homero, es que cada cuerpo importa, que cada vida es importante y que es intolerable cualquier clase de violencia.
Esto quizá no detenga una guerra, pero nos permite sensibilizarnos, quitarnos de la anestesia en que nos tienen sumergidos los conflictos (incluso con las nuevas tecnologías).
En sus clases, siendo de ciencias políticas, hace énfasis en la fortaleza de la literatura para entender la historia y la realidad. Y que la literatura enorme es una forma de conocimiento. Apuesta por una concepción de la política atenta al phatos y la experiencia encarnada. Plantea una “política de testimonio”.
La forma en que se usan las redes sociales causa la sobreexposición a tanta información que produce una cierta ceguera, que conlleva a una forma de dejar de ver, que anestesia, eclipsa otras historias que sí importan. El reto es aprender a escuchar, a leer, a ver y a discriminar qué es lo que vale la pena prestarle atención. Hay que estar muy atentos porque tanta información nos exige optar e hilar fino sobre qué es lo relevante. Y evitar la “visibilización” innecesaria.
Tiene muchas expectativas sobre el encuentro con panameños para entender nuestra realidad, cómo se comunican las noticias, en qué historias se puede profundizar.
El libro ha sido presentado en Barcelona (cuando se le entregó el premio) y en la Feria del Libro de Guadalajara del año pasado. Los premios Anagrama de Ensayo, en sus 49 versiones, solo cuatro mexicanos lo han obtenido, nada menos que Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Sergio González Rodríguez y ahora Enrique Díaz Álvarez. Dos argentinos, un cubano y un venezolano son los otros no españoles que lo han ganado. Fernando Savater lo ganó en 1982, Soledad Puértolas en 1993 y Luis Goytisolo en 2013, entre los más renombrados.
Enrique Díaz Álvarez tendrá tres presentaciones durante la Feria del Libro de Panamá: una con periodistas en torno al reto de la libertad de prensa en América Latina, el viernes 19 de agosto; la otra, la presentación de su libro (el 20 de agosto), y la estelar noche Anagrama, el jueves 17 de agosto, en el pabellón de la Unión Europea, que ha sido la invitada de honor (y de lujo) de esta versión de la FIL.